El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 21 de junio de 2018

Ocultismo


El párrafo ha salido de los labios de un elegante ejecutivo, vestido a la moda, de gesto afable. Nada de largas barbas, vestimentas estrafalarias o miradas vidriosas en el vacío: 
A nosotros, los hermanos, nos tocará sacar al pueblo selecto que vivirá en un lugar escogido hasta que la tierra esté nuevamente en condiciones de ser habitada. De los mares surgirán nuevas tierras y cuando un doble arco iris resplandezca como señal de una nueva alianza entre Dios y los hombres, pasaremos el pueblo selecto a habitar nuevas tierras y nuevos mares...
Aseguran los gnósticos o los teósofos que tenemos muchos más cuerpos que el físico y que el astral (que ya es mucho asegurar...) Certifican que existen muchas más dimensiones de las que normalmente percibimos.
Dicen que los órganos exteriores de la vista, el tacto, el oído y el gusto son erróneamente tomados por el ignorante o el insensato por los verdaderos órganos o sentidos. Pero aquél que se detenga y piense —explican, convencidos— tendrá que reconocer que los órganos exteriores no son sino los intermediarios entre el universo visible y el verdadero oído interior.

Afirman muchas cosas maravillosas y enseñan su doctrina a los que desean salir de la ignorancia o la insensatez. Los que no tienen estas ocurrencias están irremediablemente perdidos. Lejos del autor de este escrito acusar de falsarios a quienes tales cosas dicen o practican. Aunque sí le desagrada que ellos usen con demasiada frecuencia los términos de ignorantes o insensatos referidos a los que no se sientan en la misma mesa.

El mundo está lleno de iniciados, de grupos selectos o simplemente crédulos, o tal vez con buen olfato financiero, o con hambre de sensaciones refinadas. Vaya usted a saber. De todos modos, nada hay que achacar a quien trata de profundizar y ejercer unas prácticas esotéricas. Que para algo está la libertad. Siempre y cuando el asunto no degenere en psicopatías o proselitismos de mala ley. Y, después de todo, posiblemente sea mejor esta actitud ante la vida que la de buscar el alcohol y el sexo como horizonte último.
Lo que ya uno comparte menos es que traten de secuestrar a Jesús de Nazaret sosteniendo, con toda seriedad, que Él era de los suyos. Precisamente una de las cosas que más convencen de Jesús es que él se sitúa al margen de cualquier ocultismo y esoterismo. Ni establece a su alrededor un grupo de iniciados, ni recurre a gestos extravagantes o revestidos de caracteres mágicos.

domingo, 10 de junio de 2018

Sin Biblia ni crucifijo


Los periódicos se apresuraron a dejar constancia de que la toma de posesión del jefe de gobierno del Estado español había prometido el cargo en una mesa sin Biblia ni crucifijo. Siguieron idéntico camino el resto de los ministros.


Unos lo celebraron y otros se escandalizaron. ¿Qué decir sobre el tema? Por una parte, sabe mal que un símbolo tan universal e incorporado en la cultura occidental resulte arrinconado. No sólo es cuestión de cultura. Jesús fue un hombre que dio la vida por tomar partido en favor de los humildes, los pobres, los sin voz. Fue un ser humano transparente, valiente, que apostó por construir una convivencia en la libertad y el amor.

Un crucifijo no hace ningún mal. Otra cosa es que se rastree la historia y se detecten numerosos actos de injusticia y de crueldad presididos por el crucifijo. Una presidencia contra la voluntad del crucificado. Una presidencia vilemnte forzada. En nombre de Jesús se han cometido muchas barbaridades, ciertamente. Pero no las cometió Él, sino hombres y mujeres que tuvieron la desfachatez de hablar en su nombre. Y quizás para sacar un provecho egoísta.

La Biblia y el crucifijo son símbolos universales de la fe cristiana. Ahora bien, enfoquemos también el aspecto positivo de la situación mencionada. En primer lugar, no se le puede reprochar al presidente ni a los ministros que actúen mal, dado que hemos convenido en que el Estado no es confesional.

En segundo lugar, pienso que el gesto contribuye grandemente a la clarificación y a la transparencia. Lo que interesa en un gobierno es que obre según justicia en sus decisiones y decretos. Recurrir a la Biblia y al crucifijo para tapar así multitud de corrupciones, indecencias y despotismos me parece de muy mal gusto. Se me antoja que es una manera de confundir a quienes tienen sentimientos religiosos y no gozan de muchas luces.

Años atrás sucedió una anécdota, que viene a cuento, en el Instituto al que pertenezco. Un encargado de la casa tenía necesidad de un cocinero. El hombre pedía consejo para acertar en la elección. En una ocasión le dijeron: el señor X es muy buena persona. Tiene una conciencia finísima y es de admirar su trato amable y respetuoso. Le respondió el encargado que le parecía muy bien el comportamiento de dicho señor, pero él iba en busca de un buen cocinero. Su buen hacer en la cocina era lo que le interesaba.

De un gobierno se espera justicia, imparcialidad, entereza y honestidad. Si no actúa de acuerdo con estos principios, la Biblia y el crucifijo sólo sirven para tapar el hedor de la corrupción, los favoritismos indecorosos y la manipulación. Quien tenga intención de actuar aviesamente, por favor, desembarace la mesa del juramento de todo símbolo religioso. Que cargue él sólo con las consecuencias de sus actos. No recurra a la hipocresía de unos símbolos para esconder su avidez y codicia.

Se me ocurre que ciertos procederes oscuros en realidad —y en sentido figurado— modifican la cruz y la convierten en una esvástica. Por lo demás, creo que en demasiadas ocasiones se pervierte la cruz erigiéndola en símbolo de poder y riqueza. Hay cruces de oro colgando en los cuellos de señoras ricas, vestidas a la última moda, que sirven como altavoz para proclamar la riqueza de la persona. Hay cruces de notable tamaño en las solapas de cardenales y obispos que tal vez hablan sin voz de lo poderoso que es su portador.

En los inicios del cristianismo el símbolo de la cruz apenas se usaba. Les avergonzaba a los creyentes un signo que recordaba la terrible muerte infligida a los criminales. El pudor les impedía pintar o esculpir la cruz en lugares públicos. Los seguidores de Jesús tardaron algunos siglos en digerir lo que significaba. Preferían el símbolo del pez o el del buen Pastor o la silueta del resucitado. En las catacumbas romanas no se hallan crucifijos ni crucificados.

La primera pintura de Jesús en la cruz corresponde a una blasfemia procedente del mundo pagano. La silueta de Jesús adopta la cabeza de un asno. ¡Qué disparate el de adorar a un Dios crucificado! Eso pretendía significar el dibujo.


¡Qué diferencia con nuestros tiempos! La cruz ha ido perdiendo aristas, se ha convertido en adorno o se solapa bajo el ansia de poder. Entonces ¿vale la pena mantener el crucifijo y la Biblia sobre la mesa del primer ministro y arriesgar que su proceder salpique dichos símbolos? A más de uno se le hará odioso el símbolo de la cruz y de la Biblia al contemplar el espectáculo de la corrupción que ofrece quien juró ante ellos.