El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

martes, 25 de octubre de 2011

Regla de oro para políticos y banqueros



La presente entrada alimentará un poquito más el río de tinta que ha suscitado la famosa crisis, a la vez que alude tangencialmente a la campaña política que se nos viene encima. Pero pretende hacerlo desde un punto de vista que ciertamente no es el de los medios escritos o radiales. Al grano.  

El candidato a la presidencia, Sr. Rubalcaba, tomando pie de alguna frase de la oposición, no sé exactamente cual, dejó salir de su boca la siguiente perla: como tengamos que esperar a que Dios nos mande algunas indicaciones económicas, vamos listos... ¡Vamos listos!

Como puede suponer el lector lo decía con retintín envuelto en papel cinismo. Y para mí que le asistía la razón, aunque en un sentido bien distinto del que pretendía. En efecto, Dios no se aparecerá a ningún político para indicarle el programa económico a seguir. Como tampoco le susurrará al oído pista alguna de de tipo político, moral o social. 

Un mensaje, que no una receta
Sin embargo, para los creyentes, Dios habló en la Biblia, sobre todo en el Nuevo Testamento, ofreciendo los grandes principios que cualquier candidato honesto a la presidencia haría muy bien en adoptar. Luego cada cual concrete como mejor sepa. Por mi parte estoy convencido de que si se siguieran las pautas que hacen al caso, otro gallo muy distinto cantaría en el congreso, en las empresas, en los sindicatos y, por supuesto, en los grandes centros financieros.  

·       No robarás... No codiciarás los bienes de tu prójimo.
·       No maltratarás ni oprimirás al emigrante... No explotarás a viudas ni a huérfanos... Si prestas dinero a alguien... a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero cargándole intereses.
·       No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad... No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda.
·       Más vale poco con justicia que muchas ganancias injustas.
·       Sé voz de quien no tiene voz, defensor del hombre desvalido, pronuncia sentencias justas, defiende al pobre desprotegido.
·       Quien ama el dinero nunca se sacia.
·       Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella.
La última formulación constituye una norma democrática donde las haya y que no permite escapatorias por más elucubraciones que se hagan. Los sueldos de los políticos, los blindajes de los banqueros, las corruptelas de los organismos oficiales se derrumbarían como castillos de arena si se cumpliera mínimamente este criterio. 

Por poner un ejemplo: a un congresista le bastan siete años de cotización para cobrar una sustanciosa pensión de por vida. Al trabajador normal y corriente se le exigen 30. Lo que quieras para ti hazlo también a tu prójimo. Una regla de oro.

Un programa alucinante
El evangelio no ofrece recetas. Desconoce a los clásicos de la economía, no sabe de oferta y demanda, ignora el keynesianismo. Tampoco atiende las propuestas del Banco Mundial o del Fondo Monetario Internacional.

Ahora bien, las recetas ofrecidas por los economistas con frecuencia fracasan. Los gurús del negocio no se ponen de acuerdo. Los genios de las finanzas no logran adivinar el futuro de la bolsa. En cambio, los grandes principios del evangelio no dicen el cómo de las soluciones, pero sí aportan el clima y el espíritu con que llevarlas a cabo. Y son infalibles.

Claro que, llegados a un cierto punto, es preciso confesar que las matemáticas de Dios no son las nuestras. No sirven para nuestra sociedad tal como está construida. Ya me dirán ustedes el destino de los bancos si en lugar de intereses exigieran amor y afecto. O si los banqueros se tomaran en serio aquello de que quien te pida un manto dale dos... las recapitalizaciones deberían sucederse a diario.   

Si en el mundo de la política se hiciera realidad aquello de que el primero será el últimolos que se ensalzan serán humillados, las listas para el congreso y los ayuntamientos sufrirían un vuelco espectacular. Y los candidatos se pelearían por ocupar el último lugar de la lista. Asistiríamos al más alucinante surrealismo. 

Un programa político que adoptara las bienaventuranzas nos desquiciaría.  Los mejores serían los mansos, los de corazón desprendido, los pobres... No tendrían posibilidad alguna de éxito los violentos, los de lengua viperina, los taimados, los ambiciosos. El evangelio pondría nuestra sociedad patas arriba.

Dado que la fe no debe invadir terrenos ajenos, dado que muchos ciudadanos no son creyentes, contentémonos con un programa de mínimos. A la postre bien podría coincidir con el séptimo mandamiento: no robarás.

sábado, 15 de octubre de 2011

Una entrevista virtual


No resulta tan difícil dar con laicos de prestigio que han adoptado la fe cristiana como norma de vida. Unos practican su fe en el anonimato, mientras otros no tienen inconveniente en confesarse creyentes. 

Algunos son capaces incluso de desnudar su fe en público. Necesitamos de estos cristianos  que, al margen de todo proselitismo, pero también de todo complejo, no esconden su opción creyente, sino que la razonan y se enorgullecen de ella.

Sueño en que alguno de estos laicos de vez en cuando sea entrevistado en las páginas de un periódico de renombre y sus respuestas revelen la inteligencia y  madurez deseadas. Resultaría un contrapeso a los sapos y culebras que salen de la boca de otros entrevistados que visceral y militantemente se muestran contrarios a la fe y a la Iglesia. La entrevista tendría más o menos le siguiente contenido.

¿En dos palabras: qué significa para usted ser cristiano?
La parábola del buen samaritano resume lo que significa ser cristiano. Jesús habló mucho de la solidaridad entre los seres humanos. Más incluso que del culto y la oración, aunque no hay por qué separar ambos extremos. Somos lo que hacemos y no lo que decimos o pensamos. Téngase bien presente esta profunda afirmación.

Usted no tiene inconveniente en poner en público su fe. Normalmente no sucede así. Algunos se aprestan a declarar su ateísmo incluso antes de que se lo pregunten.
En un ambiente tan variado y plural como el que vivimos, de libertad de expresión y de asociación, no veo por qué no pueda manifestar mi fe. Es una opción totalmente legítima. Hay quien se enorgullece de sus creencias espiritistas o santeras. ¿Por qué debería esconder mis creencias cristianas cuando considero que ofrecen un modo de vida liberador para la persona y benéfico para la sociedad?

Entonces, ¿no está de acuerdo con eso de que la fe es algo privado que no tiene por qué interferir en la vida social?
Claro que no. El creyente es ciudadano a la vez y no puede separar las dos dimensiones. La fe es una experiencia interior, pero que necesariamente se proyecta en la dimensión pública. Sólo así logra hacerse visible e interpelar al prójimo. Si Jesucristo se hubiera limitado a cultivar su experiencia interior habría fallecido cargado de años.

Años atrás se escribió un libro con el título: “el Dios en quien no creo”. ¿En qué Dios no cree usted?
No creo en el Dios que ya criticaron los llamados “maestros de la sospecha”. Ellos renegaban de la fe y yo la confieso, pero algunas de sus críticas las comparto. Dios no está ahí para generar sentido de culpa ni para condenar. Dios no es un vano consuelo para el individuo temeroso de la muerte. No es el recurso al cual acudir donde no alcanza la ciencia. No debe construirse un Dios a semejanza del hombre y proyectar en él nuestros sentimientos, quizás mezquinos. Dios no puede empequeñecerse hasta el punto convertirlo en un ser vengativo, peor que cualquiera de nosotros. Dios no ejerce de represor de la sexualidad ni del afecto. 

Los jóvenes apenas pisan las Iglesias. ¿También para ellos es el mensaje evangélico en el siglo XXI?
El mensaje del Evangelio no tiene fecha de caducidad. Si se entiende bien es capaz de entusiasmar el corazón de cualquier adulto o joven que no sea inmune a las mejores inquietudes. Claro que antes es preciso superar numerosos tópicos negativos, prejuicios de toda clase...

Los medios de comunicación no ayudan en este sentido....
Por eso digo que hay que superar los tópicos y los prejuicios. Los medios por lo general van a la búsqueda del lado oscuro de la Iglesia. El pecado existe en la iglesia y en sus representantes cualificados. En parte a eso se debe que la institución haya perdido credibilidad y prestigio. Pero muchísimas noticias sobre la Iglesia se presentan de modo sesgado y hasta con mala intención. Y cuando ciertos lectores escriben su comentario en la web, vomitan toda la bilis desde el anonimato, insultan sin pudor. Algún mecanismo inconsciente debe habérseles atascado. Deberían dejarse examinar por un especialista.

Porque el haber de la Iglesia no está vacío....
¿Quiénes están al frente de la mayoría de los hospitales que cuidan de los infectados por el SIDA en el África subsahariana? Religiosos y sobre todo religiosas. ¿Dónde van a pedir alimentos quienes sufren la crisis en su carne y ni para comer les alcanza? No a casa de los políticos, ni de los militares, sino que se plantan ante las puertas de las Iglesias, de las Instituciones como “Caritas” o “Manos Unidas”. O simplemente se dirigen donde creen que les acogerán: a la parroquia más cercana.

¿Existe hoy en día espiritualidad en mayor o menor medida que en tiempos anteriores?
Difícil medir estas cosas. Pero todo ser humano es capaz de experimentar el hecho espiritual. Hay quien tiene estas experiencias en el interior de una confesión religiosa y otros fuera. La espiritualidad no es patrimonio exclusivo de ninguna religión. Ahora bien, quien no logra tener jamás una experiencia espiritual, ni ante un paisaje embelesador, ni en el embriagador intercambio de afecto, ni ante la profundidad de la vida, anda muy escaso de sensibilidad humana. 

miércoles, 5 de octubre de 2011

La boda de una anciana duquesa







A poco que uno lea el ilimitado flujo de noticias que bracean por el océano de la red se entera de que el mundo de la farándula anda revuelto. La duquesa por antonomasia, Cayetana de Alba, a sus 85 años, ha anunciado su boda -la tercera de la serie- que va a tener lugar hoy mismo.  

Dudaba si escribir unas líneas sobre el particular. Porque me resulta un mundo lejano, penoso, patético, el que conforman los duques, marqueses y demás especímenes de sangre azul. En una sociedad democrática y en crisis económica sus vaivenes por las páginas satinadas de las revistas, sus apariciones en la TV devorándose unos a otros se hace difícilmente soportable.

Escribiré unas líneas sobre el acontecimiento y sus implicaciones. Sí, porque no sólo cabe aprender de los ejemplos luminosos, sino también de los comportamientos poco honrosos. Los primeros para imitarlos, los segundos para evitarlos.
Prejuicios innatos
Tengo para mí que determinadas ideas y visiones que impregnan la sociedad contagian a los ciudadanos desde muy pequeñitos. Luego cristalizan, desarrollan un hálito y un renombre que acaba adquiriendo la categoría de tabú. Al final no se impugna la creencia común. La idea ha adquirido un status incuestionable. Quien trate de transgredir la norma o desacreditar el paradigma será considerado un desadaptado. 

Tal sucede con lo que entendemos por nobleza o aristocracia, denominaciones arcaicas y trasnochadas donde las haya. Condes, duques y demás ejemplares a quienes se atribuye sangre azul logran irradiar una extraña fascinación a su alrededor. Aun cuando en muchas ocasiones se trate de personajes más dañinos que beneficiosos. Pues que viven parasitando en el mundo de la farándula, en las revistas del corazón, tratando de exprimir todo el jugo a los acríticos lectores y espectadores interesados por sus gestas. 

La Sra. Cayetana, duquesa de Alba, se casa por tercera vez. Le asiste todo el derecho, por supuesto. También es cierto que a primera vista -ni a las restantes- nadie la confunde con una joven casadera. El anuncio de la boda ha desatado sus apariciones televisivas y la prensa escrita -particularmente la llamada del corazón- trabaja horas extras, pues que la demanda ha aumentado al socaire de la noticia.  

La duquesa en cuestión es la señora que posee más títulos del universo. Lo afirma el Guinness. Seis veces duquesa, 17 marquesa, 20 condesa, además de otros muchos títulos y 14 veces grande de España. Posee muchísimas hectáreas de tierra, colecciones de arte, edificios, participaciones en la bolsa… No en vano sus hijos sólo han accedido al matrimonio una vez recibida su correspondiente herencia. Piensan que el enamorado novio, 30 años más joven,  debe contentarse con el amor de la duquesa, aun cuando no sea primerizo. 

¿Qué méritos ha cosechado la señora para acumular tantas riquezas? Nació en el seno de una familia de copiosa fortuna a la cual, desde muy antiguo, los reyes otorgaron bienes y tierras por los servicios prestados. ¿Servicios prestados? Sí, desde el propio punto de vista eran servicios prestados las matanzas en el campo de batalla. Aunque se metamorfosean en perjuicios ocasionados si se mira desde el ángulo de los que fueron atravesados por la lanza o perecieron a causa de los trabucazos.    

Dado que muchos personajes de la aristocracia viven muy bien y no se les conoce oficio definido, uno es proclive a dar crédito a lo que se escucha por las tertulias. A saber, que alimentan las desavenencias, las apariciones por la pequeña pantalla, los divorcios y las bodas con el fin de vender tales acontecimientos en exclusiva y recibir un buen dinero cuando se apagan las luces del plató.  

Hay estratos de la sociedad a quienes les interesa de verdad, y hasta parece preocuparles, el vestido de novia que se pondrá una anciana de rostro desnivelado y anguloso en su tercera boda. Interesa el número y la identidad de los invitados que, al parecer, serán pocos porque si se ampliara el círculo muchos se sentirían ofendidos al no recibir la correspondiente tarjeta.  A la hora de escribir este artículo he escrito el nombre de la protagonista en Google y hasta me he enterado de que estuvo de compras con su novio para adquirir la lencería que corresponde a una ajada duquesa en su noche de bodas.

Moraleja final
Noble debiera apellidarse quien destaca por sus virtudes, en particular por su sentido de la justicia. Quien anda interesado por la verdad y trata de vivir honradamente. Quien cultiva la sabiduría y se esfuerza por inmunizarse ante la corrupción. Estos podrían conformar con todo derecho una aristocracia y ser modelos a imitar. Los viejos filósofos, como Platón y Aristóteles, consideraban que personas de este cariz debieran gobernar el país.

Cuando el noble de hoy en día no necesita en absoluto de sus muchos bienes para subsistir dignamente, los parlamentos debieran generar una ley que permitiera expropiarle sus posesiones. Al fin y al cabo la tierra fue creada para todos y en los inicios no había parcelas reservadas.
Sin embargo, la palabra propiedad es un vocablo tabú, aun cuando el origen y la legitimidad de numerosos bienes resulten muy cuestionables. Decían los SS. Padres que todo rico es un ladrón o heredero de un ladrón. Como fuere, cuando se compara el nivel de vida de algunos nobles con el de los desharrapados, entran ganas de opinar a favor de la revolución. Fueron los hombres de una época quienes legitimaron las clases y las propiedades. ¿Por qué no pueden los hombres de otra generación decidir lo contrario?