El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 21 de marzo de 2016

Un Viacrucis de dos estaciones

Estos días abundan los viacrucis en las Iglesias. No es original hacer un paralelismo entre los padecimientos de Jesús y los de nuestros contemporáneos más desafortunados. Original no es, pero sí real. Y he meditado en las dos primeras estaciones que, en cierto modo, resumen las que vienen después: la condena a muerte incluye todos los sufrimientos y menosprecios posteriores. La indiferencia es el humus o la atmósfera, como se prefiera, que acompaña los sufrimientos de los excluidos. 

La primera estación del viacrucis tiene un título escueto, pero cruel: Jesús es condenado a muerte. Se me ocurre más de un paralelismo entre determinadas condenas de hoy día y la de Jesús.

Sentencia de muerte

La sentencia la pronuncian los que detentan el poder en ambos casos. Jesús carga con la cruz de la injusticia y las envidias de sus contemporáneos. ¡Es demasiado protagonista! ¡La gente va detrás de él y abandona a los capitostes de toda la vida! Pero ellos son la autoridad, los legitimados para enseñar y pontificar.

En otra lejana escena, la mujer, madre de cuatro hijos, abre la puerta de la nevera y no encuentra nada para darle a sus hijos que gimotean a causa del hambre. Los han condenado los recortes de las autoridades. Dicen que eran imprescindibles. Lo eran, si había que construir aeropuertos que nunca se estrenaron y polideportivos fantasmas, que procuraban sabrosas comisiones. 

Necesariamente había que recortar los sueldos si los cargos de confianza y los consejeros aumentaban en progresión geométrica. Los bancos no podían quedar sin créditos. No iban a limitar el número de senadores o diputados, pues la democracia podría perder quilates.

Los eurodiputados requieren un trato acorde con su status. Asiento de primera en avión, restaurantes de varias estrellas, taxis y camas muelles. ¿Cómo iban a subvencionarse todos estos gastos sin hacer recortes? ¿Cómo pagar pensiones abultadas, a lo largo de la vida, a todos aquellos que sentaron sus posaderas en congresos y senados sin hacer recortes en educación y salud? No se pidan peras al olmo.

La madre de cuatro hijos sufre cuando sus hijos lloriquean porque desean aliviar los tirones del estómago. Decide ir al supermercado, pues no aguanta la situación. Entra, mira los estantes, da una y otra vuelta, observa a su alrededor… Al final acaba cogiendo unas lonchas de jamón que esconde disimuladamente bajo el jersey. Y antes de salir también alarga el brazo para hacerse con unas latas de conservas que desliza en el bolsillo.

Se sonroja mientras trata de salir por el carril donde no hay caja cobradora, pero sí hay unos artefactos que pitan cuando un código subrepticio pretende traspasarlos. A la mujer le horroriza que la encuentren en semejante situación. ¿llevará código escrito el objeto del robo? ¿Podrán comer un día más sus hijos pequeños? ¿Y si la descubren a la salida, donde seguro que hay gente conocida del barrio? Siente un enorme pánico por las consecuencias que pudieran derivarse de su actuación.

Dicen que casi doce millones de ciudadanos caminan esta estación del viacrucis a lo largo y ancho del Estado. Están a las puertas de la exclusión. Cae sobre ellos una condena a muerte de la dignidad personal. Pagan los sueldos de los eurodiputados, los privilegios de los potentados, los beneficios de las grandes corporaciones, las grandes construcciones inútiles, llevadas a cabo por la ambición de sacar tajada donde no corresponde.  

La globalización de la indiferencia

La segunda estación recuerda que Pilatos se lavó las manos ante la gente. Pecado de indiferencia, uno de los más extendidos. El rostro de Jesús ante Pilato y frente a la multitud en nada recuerda a un Dios todopoderoso. La omnipotencia del Padre se ha mudado en debilidad. Jesús no tiene el menor aspecto de triunfador. En todo caso la semejanza es con los torturados y los mártires.

Un Mesías crucificado tiene todos los números para decepcionar a la gente. En principio no interesa un Dios que desciende a los abismos del sufrimiento humano. La mayoría quiere soluciones más que solidaridad. No alcanzan a ver que Dios se hace compañero de quienes, día a día, también cargan su cruz en la sociedad contemporánea. Y menos que esta cercanía tenga como finalidad animarles para luchar contra toda injusticia, para que  los excluidos ―todos juntos― puedan regresar a la casa común.

Profetiza la Biblia que Jesús no tiene forma humana y se arrastra como un gusano. La historia se repite. Muchísimos seres humanos son relegados, expulsados de la sociedad. Viven como arrastrándose: buscan en los contenedores cualquier cosa para aliviar el estómago. Duermen bajo un puente. No se atreven a hacerlo en el estrecho espacio del cajero automático porque siempre hay quien se regocija propinándoles puntapiés.

Se avergüenzan de vivir así aun cuando la culpa no reside en ellos. Los han ido arrinconando a fuerza de hipotecas, de impuestos, de recortes. Perdieron la casa, les abandonaron los familiares más próximos. Ahora parecen gusanos arrastrándose más que seres humanos coronados de dignidad. 

Nos acostumbramos a ver y escuchar noticias cargadas de odio, de intolerancia, de persecución y miseria. Apelamos a la resignación o al paternalismo. Damos un chasquido con la lengua cuando las escenas de marras aparecen en televisión. En realidad estamos impulsando la globalización de la indiferencia. De nuevo un Pilatos corporativo se lava las manos.

Es urgente salir de la indiferencia y mirar con compasión auténtica a quienes sufren. Una compasión que comprometa a la acción. Hacer algo, aunque sea poco. De lo contrario la compasión suena a hueco, a falsedad. Y no vale sentir lástima por quienes sufren lejos de nosotros. Es un engaño, sino se comienza tendiendo la mano a los de cerca. 

sábado, 12 de marzo de 2016

Las lamentaciones de la Virgen según Ramón Llull

En el próximo viernes santo Lluc será escenario de la representación de el Plant de la Verge (lamento de la Virgen), una valiosa pieza literaria escrita por Ramon Llull. Con más motivo en esta ocasión en que se cumple el 700 aniversario de su muerte.

Cada vez son más los fieles ―a pesar de constituir un grupo minoritario― que suben la montaña para escuchar las lamentaciones de la Virgen, fruto de la devoción y el sentido estético del conocido como hijo mayor de nuestra raza. Y cada vez más, observando los buenos frutos que cosecha, otras iglesias de Mallorca recuerdan los lamentos de Nuestra Señora.

El Santuario de Lluc, desde hace unos quince años, ha recobrado este hermoso escrito repleto de emoción, ternura y sentimiento. Anteriormente se recitaba el Sábado Santo, pero ahora se ha desplazado al Viernes Santo por sus similitudes con el Viacrucis.

Los Blauets o escolanes complementan el recitado del texto con el canto de las estrofas del Stabat Mater de Pergolessi. Y en un determinado momento rodean a quien hace las veces de Virgen María sugiriendo que el pueblo fiel desea consolar su pena y soledad.

El conjunto, recitado por Caterina Valriu ―que hace de Nostra Dona― y relatado por Gabriel Campos ―el cronista― resulta conmovedor. Ambos lectores son profesores en la Universidad de las Islas Baleares.

Hace unas semanas que la Delegación de comunicación del obispado me hizo una  entrevista sobre el tema. Luego se colgó en la web del obispado de Mallorca y también lo reprodujo la TV autonómica mallorquina, IB3. Lo comparto con los lectores del blog. 

Normalmente el blog está en castellano porque residí a lo largo de 22 años en el Caribe, entre República Dominicana y Puerto Rico, y lo leen algunos amigos y estudiantes que asistieron a mis clases por entonces. La entrevista está en mallorquín, pero presumo que les bastará un pequeño esfuerzo para entender su contenido. 


miércoles, 2 de marzo de 2016

María, eco de la misericordia de Dios (y II)

B) Jesús compasivo, la Virgen misericordiosa

“Yavé, Yavé es un Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y en fidelidad” (Ex. 34,6). De acuerdo a lo dicho hasta ahora, la misericordia de Dios se hace visible en el corazón de Jesús y en el corazón de María. 

Jesús fue misericordioso. Tomó en serio el sufrimiento de sus hermanos, no permaneció sordo ante el lamento de los necesitados. Se hizo vulnerable, pues el amor necesariamente se expone al riesgo del sufrir. Su amor fue compasivo, presto a compartir y a cargar con la pena del prójimo (Mt. 11,28-30). 

La inclinación de Jesús hacia los oprimidos no se debió a una emotividad superficial o transitoria. Constituyó uno de los ejes sobre los que ancló su imagen de Dios y su predicación del Reino. Jesús comparó el pecador a la oveja extraviada que el pastor persigue con afán. Al hijo pródigo, cuyo regreso mantiene al Padre oteando el horizonte.

A Jesús le afectaron las lágrimas de la madre desolada y sintió compasión. Devolvió vivo al joven difunto a su madre (Cf. Lc. 7,11-15). Cuando vio llorar a María, la hermana de Lázaro, “se reprimió con una sacudida” (Jn. 11,33). “. . .le dio lástima de ellos y se puso a curar a los enfermos. . .” (Mt. 14,14). “Viendo al gentío, le dio lástima de ellos, porque andaban fatigados y decaídos como ovejas sin pastor” (Mt. 9,36). De modo explícito se dice en varias ocasiones que sintió compasión. 

El vocablo hebreo que indica la misericordia (“rajamin”) tiene que ver con el seno materno, con los vínculos que se tejen en el ámbito maternal. El desamparado depende y se aferra a las entrañas de quien le sostiene. La palabra evoca el amor tierno y delicado. Tiene connotaciones de calor, proximidad, confianza, sensibilidad.

Los hechos misericordiosos de Jesús no son sino derivaciones de sus más hondos criterios. En sus labios encontramos la frase de Oseas: “corazón quiero y no sacrificios” (Mt. 9,13; 12-7). El proclamó que los misericordiosos alcanzarán misericordia, que urge acercarse al hombre caído junto al camino para convertirlo en prójimo. Su primer discurso insinúa ya cuáles serán sus gestos y dónde hallará sus preferencias: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque él me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres. Me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año de gracia del Señor” (Lc. 4,18-19).

Maternidad y misericordia se unen en María de modo natural. Su misericordia se manifiesta en las palabras del Magnificat a favor de los pobres y humildes, en la simpatía mostrada en las bodas de Caná, en la donación generosa de su Hijo. Se nos acerca de este modo, casi de manera palpable, la misericordia del Padre, fuente de toda misericordia: en su Hijo Jesucristo y en la Madre que nos lo entrega. Junto a la cruz, María agranda su corazón gestando en su seno a los hermanos de Jesús y hasta a la entera humanidad. 

El pueblo cristiano experimentó pronto el corazón misericordioso de María y a Ella acudió ya a finales del siglo III con la plegaria "Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios". La Iglesia en Oriente la invoca como la "Eleousa", "la misericordiosa Virgen de la ternura". En Occidente se la proclama "Madre de misericordia" en el canto de la Salve. A través de su fibra maternal María deja entrever el rostro misericordioso del Padre. Por eso también el creyente se dirige a ella en apremiante súplica: “Monstra te esse Matrem!” ¡Muéstranos tu corazón de Madre!

C) El primer mártir, la Reina de los mártires

Volviendo al paralelismo entre Jesús y María recordemos que Jesucristo es el primer y ejemplar mártir de la historia cristiana. Su muerte violenta fue consecuencia de un mensaje y una práctica. Los fariseos le castigaron por blasfemo, porque decía que se hacía igual a Dios y que el ser humano debe valorarse en mayor grado que el descanso sabático. Los romanos le castigaron porque se les antojaba peligroso. Movilizaba a la gente, la muchedumbre iba detrás de él… 

Fue el primer mártir. De hecho ya en el NT se le llama "mártir fiel y verdadero" (Ap 3,16; 1,5). Mártir significa testigo. El dio testimonio de boca y con hechos ante un tribunal (cf. I Tim 6,13; cf. Ap 1,5). Lo que indica la calidad del martirio es la causa por la que uno lucha y el porqué de su muerte. Los dolores y sufrimientos no son en nada desdeñables, pero no constituyen el meollo del asunto. No es aconsejable enfatizar ni insistir en la tortura y el sufrimiento.

Cierto que María no sufrió la cruz física. Pero su maternidad le llevó a vivir el martirio en su corazón. En el sufrimiento de la cruz, el corazón de la Madre se colmó de compasión. Lo cuenta admirablemente el viejo himno “Stabat Mater”. Por eso las letanías aclaman a María como Reina de los mártires: en ella el martirio ha encontrado una expresión inédita. El sufrimiento compartido, ancho como el mar y penetrante hasta el tuétano del alma. 

El dolor de la Virgen, aunque encuentra en el misterio de la cruz su mayor significación, fue captado por la piedad mariana también en otros acontecimientos de la vida del Hijo en los que la madre participó personalmente. Algunas escenas de la infancia de Jesús son muy tenidas en cuenta: la presentación de Jesús en el templo y las palabras de Simeón: “una espada te atravesará el alma”. La huida a Egipto. La pérdida del hijo en el Templo. El encuentro entre madre e Hijo que, según la tradición, tuvo lugar en el camino del Calvario. La crucifixión: junto a la cruz de Jesús estaba su madre... “Jesús, al ver a la Madre, y junto a ella, su discípulo al que más quería, dijo a la Madre: mujer, ahí tienes a tu Hijo" (Jn 19, 25-26). Finalmente, los dolores de María cuando su Hijo es descendido de la cruz, acogido en su regazo y depositado en el sepulcro. 

La piedad popular ha contemplado todas estas escenas de dolor en un “via-crucis” paralelo, el de la Madre dolorosa (“Via Matris Dolorosae”). Y ha hablado de los siete puñales clavados en su corazón. La solidaridad y misericordia de María -la mujer nueva- con los pobres, los sufrientes y los menospreciados de nuestro mundo, simbolizados en el Hijo Traspasado, está a la vista. El corazón de María no se desentiende de sus hijos. Late para siempre, junto al corazón traspasado de su Hijo. Permanece en sintonía con los hombres que, en la persona del discípulo Juan, le han sido entregados a fin de que los cuide con afecto maternal.