El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 12 de diciembre de 2018

Cápsulas navideñas


Navidad de verdad


La navidad no debería convertirse en una leyenda, lo cual sucede cuando la imaginación popular desenfoca y deforma el hecho histórico. Se dejan al margen unos aspectos esenciales y se enfatizan otros secundarios. O se endulzan.

Nada de interesarse más por el buey y la mula que por el niño. Bien está que en el pesebre no falten los ríos de papel de aluminio ni los angelitos colgando de un hilo. Pero no degrademos el misterio de un seno repleto de Dios, de un niño dormido en un pesebre.

Antes de que la navidad fuera navidad se celebraba la victoria de la luz sobre la oscuridad. El solsticio de invierno. Pero la vida no consiste en un círculo que vuelve sobre sí mismo una y otra vez. El niño que nace en navidad crecerá, cambiará su entorno y morirá. Nada será igual. El cristianismo no es un círculo que se repite, sino una línea recta con un término bien definido.

La navidad tiene un estrecho vínculo con los dichos de los viejos profetas: las espadas deben convertirse en arados y los lobos ser capaces de comer junto con los corderos. Una utopía como la de aquel profeta más cercano que soñaba así: …llegará un día en que nadie se fijará en el color de la piel  El niño de la navidad también nos señala el camino de la utopía, pues nunca llegaremos a construir un mundo de total fraternidad.

Con un poco de imaginación y buena voluntad tal parece que los transeúntes levitan. Los ángeles se multiplican en navidad.

Una asociación acertada: el Niño Jesús es la estrella que conduce al creyente a lo largo de la aridez del día a día. El chisporroteo de la estrella habla de la navidad y estimula a ensanchar el corazón.

La navidad se concentra en el corazón

Ni las esferas colgadas en el árbol, ni la nieve donde arrecia el frío, ni las leyendas de Papá Noel deslizándose por la chimenea consiguen despertar la verdadera alegría navideña. La Navidad auténtica empieza en el corazón de la persona y continúa en la generosidad de compartir el gozo con otros.


Ni las esferas de colores colgadas del abeto, ni los pesebres cubiertos de musgo marcan la estación navideña. Habrá que recurrir mejor a una sonrisa inocente y transparente. Como la de un niño grande que no se ha contaminado de ambición malsana ni se ha intoxicado idolatrando el dinero.

Es conveniente tocar con los pies en el suelo. Por arte de magia la Navidad no mejora la moral de los ciudadanos ni hace más amables a los vecinos. O quizás los mejore instantáneamente y a nivel muy superficial. Los valores y deseos que anidan en el corazón de cada uno, éstos sí se reflejan en la Navidad.

El calor humano, las atenciones y el cariño no pueden fallar en Navidad. Porque no es la fecha del calendario la que llena el corazón de alegría, sino la alegría del corazón la que justifica la fecha.

Los más cálidos saludos se intercambian en la festiva temporada navideña. Se augura lo mejor para quienes se mueven a nuestro alrededor. En el fondo se pretende despertar los mejores sentimientos del prójimo.

Falsa navidad

Todo sea dicho. Hay a quien los días navideños se le antojan tristes y desean que pasen a la mayor velocidad. Quizás se sienten mal porque nada les vincula a quien debe ser el protagonista de la fiesta —Jesús— o tal vez los villancicos se le antojan demasiado melosos o no soportan la cercanía de algunos miembros de la familia, fácilmente irritables y permanentemente dispuestos a la discusión.


Algunas navidades celebran el consumo, el derroche y la ostentación. Mientras tanto el niño Jesús permanece encerrado en la habitación más oscura de la casa. Celebran el nacimiento del Niño sin Niño.  

A veces la Navidad inflama la oratoria. Tampoco es eso. ¿Qué les parece la frase de esta autora? ¿Qué es la Navidad? Es la ternura del pasado, el valor del presente y la esperanza del futuro. Es el deseo más sincero de que cada taza se rebose con bendiciones ricas y eternas, y de que cada camino nos lleve a la paz. (Agnes M. Pharo)

En ocasiones hay quien se embriaga con las palabras y pronuncia frases con escasa moderación. Por ejemplo, un conferencista decía: navidad es una conspiración de amor. Tampoco hay que pasarse porque del dicho al hecho hay un trecho y un refrán dice que de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso.  

Una navidad sin límites

El sentimiento genuino de la Navidad debiera durar los 365 días del año. No en vano Harlan Miller anhelaba repartirla en doce jarros para destapar uno cada mes del año.

La Navidad empieza antes del día 25 de diciembre. Mucho antes imagina uno las fiestas que celebrará con los amigos, el calor del hogar, los días festivos, la familia en torno a la mesa.

El punto de referencia de la Navidad no es el 25 de diciembre ni la estación invernal. La fecha tiene que ver con la alegría compartida, la emoción sostenida y la firme creencia de que es posible vivir más fraternalmente.

Ambientación navideña

Los deseos de paz y felicidad surgen a borbotones en la temporada navideña. Se repite mil veces el deseo de que los mejores sueños se hagan realidad, que la ilusión brille en el hogar y que los abrazos sean más intensos y calurosos que en el resto del año. ¡Feliz Navidad!


¿Será verdad que las estrellas intensifican su brillo y los crudos días de invierno —que no en el trópico— se vuelven más cálidos simplemente porque es Navidad? Seguramente que no, pero dejemos que los sueños y las ilusiones atropellen la lógica y la evidencia por unos días.

Cierto que en el aire se respira la magia de la fecha navideña. Las luces que guiñan el ojo al caminante en las avenidas de la ciudad ayudan a crear este ambiente de encantamiento. De ahí el tráfico abundante de buenos deseos y bendiciones.

La luz de los grandes almacenes, la silueta iluminada del árbol navideño, los villancicos que se escuchan en el fondo de la sala, el incienso que se esparce en la Iglesia… Todos estos ingredientes —que también son sensaciones— van configurando la navidad. El envoltorio, una amistosa sonrisa.

No sé por qué las estrellas juegan un papel destacado en la época navideña. Quizás por la asociación con la estrella de los magos. O porque muchas noches invernales muestran todo su caudal de lucecitas chisporroteantes en el cielo oscurecido.

Navidad en familia

Navidad es un momento especialmente propicio para acercarse a aquellos que la vida ha ido distanciando. Estén lejos o estén cerca. Sea el tiempo o la geografía los culpables de la distancia o las sospechas y rencores que se han ido acumulando.

Crean un ambiente de fiesta y delicadez los regalos debajo del árbol. Pero si la familia que habita la sala mantiene rencores y discusiones, toda la decoración se arruina. La familia desunida amarga la navidad. 

Cierto. La Navidad aporta un plus de calor familiar, de deferencia y delicadeza hacia nuestros prójimos. Así lo afirma la actriz inglesa Joan Winmill Brown: Cuando llegue el día de Navidad, nos viene el mismo calor que sentíamos cuando éramos niños, el mismo calor que envuelve nuestro corazón y nuestro hogar.

Charles Dickens escribió abundantemente sobre la Navidad. Una de sus frases dice así: Feliz, feliz Navidad, la que hace que nos acordemos de las ilusiones de nuestra infancia, le recuerde al abuelo las alegrías de su juventud, y le transporte al viajero a su chimenea y a su dulce hogar.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Una despedida inevitable

El útimo escrito que he mandado a la revista "Amigo del Hogar", revista dominicana de carácter relihgioso y formativo és el que sigue a continuación.

 Tras 24 años de colaboración en las páginas de la revista “Amigo del Hogar”, ahora toca hablar de despedida. Todo tiene su tiempo y su hora, leemos en el Eclesiastés. Tiempo de nacer y tiempo de morir, de plantar y de arrancar. Y así el autor va enumerando acciones y actuaciones que tienen un comienzo y un final. Sí, 24 años escribiendo en la revista. Lo compruebo revisando los artículos que he guardado celosamente. Una primera etapa abarcó los años 1983 a 1996. Una segunda etapa se desplegó a lo largo de los años 2007-2018. Aparte la columna mensual, también escribí sobre diversos temas sueltos que el director me solicitaba.
Cuatro cabeceras
Recuerdo, al menos, cuatro grandes apartados bajo los que se cobijaron la mayoría de artículos, unos 270, según mis cálculos. El primero de ellos rezaba así: “cartas indiscretas”. Ya desde el inicio confesaba, pues, que en algún momento pisaría la raya de la prudencia a fin de poder decir cosas que quizás no eran política o eclesialmente correctas, pero que consideraba necesario expresar.
El segundo aparatado se refería a “personajes de ayer, entrevistas de hoy”. Trataba de rescatar para la actualidad algunos grandes hombres —o mujeres— de la literatura, la música u otros campos. En un diálogo ficticio, intentaba recoger su línea de conducta o pensamiento para dar con el camino más adecuado en el momento.
Tercera cabecera, “las razones del corazón”. Se trataba de ir desgranando temas de interés para sacar a la luz valores de conducta. Evitaba una catequesis explícita. Pretendía conducir de la mano al lector hacia patrones de comportamiento a través de la narración. Estos escritos fueron los que más larga vida obtuvieron.  
Último apartado: “cápsulas para un vocabulario cordial”. Ha durado un año justo el conjunto de estos artículos. Han tenido una vida breve. La intención que les dio a luz fue la de vincular los frutos de amistad, paz y convivencia a determinados conceptos y valores, tales como la sencillez, la nostalgia, la paz, la paciencia, la sensibilidad… Aprovechaba también algunos refranes o frases de autores para remachar la idea.
Todo tiene su tiempo. En la actualidad el horizonte final parece haber acelerado el paso, mientras que la salud lo va rezagando. Así es que conviene repensar los objetivos y reestructurar las prioridades. Todavía llevo algunas actividades entre manos que resulta difícil transferir a otros más jóvenes. Es sabida la escasez de sacerdotes y religiosos. Vivo en un Santuario —el de Lluc, Mallorca— muy visitado y que requiere de algunas tareas ineludibles. La columna en “Amigo del Hogar” de seguro que encontrará a jóvenes del país con talento e ilusión y dispuestos a dar un paso al frente.
Agradecido a los Dominicanos y a la Revista
Entre mi Congregación y la de los Misioneros del Sagrado Corazón hay una real y fluida amistad. Somos buenos amigos, no faltaría más, pero se trata de dos congregaciones distintas. Lo digo porque el título es parecido y sé por experiencia que las confusiones han abundado. Aprovecho para agradecer a todos ellos el altavoz que significa la revista a lo largo de muchos años. Y muy en particular que no me retiraran el micrófono cuando algunas voces procedentes de la autoridad —y pienso que también del autoritarismo— presionaban para silenciarme.
Llegué a República Dominicana hace ya 36 años. Corría el 1982 cuando supe de primera mano lo que significaba el calor tropical. Fui testigo de la pobreza de algunos barrios marginados. Muy particularmente por los parajes del ensanche Altagracia de Herrera. Mantengo grabada en la mente la famosa “esquina caliente”, confluencia de vehículos, de encuentros humanos, de ventas de comida, de pequeñas y grandes conspiraciones…
En el trópico experimenté la acogida de la gente, miré de frente la crueldad de la pobreza extrema y compartí la impotencia de algunas madres y abuelas que veían morir a sus hijos a causa de cualquier leve enfermedad. Observé también el contraste de lo que acontece en los barrios ricos y los rincones periféricos de la ciudad. Me caló como un estigma invisible que ya no me ha abandonado.
Con el paso de los años, y por los motivos del autoritarismo a que me refería, pasé a la hermana isla de Puerto Rico. En ambos lugares estuve dedicado a la docencia de la teología y al ejercicio de la pastoral. Más intensa fue la pastoral en República Dominicana, más relieve adquirió la teología en Puerto Rico. Incluso ejercí por cuatro años como Decano de la Facultad de Teología de los Dominicos en Bayamón.
Tras un paso breve por Madrid y Barcelona, ocupado en tareas de la Congregación a la que pertenezco, aterricé hace más de siete años en el Santuario de Lluc (Mallorca), el más visitado de las islas Baleares. Ahí permanezco.
Los vínculos con los habitantes de Dominicana se han hecho sólidos y permanentes a pesar de la distancia. Uno de estos lazos, si no el de más peso, es el de la revista Amigo del Hogar en la que he colaborado puntualmente y sin falta, en dos etapas, a lo largo de 24 años.
De todos me despido muy cordialmente. Y vayan mis mejores deseos de un progreso sano y fraterno para el país, para la Congregación de Misioneros del Sagrado Corazón y para la revista. Dios quiera que terminen las humillantes desigualdades entre los habitantes de la República. Sé que los buenos deseos tienen corto recorrido, pero cuando no se puede cambiar la situación, bueno será expresarlos con la mayor intensidad.

viernes, 16 de noviembre de 2018

El acierto de una Jornada mundial de los pobres


A lo largo del año tropezamos con muchos días dedicados a una causa que interesa a la humanidad, un pueblo o una Institución. En la Iglesia se detectaba un vacío. El Papa Francisco, que ha demostrado un interés genuino por las personas humildes y sin voz, ha querido establecer una jornada que nos recuerde su existencia. La primera jornada tuvo lugar el 19 de noviembre del pasado año.


La II Jornada se celebra el próximo domingo 18 de noviembre. Es del todo lógico que se tenga bien presente a lo largo y ancho de nuestro mundo. Porque Jesús se interesó grandemente por los pobres. Diferentes categorías y rostros de pobres: los que no tenían para comer, la viuda que sufría la muerte de su hijo, los que esperaban que alguien les diera trabajo, los que no tenían voz, los discriminados…

El vacío que deben rellenar los pobres

El objetivo de la Jornada invita a tener entrañas de misericordia ante el sufrimiento de tanta gente. Sabemos de las largas filas de exiliados en nuestro mundo, de la gente en los cinturones de las ciudades que lo pasa muy mal y no son pocos los que duermen en la calle.

Si no hay sintonía con la persona que sufre resulta inútil tratar el asunto de la misericordia.  Uno dirá que éste no es su problema y el otro mirará hacia otro lado. Es absolutamente necesario que de nosotros los cristianos se pueda decir, como de Jesús: "se le conmovieron las entrañas" cuando tropezamos con las carencias de nuestros hermanos.

Ningún cristiano debería ignorar a los pobres. Si tal vez ya no puede vivir con ellos —y menos como ellos— al menos sí debería tener una opinión favorable hacia este colectivo. No poner de relieve sus defectos, sino crear una opinión para que las instituciones públicas se esfuercen en reducir su número y propiciarles una vida menos dura. Y, por supuesto, loable sería que cada ciudadano compartiera cuanto está en su mano.


Los pobres son una categoría teológica incluso antes que social o política. Jesús alaba el corazón de los que no viven soñando en cuentas corrientes ni lujos. Bienaventurados los pobres, proclama desde la cima de la montaña. Ellos no tienen que defenderse de los otros porque poco les pueden sustraer. Y si es verdad que a veces son crueles entre ellos mismos, también lo es que el instinto de supervivencia puede nublar la mente cuando ronda el peligro de morir por inanición.

Las enseñanzas que proceden de Jesús y la mejor tradición de la Iglesia claman acerca de la preocupación por los pobres. "La pobreza tiene rostro de mujeres, hombres y niños explotados por intereses viles, pisoteados por la lógica perversa del poder y el dinero... la pobreza es fruto de la injusticia social. "(Francisco).

La misericordia, la sensibilidad hacia quien sufre, interpela desde hace muchos siglos a los cristianos. El Antiguo Testamento describe a Dios diciendo que es fiel y misericordioso. Escucha el clamor del pueblo esclavizado. Los profetas son portavoces del Dios bueno y no retroceden a la hora de censurar a los gobernantes que actúan con dureza de corazón. El mesianismo no es sino la promesa de que un día el Rey —el verdadero Rey: Dios en último término— pondrá las cosas en su lugar, es decir, hará justicia a los pequeños y humildes.

Jesús experimenta la misericordia ante las multitudes, pero también cuando encuentra a la viuda que lleva al hijo al cementerio e igualmente cuando observa el dolor de Marta y María frente a su hermano muerto. Entonces estalla en sollozos. Él es el buen samaritano que no pasa de largo. La reacción que provoca en Jesús al sufrimiento ajeno, particularmente el generado por la injusticia y la prepotencia, es lo que vertebra toda su forma de actuar, de predicar y orar. Son numerosas las páginas del evangelio en las que Jesús se acerca a los que sufren y los alivia de sus penas.

Una enseñanza que viene de lejos

La tradición cristiana lo expresa acertadamente cuando afirma que el fundamento de la vida y la espiritualidad se encuentra en el amor. Bueno será, sin embargo, concretar un poco y añadir: en el amor coloreado de misericordiosa. Porque hay amores egoístas, prepotentes y falsos. El camino hacia el auténtico amor cristiano va cogido de la mano con la misericordia. Como sucede con el Padre de la parábola: un padre con corazón de madre. No pregunta, no pide, no regaña. Un corazón hecho de pura fibra maternal.

Para conseguir un corazón generoso y atento al prójimo hace falta, sin embargo, salir del pequeño mundo en que uno se va instalando. Hay que tomar en serio la misión, compartir, no tener miedo de que se recorte el dinero de las subvenciones o de las instituciones y personas que no ven con buenos ojos el afán por los inmigrantes, por la gente de la periferia, por los que carecen de trabajo y documentación ...

Tantas finezas generan mala conciencia a los ciudadanos que se consideran por encima de toda sospecha. Determinados juicios y actuaciones les estorban la digestión. Y, además, los excluidos podrían envalentonarse. Son muchos, podrían levantarse un día contra el orden establecido por la sociedad. La Iglesia vertebrada por la misericordia ya no se limita a ofrecer un vaso de leche al pobre que se muere en la esquina. Ahora pregunta, interpela, molesta ...

Todo lo dicho lo expresa de manera sencilla y elocuente la estampa del corazón de Jesús atravesado por la lanza en la cruz. Su corazón resume el misterio de un Dios hecho carne, un corazón que late y regala hasta la última gota de sangre a sus hermanos.

viernes, 9 de noviembre de 2018

La cara fea de la institución


Las mejores intuiciones se marchitan al poco tiempo, si no son cobijadas por algún cascarón que las mantenga a salvo de las inclemencias del tiempo. Se derrumban, si no se salvaguardan de la mala hierba que las invade. Las grandes ideas, las causas hermosas, deben ser revestidas de esta piel un poco áspera que es la institución. Sólo ella consigue que no se desvanezca el perfume del ideal originario. 

La institución se asocia a verdades bien definidas, jerarquías, normas, protocolos y oficinas. Lo cual resulta de ayuda para mantener a buen recaudo la semilla del proyecto inicial. Pero, a la vez, tiende a desfigurar, caricaturizar y dominar. Nace para amparar y termina por oprimir. Surge para custodiar y acaba por alterar los colores y la fragancia del sueño que le dio origen. Como el mito de Saturno, también la institución tiende a devorar a sus propios hijos.

Resistencia al cambio

Precisamente para evitar este proceso nefasto urge renovar cauces y estructuras de vez en cuando. Al cuadro se le acumula el lastre con el paso de los siglos y se hace preciso descostrar el lienzo. También la Institución requiere de renovación constante y más en nuestra época postmoderna que, en principio, sospecha de ella. 

Ardua labor la de quitar el polvo y abrillantar las paredes de la institución. Cuando ésta se halla fortalecida se resiste por sistema al cambio y arrolla al incauto que la cuestiona. Cuando alguien lucha por el cambio puede esperar reacciones duras y desproporcionadas del burócrata en defensa de la institución.


Me interesa señalar uno de los rasgos típicos de quien se identifica con la institución: su insinceridad. La gente de la institución —y más si ésta atrapa las capas profundas de la persona— exige que todo cuanto entre en conflicto con la verdad oficial sea eliminado de raíz.

Una tal postura conduce a múltiples aberraciones, entre las cuales, situar fácilmente al personal del entorno bajo sospecha. También hace el vacío y margina a cuantos plantean problemas y suscitan dudas. En bien de la institución, en nombre de la unidad, hay que arrinconarlos. Se les dirá, por ejemplo, que son unos amargados, que la ciencia hincha, que les falta humildad, que no entienden y no sé cuantas cosas más. Lo que no conviene decir es que alguien se beneficia a manos llenas de esta artificiosa y peculiar unidad construida a la medida.

Domesticados y sumisos

La institución tiende a globalizar, a totalizar, a atrapar y domesticar. Sabe a quién premiar y a quien castigar dado que con anterioridad se ha procurado los recursos para ello. De manera que algunos de sus miembros quizás rechazan determinadas opiniones o puntos de vista, pero guardan las formas y se someten exteriormente.

Una vez domesticados, hombres y mujeres tienen respuestas claras y precisas para todo. Se comprende. Quien se sale de la verdad oficial puede prepararse a ser tratado como la oveja negra de la familia. Y si esperaba hacer carrera, despídase de subir ulteriores peldaños. 

Y así se dice una cosa mientras se cree la otra. El hombre de institución aprende rápidamente que la verdad es peligrosa. Por consiguiente, la mantiene a buen recaudo. A quienes mandan hay que decirles lo que quieren escuchar y disfrazarles la verdad. Importa lo que se dice, no lo que se piensa. Lo lamentable de la cuestión es que los efectos más notorios de la enfermedad del burócrata —cerrazón e insinceridad— no los padece tanto él mismo cuanto la gente de su entorno. 

La cuestión es de gravedad suma. La insinceridad penetra por todos los poros de la institución. Muy pocos disponen de la energía suficiente para denunciar lo que acontece y ponerle altavoz a los rumores. Al contrario, la mayoría sigue repitiendo las verdades establecidas, las que halagan los oídos de las autoridades de turno. 

El clima de insinceridad generalizado no es abono adecuado para el progreso, no atrae las mentes más lúcidas ni las almas más apasionadas. Más bien cansa el corazón, y le lleva a perder toda flexibilidad. El corazón del burócrata está vendido al mejor postor. Cerrado a cal y canto, apenas conoce los auténticos sentimientos. Los prójimos se le antojan adversarios que quieren desbancarlo de su sillón.

domingo, 28 de octubre de 2018

Cuando la justicia se desprestigia


No me resultan agradables los textos jurídicos. Se me antojan pesados, fastidiosos y pedantes. A pesar de que existe un movimiento en pro de la modernización y simplificación del lenguaje administrativo, por lo general los magistrados hacen caso omiso. Creo no pecar de mal pensado si en muchas ocasiones los administradores de la justicia buscan expresamente complicaciones gramaticales, se solazan en párrafos de extensión exagerada, buscan las palabras más altisonantes para así demostrar su ciencia, más allá del común de los mortales.

Deben pensar que es justo que quede constancia de ello. Además, si todo el mundo pudiera entender sus interlocutorias (vaya palabrejo, para empezar) no desprenderían el aura de misterio que patrocina su túnica, su toga y sus adornos de puntilla en la bocamanga (que, por cierto, se llaman puñetas, según el diccionario).

Una sentencia vergonzante

De todos modos, no han sido motivos estéticos los que me empujan a emborronar este espacio. No, ha sido la indignación que me ha producido la paralización de la sentencia del supremo respecto del asunto de las hipotecas.  Como sabrá el lector, una sentencia cambió la ley vigente. Ya no será el cliente hipotecado quien pague los costos de la documentación jurídica, sino el banco que es quien realmente tiene interés en tales documentos.

De ahí que, a pesar de mi alergia a los textos jurídicos voy a citar el artículo 117 de la Constitución Española. En este caso no resulta tan difícil su comprensión.  Dice así: "la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por Jueces y Magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley".

No ahorra adjetivos solemnes, enfáticos y hasta pomposos: los integrantes del poder judicial son independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley.


Sin embargo, los magistrados atendieron a la “enorme repercusión económica y social”. De manera que el presidente de la Sala consideró que había que dejar sin efecto la sentencia. Quien sepa leer entre líneas —un ejercicio de lo más conveniente— entenderá que la enorme repercusión económica se reflejó en la bolsa y la sintieron en sus carnes los banqueros.

Hasta ahí podíamos llegar. A los banqueros no les gusta salir en público. Escasean las conferencias que pronuncian y son muy parcos a la hora de conceder entrevistas. Al contrario que los políticos, por cierto. Sin embargo, saben defender muy bien sus intereses cuando les pisan el callo. Porque ellos tienen el dinero, por tanto, el cebo con el que dirigir y mantener a buen recaudo a políticos y magistrados. Desde la  penumbra de sus despachos se ponen ceñudos, pulsan teléfonos exclusivos y hasta ocurre que sueltan palabras gruesas si el interlocutor no acata su sugerencias e inclina el espinazo.

Es lo que pienso y que sostiene toda lógica. ¿Por qué se iba a suspender la sentencia? Este nefasto episodio protagonizado por los magistrados y estimulado por los banqueros  es injusto e indignante. Uno había escuchado siempre que los jueces y magistrados sólo tenían por norma la ley desnuda, sin aditamentos. Ahora resulta que con el rabillo del ojo también atienden a las repercusiones económicas de sus decisiones. Y son muy capaces de volver atrás contraviniendo las palabras solemnes de la tan cacareada constitución.

Dama justicia prostituida

La constitución es un gran referente para los jueces cuando se trata de mantener a políticos catalanes presos, los que mucha gente de prestigio, fuera de España, entiende que no debieran estar entre rejas. Es la palabra definitiva para consagrar la inviolabilidad del Rey y el aforamiento de muchos miles de políticos. Pero a la constitución se la pisotea cuando exige que todo ciudadano tenga una casa y cuando manda que los jueces sólo dependan de las leyes, sin atender a los cantos de sirena de los poderosos.

Después de este espectáculo, ¿qué credibilidad puede mantener la justicia? Y lo escribo con pesar, dado que alguien debe administrarla para que la sociedad no se precipite en el darwinismo, para que no se convierta en una jungla donde se impone la ley del más forzudo.

Por si fuera poco, publican los periódicos que se dan ascensos inmerecidos y hasta irregulares en el engranaje de la justicia. Sabemos que no es casualidad que a uno le toquen determinados casos muy mediáticos. Se nos dice una y otra vez que la justicia es imparcial y al margen de toda presión, sin embargo, a los partidos no les da igual elegir a uno u otro magistrado. Muy al contrario, se generan soterradas batallas para conseguir a quien detenta un determinado nombre y apellido. ¿Cómo es posible si los jueces están por encima de toda sospecha?

Cuando se dice que la justicia es ciega se pretende significar que no mira a las personas, sino a los hechos objetivos que proceden de tales personas. Desde hace unos cuantos siglos se representa a la justicia con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. Un símbolo que habla con elocuencia: la justicia castiga a quien delinque, sin distinciones, no atiende al miedo ni las amenazas. No tiene en cuenta el dinero ni el poder del delincuente.

A la vista de los últimos espectáculos quizás habrá que interpretar el símbolo de otro modo. La ajusticia es ciega, se niega a mirar de frente los delitos. Si tiene los ojos vendados mantiene los oídos bien abiertos para escuchar el siseo de los poderosos a fin de seguir sus indicaciones. Con la espada ataca al que más se acerca a la justicia confiando en su equidad. El malhechor sabe ponerse a buen recaudo. La balanza significa el equilibrio, el razonamiento, la búsqueda de la mayor rectitud en la sentencia. Pero hay balanzas trucadas que engañan miserablemente a quien confía en ellas.

jueves, 18 de octubre de 2018

La insolidaria propuesta neoliberal


Pocos adversarios halla la afirmación de que el ser humano está en continua búsqueda de felicidad. Incluso uno pasa por grandes privaciones si, a la postre, sirven como cauces que conducen hacia ella. El empresario es muy capaz de pasar noches en blanco y arriesgar un infarto de miocardio persiguiendo un mayor volumen de ventas y ganancias. La madre que vela junto al lecho de su hijo postrado no regatea esfuerzos ni lágrimas con tal de conseguir un grado de bienestar mayor para su hijo. Quiere para él la felicidad que, por lo demás, forma parte de la suya propia.

El neoliberal presume de haber conseguido la sabiduría que desemboca en la felicidad. Aunque él prefiere hablar del éxito en la vida. A la postre, no cambia apenas el panorama, dado que tener éxito se confunde con la realización de los más profundos anhelos, o sea, con el hambre de felicidad.

La propuesta neoliberal

La propuesta neoliberal otea varias dimensiones. Ante todo, la económica. Apuesta fuerte por la economía y tiene la íntima convicción de que a ella hay que dar la primacía. Es la joya en el estuche, la médula del sistema, su instancia reguladora.

No se dicen estas cosas por afán retórico. No. El ser humano se mide por lo que produce, por su eficacia económica, según los criterios de nuestro protagonista. Tanto produces, tanto vales. Si eres elemento favorable para el capital, has conseguido la salvación. De lo contrario, se abren los abismos a tus pies.
Las consecuencias de estos principios quedan a la vista. Existe diversidad de seres humanos. Los que poseen capital, los que aportan trabajo y los que ni poseen lo primero ni aportan lo segundo. La producción económica no es un proceso dirigido a satisfacer las necesidades de la población en general. Claro que no. Su objetivo es satisfacer las necesidades o los caprichos de los que pueden pagarlos.

Ahora bien, para abaratar la producción y obtener mayor beneficio, es de lógica elemental que conviene mantener el salario al nivel más bajo posible. Importa ser competitivo por encima de cualquier otra consideración. El darvinismo neoliberal no tiene como escenario la selva, ni recurre a los músculos para exhibir su fuerza. Acontece en el escenario de los bancos y los monopolios. Se lleva a cabo a golpe de chequera y con las armas de la especulación.

Estos planteamientos suponen que la propiedad privada no sabe de fronteras, ni hipotecas sociales, aunque no siempre lo entienden los poco versados en la cuestión. Suponen también una publicidad dinámica y ágil. Si lo que importa es vender, de todo punto se requiere estimular las ganas de comprar. Luego hay que favorecer el consumismo. Y si las necesidades están cubiertas, pues se crean otras a base de publicidad bien organizada.

Habría que revisar aquello de que el hombre es un animal racional. Más bien es un animal económico. Un ser que produce, vende, compra y consume. El que no entra en la espiral, debe ser excluido, se halla fuera de la ley, de la ley del mercado. Los pobres no cuentan porque no compran. Tienen la desfachatez de pasarse años y años en un barrio periférico sin asomarse a los grandes centros de venta. ¿Cuál es su utilidad?
Mientras los ciudadanos más despiertos diseñan nuevos edificios de bella arquitectura, decoran escaparates, instalan aire acondicionado por los corredores y contratan a las más seductoras vendedoras... los pobres no responden. Siguen pululando por las calles, jugando a dominó, aumentando la familia... sin soltar un peso. Cuando más, se pasan la vida de tienda en tienda, en disgustosa actitud de regateo y en espera de seguir fiando.

El horizonte político

El hombre neoliberal también otea el horizonte político. La sociedad anhela vivir en paz y los dueños del dinero, las fábricas y los inmuebles no deben ser molestados. Eso sería como matar la gallina de los huevos de oro. Si se hostiga a los capitalistas, mercaderes, especuladores y banqueros, entonces se derrumbará la sociedad del bienestar.


Al menos, la sociedad del bienestar que algunos disfrutan. Que tampoco es saludable andarse por ahí con eufemismos y cortesías. Llega un momento en que es preciso llamar al pan pan y al vino vino. A los políticos, junto con los jueces y los policías, les toca vigilar el recto funcionamiento de los contratos. Para ello son necesarios el orden y la estabilidad.

Inefable la sabiduría del hombre neoliberal que sabe lo que se lleva entre manos en cuestión de economía, sociedad y política. Sólo un interrogante frente a tanta sabiduría teórica y práctica. ¿En qué condiciones, en qué situación se halla el corazón del hombre amigo de estimular la economía y de la mano dura contra los que no cooperan?

Su corazón se ahoga, se sofoca, pues que mantiene taponados los conductos por donde debiera llegarle el oxígeno del cariño, de la ternura y de la compasión. A menos que se someta a un profundo cateterismo, su víscera principal está sentenciada a muerte por arteriosclerosis.

domingo, 7 de octubre de 2018

Roles machistas, roles feministas

Hay mujeres fuertes a las que las normas de la sociedad —tácitas, pero taxativas— imponen la obligación de aparentar debilidad. Por su parte existen hombres débiles que se ven empujados a parecer fuertes. Cada uno con su rol, con su careta. No vayan a ser motivo de sonrisa socarrona o de chisme de mal gusto. La sociedad tiene sus razones que la razón desconoce, cabría decir parodiando a Pascal. Pero la mujer fuerte, que debe aparentar fragilidad, y el hombre débil, de quien se espera desmuestre fortaleza, vivirían más felices si pudieran mostrarse como realmente son.


Lo del rol y la careta es como una maldición que persigue a los varones y mujeres de nuestra sociedad. Que, por cierto, alardea de ser libre, de actuar sin prejuicios. Hay innumerables mujeres cansadas de actuar como si fueran frívolas y poco enteradas de lo que llevan entre manos. Y multitud de varones que soportan un enorme peso sobre sus espaldas: el de aparentar que todo lo saben y de todo entienden.

Las cosas andarían mucho mejor si cada uno cargara con su particular problema y dejara de mirar de reojo al vecino. Porque sucede también que hay mujeres cansadas de que se les atribuya el monopolio de los sentimientos y las emociones, mientras que a los varones se les niega el derecho de derramar lágrimas y de actuar con delicadeza.

Sigamos la larga y nefasta lista. Hay mujeres que recelan del ejercicio físico y de la competencia porque podrían ser catalogadas como menos femeninas. A cambio, muchos hombres que preferirían permanecer en el hogar se sienten empujados a competir con el fin de que nadie dude de su masculinidad.

Quizás donde más apuballante resulta tomar sobre las espaldas el rol asignado es en la cuestión del sexo. ¡Cuántas mujeres están verdaderamente hartas de ser consideradas objeto sexual! ¡Seguramente el mismo número de varones angustiados por no rebajar el listón de las prestaciones sexuales!

Se espera de la mujer que sea tierna y cariñosa con sus hijos, que viva atada a ellos. En cambio el hombre tiene que acariciar a los suyos casi a escondidas, como si de algo vergonzante se tratara. Se le niega el gozo de la paternidad, tiene que ejercerlo desde el anonimato.


En el terreno laboral las cosas no van mejor. A muchas mujeres se les niega un trabajo o un sueldo digno. Pero, en el extremo contrario de esta espiral ominosa, muchos varones tienen que asumir la pesada responsabilidad de sostener económicamente a sus compañeras. ¿Y por qué el varón tiene que conocer los más recónditos secretos del motor del automóvil y en cambio no se espera de él que muestre mayor interés por los secretos de la cocina?

Algo funciona mal cuando circulan por el ambiente tantas órdenes tácitas, cuando existen tantos recelos y tantas expectativas equivocan el blanco. Por lo demás, si existe el machismo es porque, a su vez, existe el hembrismo. Se trata de la otra cara de la moneda. El varón tiene que aparentar unas prestaciones determinadas para no defraudar las expectativas. La mujer tiene que aparentar una fragilidad que quizás no va con ella, pero que es lo que a su alrededor se espera.

No es este el camino. Por alguna parte hay que romper la espiral. Cuando al varón no se le exija lo que los roles tradicionales y las costumbres requieren, ya la mujer dejará de tener razones para un comportamiento que suena a falso y a menos adecuado. Cuando la mujer se niegue a ejercer papeles de muñeca, de modelo permanente o de adorno del varón, éste tendrá que inventar otros cauces para relacionarse con ella. 


Seguramente se tratará de una relación mucho más sincera y menos convencional. Caerán las caretas, desaparecerán los pesados fardos que a cada uno, sin saber por qué, se le han asignado.

domingo, 23 de septiembre de 2018

La represión no es la solución


Informan periódicamente los medios que un adolescente se apodera de una pistola —puede que incluso una escopeta o un rifle— y mata a su profesor o a unos cuantos alumnos. En ocasiones, incluso a sus padres. Sucede con más frecuencia de la que sería de desear y particularmente en USA. Acontece, además, que la excepcionalidad del hecho multiplica las imágenes y los comentarios hasta el punto de que la próxima vez ya resulta menos insólito.  

Reparto de culpas
Vienen los analistas, los pensadores o los filósofos y miran el acontecimiento al trasluz. Empiezan a repartir culpas. Que si la agresividad del medio ambiente, que si la abundancia de las armas, que si la televisión, que si la ausencia de los padres, etc.
Claro que tales datos influyen en innumerables tragedias de muerte y violencia. Merece todos los parabienes organizar una campaña y eliminar todas las pistolas que circulan sin motivos sólidos. Al fin y al cabo, dice la estadística, cuantos más artefactos hay a mano, por los motivos que sea, más se usan. Con el resultado que es de suponer.
¿Y si los medios de comunicación recurrieran menos a la violencia y rebajasen las cifras de muertos en películas, noticieros y telenovelas? Porque horroriza la cantidad de muertos y disparos mortales que un adolescente atrapa diariamente en su retina.
Cuanto menos los medios estimulen el pensamiento de los potencialmente agresivos, mucho mejor. Sin embargo, sospecho que la solución última hay que buscarla en estratos más profundos. El mero quitar instrumentos y limitar opciones para que la gente no cometa delitos no me convence. En todo caso, aplaza el problema, pero no lo resuelve.
No es saludable la solución adoptada por todas las dictaduras y todos los dictadores que en el mundo han sido. ¿Los jóvenes acosan a las muchachas en las aulas? Pues vamos a separar los sexos de nuevo. ¿Existen productores, vendedores y consumidores de droga? ¡A la cárcel con ellos! ¿Hay quien dice cosas incómodas para el gobernante? Pues se le destituye o incluso —si molesta más de la cuenta— se le hace desaparecer. ¿Los adolescentes buscan pornografía en Internet? Pues a impedirlo con un programa cibernético y a ponerle multa a quien la haga circular. ¿Hay quien osa disparar el arma y matar a un ser humano? La condena a la pena capital es la solución.

Con esta dinámica se logrará que las ciudades se parezcan a cementerios o cárceles. Es posible que haya menos delincuentes, pero habrán aumentado los guardias, los aduaneros, los carceleros y los dictadores en progresión geométrica. Habrán desaparecido todos los productos peligrosos y los que podrían ser potencialmente arriesgados.
Alguna de estas pretendidas soluciones quizás sea de ayuda en algún momento o circunstancia. Pero hay que buscar otras respuestas más lógicas, creativas y humanas. Es preciso apuntar a la formación del ser humano, a hacerle comprender que la violencia es inútil y perniciosa, que la pornografía habita en la antípoda del amor, que cuando se condena a la pena capital, la espiral de muerte corre al galope.
La frivolidad de juzgar a bote pronto
Además, es demasiado fácil, juzgar y condenar —casi obsceno— cuando el juez no se preocupa de la vida, el pasado, los traumas, los golpes, las desilusiones del infractor. Es una manera de sacarse el problema de encima, de mandar a callar a quien molesta a fin de que no estorbe la digestión de los privilegiados. Se pretende acabar con los síntomas, pero no con las enfermedades.
Los jueces de los tribunales, los políticos bien comidos, los directores de banco, los monseñores distinguidos, probablemente jamás irán a la cárcel. Al menos no la visitarán por robar unos cientos de euros, por sustraer unas libras de carne en el mercado. No tienen la menor necesidad de cometer estas acciones.

Las lamentaciones, las descalificaciones y las cárceles no dan en el clavo. Simplemente aplazan el problema, dejan tranquilos a los que tienen las riendas del dinero y del poder. Sólo en apariencia, y a corto plazo, solucionan la dificultad y permiten que sea apacible las digestión de los poderosos. De ahí que el represor, que no se distingue por tener un corazón tierno y delicado, opte por darle duro al adversario e insistir en aquel refrán nefasto, en teoría periclitado, de que la letra con sangre entra.  
Puede que peque de ingenuo. Y admito que determinados castigos contundentes palían el mal y hasta pueden ser del todo necesarios en algunas circunstancias. Sin embargo, el problema de fondo sigue siendo la educación. Y también evitar traumas y malos tratos al individuo para que no se apodere de él el odio ni el resentimiento hacia la sociedad.