El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 29 de noviembre de 2013

Cuchillas en las vallas


A decir verdad, no hemos progresado gran cosa a la hora de convivir unos con otros y en un mismo terreno. El descendiente del homo erectus, enseñaba los dientes a la entrada de la caverna y despachaba los conflictos blandiendo un fornido tronco en las manos. El homo sapiens de la península ibérica, a las órdenes de un tal Rajoy, ha mejorado la técnica y sabe fabricar finas cuchillas que sitúa en lo alto de una valla para que corten manos y pies, vientres y espaldas a quienes osan traspasar terrenos vedados. 

¿Xenofobia en la aldea global? 

Ya pueden los bien intencionados exhortar al intercambio de culturas, a la aceptación, al pluralismo a la justicia repartida por igual. Nada de intercambiar culturas. Eliminar la ajena es lo que priva. Sin embargo, las pruebas son más que evidentes: en casa del ciudadano medio se encuentra algún producto de ornamentación fabricado en Taiwán, una computadora procedente de Estados Unidos, una radio ideada en Japón, un reloj diseñado por dedos suizos. 

Dicen que en muchos locales de España se baila el ritmo de salsa y de merengue, mientras en Rusia mueven el esqueleto al son de música americana. Cuando al ama de casa no le alcanza el tiempo para cocinar el esposo se desplaza hasta la esquina para comprar un plato de arroz chino, incluida la salsa de soya. Ah!, y los ciudadanos del planeta tierra tratan mayormente de aprender el inglés para entenderse con sus semejantes de otros países. 

No obstante, todo ello acontece simultáneamente con el surgimiento de bandas locales xenófobas y clanes que ven en todos los frentes ataques ofensivos al honor del país, la bandera y los próceres. El caso es que todo ello resulta de nuevo compatible con las antenas parabólicas, las autopistas de la información, el diluvio de celulares. Nadie es capaz de ponerle dique a este proceso de mundialización. 

El trasiego de los migrantes 

El intercambio cultural y técnico se debe, al menos en buena parte, al continuo trasiego de los migrantes. Estos son, muy en particular, los que se echan la maleta al hombro para abordar el avión o la yola. Los de Melilla tienen que despojarse de bultos y mochilas porque las cuchillas que culminan la valla exigen agilidad y rapidez, lo cual no es compatible con un equipaje pesado. 

¿A qué estas ganas de transitar de un lugar a otro? Está claro, para ir a donde se viva mejor. Donde trabajando menos se pueda conseguir más. ¿Quién podrá reprocharles un tal comportamiento? Bien es verdad que, en el proceso, se difuminan valores y el país pierde brazos y cerebros, pero no todo el mundo tiene madera de héroe ni ha nacido para ser un prócer de la patria. 

Naturalmente, los que viven más o menos tranquilos en su propio país, no ceden el lugar de buenas a primeras. Miran a los recién llegados como intrusos que conviene mantener a raya. Entrará en juego el miedo a perder el trabajo, la identidad, la tranquilidad. Los que vienen son los otros y los otros siempre dan miedo hasta tanto no pasan a ser conocidos. 

Los ciudadanos xenófobos y demagogos se prestarán de buen grado a atizar y divulgar los miedos y las eventuales amenazas encarnadas por los migrantes. Llamar a la guerra patriótica suele encontrar oídos bien dispuestos. En ocasiones incluso ofrece buenos dividendos. Los gobernantes, en cuanto las cosas les salen demasiado mal, no suelen dudar en pulsar la tecla patriotera. Entonces la gente mira a otra parte, que es justamente lo que interesa al mandatario. Así le dejan tranquilo. 

Ahora bien, por más barreras que se levanten y por más obstáculos que se acumulen contra los inmigrantes, éstos empujarán y acabarán derribando, de uno u otro modo, las barreras que les impiden el paso. Por tierra o por mar, falsificando pasaportes o sobornando funcionarios, las corrientes migratorias seguirán en aumento. La gente no suele dejarse morir por inanición. 

¿Multiplicar barreras o asumir diferencias? 

Llegados a este punto, cabe optar por dos alternativas. La primera, construir una sociedad de grupos y ghettos donde se multipliquen las barreras físicas y culturales, donde se evite al que tiene otro color de piel, come alimentos extraños y habla con acento inhabitual. La segunda, esforzarse por crear sociedades en las cuales las diferencias se vayan asumiendo paulatina, gradual, armónicamente. 

La primera opción es la que exige menos creatividad y la más extendida. Hay países que exigen pasaportes, visas y otros documentos. Tienen a un nutrido ejército vigilando la frontera y exigen examinar las maletas en la aduana. Los policías se dedican a rastrear ilegales por las ciudades del país. El observador atento, de todos modos, olfatea una fuerte dosis de violencia soterrada en todo ello. En algún momento estallará de forma brutal. Entonces algunos se asombrarán impúdicamente y con una buena dosis de cinismo pedirán más mano dura. 

Bueno será enterarse de la actualidad política y social de otros países. Es aconsejable conocer otras culturas. No está de más acercarse a quien tiene la piel de otro color y abrir el oído a sus inquietudes. Con todo lo cual quizás a alguno le dé por escuchar las razones del corazón. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

El Vaticano II desde el retrovisor



A lo largo de los pasados meses hemos recordado que se cumplieron 50 años desde la convocatoria del Concilio Vaticano II. El próximo día 24 se cierra el llamado “año de la fe”, en el cual se conmemoraba también este acontecimiento. Durante este tiempo me han solicitado unas cuantas charlas sobre el mismo. En el arciprestazgo al que pertenece el Santuario de Lluc en Mallorca (Lluc-Raiguer), en el del centro de la isla (Es Pla), en el Instituto de Ciencias Religiosas de Barcelona, etc. También he escrito en este mismo blog algunas entradas meses atrás. 

Después de recordar, leer los documentos y numerosos comentarios sobre los mismos, unos párrafos del excelente profesor jesuita -también misionero entregado a los pobres en América latina- de nombre Víctor Codina, me ha ayudado a aflorar unos pensamientos que no terminaban de cuajar. 

Al observar el Concilio Vaticano por el retrovisor cambia bastante el juicio que hago del mismo hoy en día. Sigo creyendo que su desarrollo y su impacto en la sociedad fue enorme y, de no haberse dado, la Iglesia actual estaría mucho más desdibujada y extraviada en medio de la crisis o tsunami que padece. Se trató del acto de magisterio más importante posterior al Vaticano I, del cual se cumplían casi cien años. Incluso el presidente De Gaulle afirmó sin reparos que se trataba del mayor acontecimiento del siglo XX.

Cambios extraordinarios

Desde el retrovisor, y tras los extraordinarios cambios que ha sufrido nuestra sociedad, el Vaticano II ya no tiene la fuerza ni la ilusión que despertó en sus inicios. Después de la revolución del mayo del 1968, que cambió tantos paradigmas y despojó de prestigio a la autoridad, las cosas nunca volvieron a ser igual. 

Desde entonces se vino abajo el muro de Berlín con todas las derivaciones ideológicas y económicas que ello supuso. Se derrumbaron las torres gemelas de Manhattan. Aconteció la revolución feminista, la píldora anticonceptiva cambió el ritmo y las posibilidades de vida de las mujeres. 

Se habló una y otra vez de postmodernidad, la globalización y la crisis económica. Las nuevas tecnologías de la información avanzaron con paso formidable. Sobre el tapete de la discusión se instaló el cambio climático, los avances en biología, los indignados… Y todavía más, sin pretensiones de ser exhaustivos: la colonización en África toca a su fin. Las brisas de la primavera árabe recorrieron los países del Norte de África.

¿Cómo no iba a afectar todo ello a nuestra época y nuestra convivencia, nuestras ideas, planes y sentimientos? ¿Y por qué la religión iba a quedar al margen?

Recuerda el citado Víctor Codina que hubo un tiempo en que el slogan decía: Cristo sí, Iglesia, no. Se dio un paso más y se formuló así: Dios sí, Cristo no. Otro paso y se escuchó decir: Religión sí, Dios no. Ahora transitamos el último eslabón: Espiritualidad sí, religión no. Y ciertos escritores, numerosos usuarios de las redes sociales, comentaristas de los diarios digitales, se han contaminado de una total antipatía a cuanto se relacione con el elemento religioso. Parece dispararles el dispositivo del insulto, la mordacidad, la dureza, la agresividad…

Retos radicales y definitivos

Un tal ambiente repercute en los creyentes. Unos se esconden, otros disimulan, los de más allá se llenan de dudas e interrogantes. ¿Qué sentido puede tener reanudar el debate sobre determinados ritos litúrgicos, la reforma de la Curia vaticana, la disminución de la práctica religiosa, la comunión de los divorciados, el celibato sacerdotal y la ordenación de la mujer?

Abórdense si es oportuno y yo confío en que algún fruto se recogerá. Pero los retos son mucho más radicales. La pregunta ya no hay que dirigirla a la Iglesia interrogándola acerca de qué dice de sí misma. Este interrogante fue válido hace medio siglo y en consecuencia todo el Concilio gravitó a su alrededor. Pero hoy la gran pregunta a formular es qué dice la Iglesia acerca de Dios. 

Escribía el ya fallecido teólogo K. Rahner, considerado por muchos el más eximio del siglo XX, que el futuro no preguntará a la Iglesia por la estructura y estética de la liturgia, ni por cuestiones discutidas en teología, ni por el comportamiento de los curiales romanos. Preguntará por el misterio inefable de Dios. Al menos, añado yo, lo preguntarán quienes todavía mantengan papilas para saborear el misterio y no lo arrinconen con ademán prepotente (y estúpido).

Nos encontramos en un momento histórico caótico en el cual muchos creen que no hay verdad, ni existe justicia y la libertad es un fraude. A la Iglesia le corresponde volver a las fuentes del Evangelio, rescatar la figura del Jesús histórico y hacer la experiencia de Dios. Una experiencia que camina en paralelo con la de los pobres, marginados y desesperanzados de nuestro mundo. 

Acabo con una cita del mencionado teólogo V. Codina: No nos engañemos, ni caigamos en la tentación de tocar violines mientras el Titánic se hunde. La Iglesia ha de ser una comunidad mistagógica, una comunidad hermenéutica, que sea mediadora y no obstáculo para el encuentro con el Dios de Jesús y con los pobres.


domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Prensa rosa o prensa marrón?


Reconozco que en ocasiones cedo a la tentación del zapping. No muchas, porque los momentos que paso ante la TV son más bien escasos. Y entonces escojo el menú sin esperar ofertas ajenas. Incluso diré que soy selectivo: sólo acepto los platos que contienen noticiaros o el fútbol del Barça.  
Pues en uno de esos deslices dedicados al zapping asomó por la pantalla un panel de señores en torno a una mesa solemne, bien iluminada y con numerosas cámaras enfocando desde diversos ángulos. Supuse que estaban debatiendo algún tema interesante sobre nuestra sociedad. Las apariencias lo daban a entender. Pues las apariencias engañan, como es bien sabido.  
Al cabo de unos segundos caí en la cuenta de que el debate no versaba precisamente sobre economía, política o espiritualidad. Los protagonistas eran personajillos de los que pululan por las revistas llamadas del corazón. Los sesudos panelistas -hasta se diría que de gesticulación grave- investigaban si había tenido lugar el ayuntamiento de un individuo de la farándula con otro compinche.
Era de admirar los argumentos que sacaban a colación para defender las respectivas hipótesis. Se enfadaban cuando otro les contradecía. Tal parecía que les herían en lo más hondo su dignidad personal. De vez en cuando un mini-reportaje relacionado con el tema imponía una pausa a la vez que añadía más leña al fuego. Los participantes discutían, levantaban la voz, se formaba un guirigay que el moderador no lograba atajar. Un observador ignorante del asunto de seguro supondría que se estaba tratando un tema de gran enjundia y pasión.  
Me permito hacer algunas precisiones. Quizás no habría que referirse a la prensa rosa al tratar las cuestiones de parejas que se juntan y desjuntan, que hablan mal de sus rivales, que se ofrecen a los platós de TV para criticar, murmurar o testimoniar falsedades de vidas ajenas. La prensa rosa remite a cuentos de hadas, aves que cantan y vuelan entre nubes rosáceas.  Resultaría más apropiado hablar de prensa marrón que más fácilmente induce a pensar en montajes, rencores, envidias, calumnias y toda clase de elementos putrefactos. Sí, la prensa marrón remite a cavidades intestinales y emanaciones deletéreas.
Pues si de tales materias trata la prensa marrón, se preguntará el lector por qué abundan tanto estos programas en los canales de TV. Fácil respuesta: porque todo ser humano mantiene algún desagüe interior que requiere ponerse en funcionamiento. Y a fe que algunos no le dan descanso al sumidero. Abundan también porque muchas vidas vacías requieren llenarse de otras vidas que se exhiben sin pudor.
Y, por supuesto, abundan tales programas porque engrosan las cuentas corrientes de la emisora, del Director del panel, de los tertulianos, de los difamadores, de la víctima difamada en el banquillo, etc. Todo el mundo saca sus buenos beneficios. 
Los chismorreos de hoy y de ayer
La curiosidad, los rumores, los chismes y el chismorreo no son cosa de hoy. Acontecen desde tiempos inmemoriales. Se dan en el pueblo, la oficina, la escuela, el restaurant. Existe mucha gente con el instinto del chismorreo.
Tiempos atrás este proceder se personificaba en alguna típica mujer mayor del pueblo, bien conocida, que estaba al tanto de la vida de sus vecinos y nada le escapaba de sus conductas. Luego desembuchaba a los oídos de quien quisiera escuchar lo que había conseguido recoger, junto con los comentarios de otros a quienes no desagradaba linchar al prójimo. La susodicha señora no desaprovechaba ocasión para asomarse a cualquier ventana, ni le hacía ascos al menor caudal de información que tuviera al alcance.  
Esta celestina fisgona y entrometida irradiaba incluso un cierto encanto folklórico, mientras no se excediera. También es verdad que, mirada la situación desde otro ángulo, más bien daba pena. Pero resulta que hoy día no es una mujer mayor la mirona que recoge datos para intercambiar con la vecina. Hoy el asunto ha tomado proporciones gigantescas. Un pelotón de periodistas se dedican profesionalmente al poco honroso oficio de meterse donde no les llaman. O quizás sí que les llaman… y entonces todavía peor.
Como fuere, la situación ya no tiene el menor encanto. Más bien induce al vómito. Ya no es una vecina del pueblo la que fisgonea por la necesidad de llenar su vacío existencial con el chisme de vidas ajenas. Ahora las cámaras de TV, los periodistas, los banqueros, las casas comerciales a través de la propaganda, persiguen los chismes, devaneos y amoríos de los llamados famosos.

El espectador acaba interesándose por el divorcio de la señora X y la infidelidad de su cuñado. Participará en la encuesta que solicita opinión acerca de si unos inquilinos de revistas satinadas llegaron a la intimidad sexual o no. Incluso discutirá con su vecina acerca del comportamiento del duque N. o del nuevo rico X. Con todo lo cual se pone en marcha un torrente de verborrea insustancial, insípida y trivial. Nos hallamos en plena vacuidad existencial.