El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 23 de febrero de 2012

La Cuaresma en tiempos de postmodernidad


Probablemente a los lectores les extrañará -tanto como me sorprendió a mi mismo antes de reflexionarlo- pero se da el caso de que en nuestra sociedad laica, postmoderna e indiferente también se celebra la cuaresma. Como en la Edad Antigua, como en los años de la Edad Media, llamada Edad Oscura por los anglosajones (The Dark Age). Como hace un siglo, se topa uno con hombres y mujeres que siguen las mismas prácticas recomendadas por el evangelio e institucionalizadas en los primeros siglos del cristianismo.

En efecto, hoy como ayer, numerosos ciudadanos al margen de cualquier idea religiosa, no pasan por alto la mortificación del cuerpo, ni las privaciones voluntarias. Incluso dan limosna, ayunan y confiesan sus culpas.

En cuanto sucede una catástrofe de mediática envergadura la noticia llega hasta el último rincón del planeta. Entonces el individuo postmoderno, quizás poco pertrechado en su intelecto y su voluntad, pero de fina sensibilidad y fácil conmoción, es muy capaz de rascarse el bolsillo. Al tal le escapan unas lágrimas furtivas al observar la sordidez en que el terremoto, las inundaciones o la peste han precipitado a la pobre gente. Ha llegado el momento de la limosna.

¿Qué me dicen del ayuno y la abstinencia que practica el personal de la postmodernidad? Hay quien pesa los gramos del panecillo cada mañana para no excederse de la porción recomendada por los dietistas y/o los gurús. Todo un ejército de profesionales de la salud  -más algún advenedizo- andan ocupados inventando dietas y preocupados por encontrar clientes adictos. Un ayuno y una abstinencia, claro está, motivada por razones estéticas que no éticas. Más por salubridad que por austeridad. Eso sí, el vigor y el rigor con que abordan su dieta nada tiene que envidiar al fervor a las prácticas cuaresmales de los primeros cristianos en viernes santo.

Objetará el lector que el paralelismo entre la cuaresma de verdad y la postmoderna más bien se nutre de argucias ingeniosas, pero que carece de poder persuasivo. Y seguramente me retará a que nombre una correspondencia del castigo corporal que en épocas pretéritas daba mucho protagonismo a los cilicios y disciplinas. Entiéndase, un protagonismo compartido con muslos y posaderas. 

Pues me atrevo a establecer la correlación. Cilicios y disciplinas han desaparecido de la vista, pero a cambio, en muchos escaparates de la ciudad se muestran sin pudor otros instrumentos para infligir dolor. Argollas y piercings sustituyen a los antiguos utensilios de agudas puntas. Argollas, piercings, agujas para el tatuaje y un estricto ejercicio en el gimnasio son las penitencias que hombres y mujeres se imponen.

Cierto que no para purgar sus culpas o poner a raya los apetitos de de la carne que inexorablemente -como la cabra al monte- tiran hacia el placer y la holganza. La finalidad de las mortificaciones postmodernas apunta a lograr una buena acogida en la sociedad, es decir, a que los amigos queden con la boca abierta al constatar los músculos de los bíceps y admiren cómo los pectorales masculinos han ido adquiriendo la forma de un triángulo.  En el caso de las féminas importa que las medidas de tórax, cintura y caderas guarden las proporciones que mandan los cánones de la belleza, que no los del Derecho canónico. 

No resulta difícil alargar la lista de prácticas cuaresmales que se corresponden con las prácticas llevadas a cabo por los postmodernos. Sigue habiendo procesiones: largas caravanas de domingueros que van a la playa o se trasladan a su segunda residencia en la montaña.

Incluso existen prácticas equiparables a la confesión sacramental. Se emiten por ahí programas de televisión en la que el penitente es sentado en el centro de un sabiondo grupo de panelistas, los cuales le provocan de mil maneras y le inducen a confesar los pecados recordándole sus fallos mediante previas y oportunas grabaciones. Al cabo no manifiesta sus culpas en la penumbra de un templo, sino ante los focos de la televisión para que miles o millones de personas sepan de sus entuertos, por íntimos y vergonzantes que éstos resulten. 

¿Y la oración? Pues claro que en nuestros días mucha gente practica la oración al margen de la religión. Habrán escuchado acerca de los mantras del yoga, de la meditación trascendental, del Reiki. Una de las veces en que un barco vertió su carburante en costas y playas del litoral, la catástrofe sacudió muchas conciencias. Una Web proponía que se llevase a cabo una cadena de oración para pedir perdón al mar y con el fin de que la energía y la fuerza mental de los orantes aliviara el impacto de la catástrofe.

Decía así: Mando la energía de amor y gratitud al agua y todo ser viviente en las costas dañadas y sus alrededores. A las ballenas, delfines, pelicanos, peces, moluscos, plancton, coral, algas y toda criatura viviente.... Lo siento mucho, Madre Tierra. Perdónanos, por favor, Gracias. Te amamos. Una plegaria en toda regla

Concluyendo: en la postmodernidad se practica el ayuno, la abstinencia, la limosna, la confesión y la oración. No voy a acabar con un colofón elaborado a base de fácil moralina. Tampoco voy a exhortar a quienes practican una cuaresma light/laica/postmoderna/ecológica que sigan haciendo lo mismo, pero cambiando el sentido de sus obras y avizorando un poco más allá en el horizonte. Les pido simplemente que no se sorprendan cuando se topen con algún cristiano que siga la sana y venerable tradición que desde hace siglos ha establecido este tipo de prácticas. Y que mucho menos tuerzan el gesto con rictus de menosprecio.

lunes, 13 de febrero de 2012

El cuerpo en la postmodernidad


Mi penúltima entrada versó sobre la expresividad del rostro. El rostro y el corazón, junto con el cuerpo que les sirve de soporte, conforman una tríada que invita a profundizar las maravillas de una corporalidad amasada de espiritualidad o viceversa. Volvamos a la carga y miremos la tríada al trasluz. 

El cristianismo ha arrastrado una relación difícil con el cuerpo. Lo ha  magnificado en cuanto objeto de la unción sacramental y destinado a la glorificación, pero también no raramente y sin venir a cuento lo ha denigrado considerándolo lugar y ocasión de pecado. Charlemos, pues, acerca del protagonismo del cuerpo y sus ambigüedades.

No es posible hacer a menos de la dimensión corporal del ser humano. La historia de las relaciones entre fe y cuerpo ha sido estrecha, pero también tortuosa. Las grandes etapas del cuerpo, así como sus grandes pulsiones, han caído bajo la regulación o el control -como se prefiera- de la fe cristiana, aunque bien podría ensancharse la afirmación y decir que todas las religiones han ejercido control sobre las etapas y situaciones más relevantes relativas al cuerpo.
En efecto, el nacimiento, la adolescencia, la edad adulta, la enfermedad, la muerte, la sexualidad... se han vinculado estrechamente con lo religioso. Por lo demás, en el interior del cristianismo han tomado especial relevancia algunos aspectos muy corporales, tales como la ablución bautismal y la resurrección, el cuerpo y la sangre de Cristo a que alude Jesús en la última cena y que constituyen un referente permanente para el pueblo de Dios.

El centro unificador de la vida social fue la Iglesia durante siglos. El cuerpo no escapaba a su normativa ni a su simbología. Con la modernidad la Iglesia dejó de ejercer esta función y los diversos intereses que nuclean a la sociedad se van emancipando. La economía primeramente, luego también la política y así sucesivamente. Y finalmente le llegó el turno al cuerpo.

Cada uno de los intereses mencionados trata de dar sentido a las realidades que abarca. Dar sentido a los intereses y realidades humanas era lo que venía haciendo la religión. Ahora surge la competencia. No resulta, pues, extraño que el cuerpo tienda a sacralizarse y hasta en cierto modo a ser adorado.

Estamos asistiendo a una verdadera explosión por lo que atañe al protagonismo del cuerpo. La literatura, el cine y las artes apuntan hacia él, particularmente en su vertiente erótica. Las revistas científicas o de divulgación también le prestan una notable atención desde la medicina. En la ciudad hacen su aparición los gimnasios, lugares para ejercitar los músculos y cultivar los aeróbicos.

Simultáneamente se extiende el prurito de la vuelta a la naturaleza en muchas vertientes. El cuerpo respira el aire de la montaña o acaricia las olas de la playa. Los productos alimenticios deben ser lo menos elaborados posible, es decir, naturales y orgánicos. La medicina es invitada a prescribir medicamentos de procedencia vegetal.
A todo ello añádase la corriente feminista que ha reivindicado los derechos del propio cuerpo contraponiéndolos a la sociedad patriarcal. La comercialización y la publicidad han aprovechado al máximo la baza del cuerpo. Ha multiplicado hasta la saciedad las imágenes de cuerpos seductores, ha creado la necesidad de mantenerlos, vestirlos y cuidarlos con esmero.

A este propósito el afán de bienestar corporal pone en relación el cuerpo y la mente a fin de conseguir la relajación, la respiración equilibrada. El deporte trata de obtener cuerpos ágiles, musculosos y sanos, etc. Todos estos datos hablan a las claras del nuevo protagonismo del cuerpo. Hemos entrado en un nuevo paradigma cuya atmósfera conduce a la sacralización del cuerpo, la exaltación de la sexualidad y al prurito naturista.

Algunas de las cosas reseñadas en los párrafos anteriores en principio resultan positivas. El cuidado del cuerpo es digno de elogio. Sin embargo, al observar el modo concreto de la recuperación y el protagonismo del cuerpo, afloran numerosos interrogantes.
El fenómeno dista mucho de ser positivo en exclusiva. El cuerpo es con frecuencia mera mercancía destinada a la publicidad, muy particularmente en cuanto a la mujer, cuyo cuerpo se erotiza al máximo. El cuerpo es objeto de abuso a través del doping, ya sea para obtener prestaciones corporales inalcanzables de otro modo, ya sea para provocar alteraciones de la conciencia. Luego habría que referirse al aborto, a la manipulación de los genes, etc.

Por una parte se sacraliza el cuerpo y por otra se lo degrada. La recuperación del cuerpo no puede desgajarse de la recuperación de la persona integral. Ahí es donde surgen los interrogantes frente a la conducta que se observa en nuestra sociedad en la cuestión que nos ocupa. Volveremos sobre el tema.

viernes, 3 de febrero de 2012

Entre la incultura y la violencia


En Mallorca el nuevo gobierno ha modificado una ley que rebosaba sentido común. Decía que para acceder a la administración, es decir, para tratar con los ciudadanos de Baleares, era preciso entender –al menos de modo elemental- su lengua y expresarse en la misma: el catalán. Porque ésta, en su variante mallorquina, es el idioma que los nativos hablan desde hace 800 años. Me parece una norma de respeto elemental y de innegable cortesía. Así se evita cualquier sospecha de colonialismo o de dictadura. 

Pues bien, el nuevo gobierno de las Islas Baleares tiene el propósito firme de derogar esta ley. De nada sirven las protestas y alegaciones de ciudadanos y ayuntamientos. Tal como lo escuchan: ellos han decidido ir en contra de la lengua de su tierra, del idioma que mamaron desde niños. 

El castellano tiene un enorme poder de avasallamiento. La inmensa mayoría de medios de comunicación -radios, periódicos, revistas, televisiones- usan esta lengua. Y se da el caso de que un gobierno elegido para defender el patrimonio más valioso de un territorio da marcha atrás y dobla el espinazo ante otras instancias que ven con agrado una tal insolencia. Hecho inédito el que los encargados de velar por un territorio minusvaloren sus mejores activos. 

Los idiomas son enriquecedores

Personalmente nada tengo contra el castellano. Más aún, uso este idioma en el blog por cuanto pasé muchos años de docencia en tierras americanas y entre sus gentes se cuenta un buen número de lectores. Nada tengo en contra de ninguna lengua y he aprendido unas cuantas a lo largo de mi vida. No produce perjuicio alguno, sólo aporta beneficios.

Las lenguas se han conformado con los posos de generaciones que han depositado en ellas sus sentimientos y emociones, sus modos de actuar y de pensar. La lengua deviene la fibra más íntima y sensible de un pueblo. No da igual, no, expresarse en uno u otro idioma. Afirmar esto es pecar de lesa incultura. Los matices de la lengua que se succionó con la leche materna no se detectan en una lengua ajena.

A alguien le escuché decir que hablar en un idioma que no es el propio equivale a que el perro se ponga a maullar i el gato a ladrar. Puede que la comparación no sea del todo adecuada, pero tiene su gracia. Y es muy cierto que una expresión aprendida en la familia cuando niño, en el contexto del pueblo que le vio nacer, escuchada mil veces por los vecinos, nada tiene que ver con una expresión aprendida en los libros y posteriormente memorizada. 

Luego está el respeto que merecen las personas. Cuando estuve en Roma ni me rozó la mente la tentación de hablar otra lengua que no fuera el italiano. En Sto. Domingo hablaba el castellano y hasta me esforzaba por darle un acento caribeño. Y así los meses que de joven pasé en Francia y en Alemania. Me parecía totalmente incorrecto dejar de aprender el idioma que hablaba la gente del lugar. Mucho menos pretendía que hablaran el mío.

Sin embargo se encuentran por ahí personas que han vivido 50 o más años en Cataluña o Mallorca y jamás se han dignado pronunciar una palabra en el idioma del lugar. Uno cierra un ojo si es por incapacidad congénita o ignorancia invencible. Pero molesta mucho cuando es por desidia o, peor todavía, por mala voluntad. 

Y de pronto los gobernantes -hecho insólito, repito- le ponen todos los impedimentos a los ciudadanos catalanoparlantes para que usen su lengua, mientras les tienden puentes de plata para que irrumpan con una lengua ajena. 

La universalidad no consiste en vestir igual, cantar lo mismo, pensar de modo similar y hablar idéntica lengua. Muy al contrario, a esto se le llama uniformismo y tiene derivaciones con nombres todavía más feos, tales como dictadura, fascismo, totalitarismo…

Manifiesto a favor de la lengua vernácula

En defensa de estos principios un grupo de compañeros de Congregación en Mallorca hemos enviado a los medios de comunicación un manifiesto en defensa de la lengua autóctona. (http://dbalears.cat/actualitat/balears/manifest-dels-msscc-sobre-la-llengua-catalana-a-mallorca.html). Defendemos, por otra parte, lo que la Iglesia ha defendido siempre: que hay que hablar a los fieles en su lengua vernácula. Cuestión distinta es que luego se cumpla en todas las instancias.

Objetará más de uno que es preciso tener en cuenta a los inmigrantes. Totalmente de acuerdo. Precisamente dice el manifiesto citado, traducido al castellano: Nuestras experiencias personales como misioneros, en diversos continentes, nos han puesto al servicio de los inmigrantes de muchas procedencias y hemos aprendido que, cuanto antes el inmigrante se integra, tanto mejor puede ejercer sus derechos como persona y no mantenerse como convidado de segunda clase.

Acabo con otras líneas del manifiesto: Cualquier atentado en orden a imponer una lengua o cultura fuera de su territorio natural es fruto de una mentalidad violenta, aunque se revista con apariencias democráticas y suaves.