El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 27 de mayo de 2011

La hora de los “indignados”

Los indignados del 15-M en Plaça Catalunya (Barcelona)

A lo largo de muchos años las tertulias radiofónicas, las columnas periodísticas y los conferencistas han lamentado la apatía de los jóvenes. Alegaban que daban la espalda a la política, que sólo sabían de botellón y sexo, que dormitaban una siesta perenne, que no había quien los echara de casa…  
De pronto muchos jóvenes -y otros con más años- han despertado y han dicho basta. Están indignados y toman la calle para gritarlo a los vecinos.  Les asquean los políticos y más todavía los banqueros. Están hartos de pagar la hipoteca incluso cuando les han requisado el piso.  
Ellos avizoran un muy negro horizonte. Saben que los rescates millonarios a los bancos les han robado su futuro. Encima los banqueros se asignan sueldos obscenos y, dado que el dinero no basta, los políticos recurren a los recortes sociales. Nada recortan de los bestiales gastos militares o de los sueldos a asesores, senadores y otros ejemplares improductivos. Que lo paguen los enfermos, los pensionistas y los funcionarios. 
Los indignados no quieren seguir doblando el espinazo ante los banqueros mendigando créditos. Se reúnen, discuten, adoptan decisiones. Consideran que la democracia tiene que ser real y no formal. Participativa y no lucrativa. Más allá de depositar la papeleta en la urna cada cuatro años tienen algo que decir y las nuevas tecnologías les proporcionan los medios. 
Me caen simpáticos los indignados del 15-M. Prefiero la creatividad a la pasividad, las iniciativas a los quejidos. He pasado por entre los carteles pegados en soportes elementales, he escuchado sus charlas y comentarios. Les he visto a ellos y a ellas con la escoba en la mano y parándole los pies a quienes pisaban la raya de las buenas formas. No era un grupo de adictos al botellón. Firmé algunos manifiestos que se me antojaron muy sensatos. 
Los indignados y el Mayo del ‘68
He asociado el suceso de los indignados al mayo ‘68, aun cuando han pasado 43 años desde entonces y los motivos de fondo son muy otros. En este largo período los historiadores y ensayistas se han referido una y otra vez el acontecimiento. A mí me llegaron los ecos del momento de modo muy pálido. Tenía 22 años y estudiaba en Roma. No fui consciente de lo que suponía el fenómeno, aunque me enteré después. El hecho es que despertó enormes ilusiones, si bien muchos protagonistas, con el andar del tiempo, metamorfosearon y empequeñecieron sus ideales hasta venderse al gran capital, medrar en los cargos e instalarse en la opulencia.  
Uno de los blancos de la lucha del mayo ‘68 era el aburrimiento: “el aburrimiento es contrarrevolucionario”. No querían morir de hambre, pero tampoco de aburrimiento. Admiraban la imaginación: “sed realistas, elegid lo imposible”. Luego están aquellas frases lapidarias llenas de sentido, aunque quizás ambiguas: “la imaginación al poder”. “Prohibido prohibir”. Entendían la democracia más allá del voto o del plebiscito: “votemos a favor o en contra; nos hará idiotas”. Alguno atajaba el camino hasta el insulto, aunque la estética literaria de la frase tenía su gracia: “La humanidad no será feliz hasta el día que el último burócrata sea ahorcado con las tripas del último capitalista”.  
Las frases más célebres del mayo del 68 espoleaban las ganas de vivir y de respirar aire puro. Quizás las del 15 de mayo no logren igual resonancia y carezcan del mismo grado de creatividad, pero no dejan de tener su miga. Expresan un enorme malestar frente a los banqueros estafadores, los políticos corruptos y un oscuro futuro fabricado con los mimbres del paro, de los recortes sociales y la desigualdad de oportunidades. 
Los slogans del 15-M constituyen frases lapidarias que a unos les suponen una piedra en el zapato y a otros les allanan el camino hacia la reflexión. Suenan con chasquido impertinente en muchas ocasiones. Principal blanco, los banqueros. “El oro del banquero es la sangre del obrero”. “Tenemos la solución: los banqueros a prisión”. “Banqueros rescatados, obreros desahuciados”.
También hay veladas amenazas por donde supura la herida indignada. “La sociedad despierta, se os acabó la fiesta”. “Islandia, mejor que Disneylandia” (en recuerdo de la gesta de los islandeses). “Sembrad corrupción y habrá revolución.” “Recortad nuestros derechos y quemaremos vuestros techos”. “Falta pan para tanto chorizo”. Y una demanda de democracia real de la que tanto presumen los políticos: “¿Por qué manda el mercado si yo no lo he votado?”
Ellos quieren saber
Los indignados quieren saber hacia qué bolsillos acaba derivando la riqueza de todos, cómo se gestiona y se reparte. Los indignados buscan mayor transparencia en la gestión del dinero público y en las decisiones políticas. Quieren saber qué oportunidades se les ofrecen a los que se esfuerzan por trabajar y ser útiles. Se acabó la era de los caciques, aunque los de hoy día recurran a formas  educadas y sonrisas artificiosas. La gente ha dejado de ser ignorante y no se conforma con las migajas que les echan quienes se han instalado en la ostentación y el derroche. 
El movimiento ha hecho su aparición inesperada en la plaza pública. Gracias en particular a las redes sociales que es por donde se moverá la política, a mi entender, en el próximo futuro. A través de estos medios la democracia puede tornarse más real y más participativa. No nos contentemos con depositar una papeleta cada cuatro años. 
¿Será un espejismo el movimiento de los indignados? En mis años de profesor de teología recuerdo que profundicé una temporada en el fenómeno de la teología de la liberación, tan vivo en América Latina. Los hermanos Boff -Clodovis y Leonardo- explicaban que lo primero es indignarse. Sin este estado de ánimo no se mueve un dedo. Pero la indignación tiene que dejar paso a la racionalización. Analizar el entorno, examinar las propias fuerzas, evaluar posibilidades…. Y luego pasar a la acción. Poner en práctica lo que ha generado la indignación y la reflexión. Porque el grito desguarnecido y yermo a nada conduce.  
Nota bene: escribí estos párrafos ayer y posteriormente escuché una charla del Doctor Arcadi Oliveras, Doctor en economía, Presidente de Justicia y Paz, activista comprometido en favor de las mejores causas. Confieso la gran satisfacción de comprobar que coincido plenamente con sus ideas.  Y añado un dato que nos dio en la charla. El Estado español gasta 54 millones de euros diarios en gastos militares. Aunque solapa la mitad en otras partidas como Industria y Comercio, Investigación, etc. Luego recorta los sueldos de los funcionarios y las pensiones de los jubilados…

martes, 17 de mayo de 2011

¿Cuestión de ideología?


Está claro que una cosa es el poder -la posibilidad de castigar o imponer- y otra la autoridad: la capacidad de convencer con el ejemplo y persuadir con las propias palabras. Lo cual se corresponde con la larga tradición bíblica que atribuye a Jesús los rasgos del Siervo de Yavé. Quienes la siguen no apagan la mecha que humea, no rompen la caña cascada y, sin embargo, dejan una estela a su paso. En este contexto se dice de Jesús que no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. El vino a servir y no a ser servido.

Es de justicia reconocer que los seguidores de Jesús, el Siervo, hemos recogido algunas frases del Maestro y las hemos grabado a sangre y fuego en el frontispicio de los templos y hasta en las carnes del prójimo. Así, por ejemplo, por lo que se refiere a no separar lo que Dios ha unido o a aquello de que Pedro es la piedra sobre la que se funda la Iglesia, con todas las consecuencias que se sacan del texto.

Unas frases sí, otras no
Cuesta comprender el motivo por el cual otras frases del evangelio, no menos importantes, han quedado en la sombra y su eco se ha debilitado hasta hacerse inaudible. Es el caso de poner la otra mejilla, de no pretender servir a Dios y al dinero a la vez, de darlo todo a los pobres y seguir al Maestro…

A primera vista se diría que se trata de decisiones coloreadas de ideología, si es que no declaradamente interesadas. Unos enunciados se han blandido como espadas contra el adversario, otros han permanecido intocados. Y es que normalmente no suele equivocarse quien dice lo que dice, pero sí suele desacertar al callar lo que calla.

Quien acepte la etiqueta de cristiano no puede menos que estar de acuerdo en cultivar la familia. Y declarar que un aborto es un fracaso, una desgracia que deja secuelas graves en quien lo padece. Y saber que el divorcio no es un objetivo a perseguir ni una meta a celebrar.

El problema no radica en la defensa de estas causas, si bien se dan acentos y distingos en los argumentos esgrimidos. Conviene tenerlo en cuenta. De lo contrario se acaba pagando un alto precio al sectarismo. Hay grados de maldad en el aborto, en el divorcio y en todas las circunstancias. No todo es igualmente aberrante, por más que no se pueda sostener desde la moral.

¿Una doble medida?
De nuevo hay que preguntarse por una tal diferencia de trato a propósito de unas mismas enseñanzas. ¿Por qué quienes se manifiestan y reniegan del aborto, del divorcio y otros males… dejan de lado valores no menos vitales que los señalados?

En efecto, exigir oportuna e inoportunamente a los gobernantes el 07 por ciento decretado para el Tercer Mundo sería una tarea cargada de valores evangélicos. Pero la causa, a decir verdad, no parece motivar a las jerarquías ni movilizar a las multitudes. Como tampoco los derechos de los inmigrantes suelen incentivar ni espolear declaraciones al respecto. No suscita mayor interés la redistribución de la riqueza a través de Hacienda o la subida de unas pensiones más dignas para los ancianos que apenas logran sobrevivir…

¿Por qué unas causas enardecen y otras no logran superar la apatía? Se trata en ambos casos de la sana doctrina salida de boca del Maestro. Abundemos todavía más. ¿Por qué cuanto se refiere al sexo y a la moral privada suele suscitar un notable interés (no exento de cierta hipocresía)? ¿Por qué pasar por alto las virtudes de la convivencia y permanecer indiferente ante las desigualdades de los ciudadanos? ¿Cómo callar ante el bochorno de que haya quien cobre 50 o 100 veces el sueldo mínimo? Estas cosas dañan las relaciones entre los ciudadanos que -para los creyentes- son además hermanos e hijos de un mismo Padre.

Cuando el agua se lleva al propio molino -y más si es con petulante seguridad- fácilmente se generan situaciones en las que el personal dice cosas salidas de tono y pisa la raya de la cordura. No es raro entonces que uno se deslice por el tobogán de la ideología más rancia. Frente a lo cual no deja de tener una cierta lógica que numerosos cristianos sientan debilitarse el sentido de pertenencia. No vibran en absoluto ante la defensa de unas ideas movidas por resortes ambiguos y que consideran unilaterales.

Por lo demás, quede claro que la suavidad en las formas, la capacidad de dialogar con el que no está de acuerdo, no significa abandonar la firmeza de las propias convicciones. No es justo imponer al prójimo la propia visión, pero es muy lícito manifestarla. No es sencillo vivir como cristiano en el mundo, pero ello no permite afirmar, sin más, que el cristiano sufre persecución.

sábado, 7 de mayo de 2011

A propósito de una boda real

El presente post ha superado ampliamente el momento de su publicación. Ha quedado obsoleto de acuerdo a las exigencias de la noticia. Alega como excusa que en los criterios de su autor una boda real no es tan importante como para alterar el calendario del blog. Y, por supuesto, que no interesa la noticia, ni siquiera el comentario, sino la tercera o la cuarta dimensión del acontecimiento. Al grano.
Existe en el entorno europeo una fina sensibilidad para la democracia. Sin embargo, los príncipes relevan a los reyes, al margen de toda participación ciudadana, y el gesto encuentra mucha gente dispuesta al aplauso. En otros contextos y situaciones -piensen en los hijos de los dictadores- el personal bulliría de indignación y las protestas resonarían en todas las esquinas de la política internacional.
Se casa un príncipe con una princesa y millones de personas permanecen embelesadas ante el televisor. Admiran el vestido de la novia, la belleza de la catedral -de Westminster, en el caso que nos ocupa-, los cánticos del coro, los estrafalarios sombreros de las señoras invitadas al acto. Disfrutan ante el espectáculo de los caballos tirando la carroza y los protagonistas saludando al público.
El personal prefiere entretenerse con el espectáculo antes que reflexionar acerca del sentido de la institución monárquica en pleno siglo XXI. Por un día olvidan que las calles repletas de gente que aclama a los novios hace muy poco reventaban de protestas por los recortes de los servicios médicos, de la educación y de otros renglones del presupuesto.
Todo muy irracional. Pero soy consciente de que hay asuntos en la vida que traspasan las fronteras de la razón. Lo comprendo porque también hay muchos miles de personas -entre los que me cuento- cuyo sueño es más dulce cuando el Barça gana el partido. De ahí que no me indigne contra los televidentes que se pasaron unas horas contemplando el cuento de hadas de la boda real. Aunque existe una diferencia notable: a nadie se le obliga ser del Barça, mientras que a determinados ciudadanos no les queda más remedio que rascarse el bolsillo para sufragar los cuantiosos gastos de los reyes.   
Hay factores que en algo explican la irracionalidad de la gente aclamando a los reyes en la calle o derramando una lágrima frente a la tele. En el interior de cada persona palpita un cuento de hadas. Ya pueden arreciar las críticas al gobierno en tiempos de crisis, ya pueden preguntarse los sesudos columnistas por el sentido de una institución caduca, ya pueden izarse las banderas republicanas… El hechizo del cuento de hadas pulveriza cuantos argumentos le salen al paso. 
Me da por pensar que, en el fondo, toda la pompa y boato de los príncipes casaderos se origina en el inconsciente. El ciudadano anónimo por un momento desea o envidia vivir como un príncipe/princesa. Imagina ser el protagonista de la ceremonia. Como en los cuentos infantiles el lector vive por ósmosis la aventura del protagonista del cuento. Lo mismo vuela, que se casa con una pareja adorable o tiene a sus órdenes a todos los conejos del Reino. Dejémosle, pues, que se libere del cepo de la rutina mientras no haga mal a nadie.   
En el caso británico resulta, además, que si la novia es una plebeya venida a más por la elección del príncipe, la realidad se acerca a la fantasía. Refuerza el conjunto el hecho de que años atrás, en Inglaterra, una princesa mítica también besó en la boca al hijo de la Reina frente a las multitudes hechizadas. Más tarde derramaría lágrimas por la traición del esposo. La gente la admiró por su belleza y generosidad. Esta princesa que murió en circunstancias oscuras y en plena juventud, es la madre del novio que será Rey un día. Perfecto coctel de amor, traición y tragedia.
En las esquinas de la mítica habitan princesas rotas, princesas surgidas de la plebe y príncipes deseosos de metamorfearse en reyes. Éstos llevan el pecho repleto de medallas, aquellas visten vestidos vaporosos. El mito, la fantasía, el deseo de un protagonismo imaginario habita el espectáculo de la boda real y aguijonea a la gente a invadir la calle para aclamar la proyección quimérica de sus propios sueños. 
El magnetismo funciona a pesar de las ideas de cada cual, de los partidos republicanos, de los chistes en los bares y los comentarios mordaces de los columnistas. Las bodas reales, precisamente porque recurren a un aparato excesivo y barroco, adquieren  mayor atractivo. El espectáculo del exceso otorga un plus de magia a la vida gris del ciudadano anónimo.