El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 27 de abril de 2011

Una montaña y una Virgen



El 27 de abril es una fiesta muy sentida en Catalunya, un colectivo diferenciado en el conjunto del Estado español con el que mantiene complejas reivindicaciones. La Virgen de Montserrat, conocida popularmente como la Moreneta, es su patrona.

Lo de la diferenciación salta a la vista incluso en la advocación mariana que nos ocupa.  Se da el caso de que en castellano los fieles se refieren a la Virgen, mientras que los catalanes creyentes lo hacen a la Mare de Déu. Unos ponen el acento en la virginidad y los otros en la maternidad. 

La Virgen monserratina se venera en el Santuario de Montserrat que, a su vez, se asienta en una cordillera de montañas de formas caprichosas, puntiagudas, espectaculares, como cortadas con una sierra. De ahí  letra del poeta J. Verdaguer al componer el himno: amb serra d’or els angelets serraren aquests turons… (con sierra dorada los ángeles aserraron estos montes… ).

Montaña, Santuario e imagen se han convertido en lugar de peregrinaje para los creyentes y de visita obligada para los turistas. Para los catalanes constituye un símbolo entrañable que les sintoniza con la religiosidad de los ancestros. El paraje les susurra coplas poéticas al oído y les recuerda que de los peñascos surgieron voces aguerridas en defensa de la propia lengua y cultura.    

La leyenda: más allá de la historia
La leyenda es una metahistoria: va más allá de la historia. Irriga con la poesía y el sentimiento unos acontecimientos demasiado trillados. Pues la leyenda dice que encontraron la imagen unos niños pastores en el siglo IX. Tras atisbar una luz en la montaña, los niños descubrieron la descubrieron en el interior de una cueva. El obispo quiso trasladarla a la población cercana de Manresa, pero la estatua pesaba demasiado. El mitrado interpretó la circunstancia como el deseo de la Virgen de permanecer en el lugar del hallazgo. Ordenó la construcción de la ermita de Santa María, origen del actual monasterio.

La imagen que en la actualidad se venera es una talla románica del siglo XII tallada en madera de álamo. Representa a la Virgen con el niño sentado en su regazo y mide unos 95 centímetros de altura. En su mano derecha sostiene una esfera que simboliza el universo. El niño tiene la mano derecha levantada en ademán de bendecir, mientras que en la mano izquierda sostiene una piña.

La imagen es dorada, con excepción de las manos de María y el niño, de color negro, lo que le ha originado el apelativo popular de la Moreneta (la morenita). Pertenece al grupo de las llamadas vírgenes negras, tan extendidas en Europa en tiempos del románico, como atestiguan numerosos estudios. Si bien en el caso de la Virgen montserratina no todos están de acuerdo. Parece que la oscuridad de la faz y de las manos tiene una explicación más prosaica: el paso del tiempo, el humo de los cirios…

El 11 de septiembre de 1844, el Papa León XIII declaró oficialmente a la Virgen de Montserrat como patrona de Cataluña. Fue la primera imagen de España en ser coronada. Y en este contexto no está fuera de lugar afirmar que cada colectivo cultiva especial cariño hacia alguna determinada advocación cuajada en la tierra donde habita. Constituye un hecho antropológico y pastoral de envergadura y que no debiera desdeñarse. Toca las fibras profundas de la persona.

La actual Iglesia es de estilo gótico. Tuvo que padecer ultrajes y destrucciones por las tropas francesas en 1811. Durante la dictadura de Franco fue refugio del sentimiento nacional. Se produjeron graves conflictos entre la comunidad eclesiástica y las autoridades franquistas.

En varios países latinoamericanos hay réplicas de la devoción y la imagen de la Virgen de Montserrat. Me causó una agradable sorpresa enterarme -cuando residía en P. Rico- que también la advocación existía en la isla. En la población de Mayagüez, en el sur, se asienta el santuario de la Monserrate. Los catalanes, en sus viajes a través de la geografía, plantaron semillas de la devoción que albergaban muy dentro de sí y que dieron su fruto.

Uniformadores e impositivos
En la fiesta de la Virgen de Montserrat -hoy, 27 de abril- despiertan sentimientos muy distintos y matizados, de difícil definición, aunque con algún común denominador: sentimientos catalanistas, de religiosidad popular, de arraigo a la tierra, de comunión con los antepasados, de defensa de la lengua y la cultura…

Los obispos de Catalunya hicieron público un escrito el 21 de enero pasado titulado: al servicio de nuestro pueblo. En el mismo citan lo que 25 años antes ya habían escrito sus predecesores: reconocemos la personalidad y los rasgos nacionales propios de Catalunya, en el sentido genuino de la expresión, y defendemos el derecho de reivindicar y promover todo cuanto esto comporta, de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia.

Recurren también a unas palabras de Juan Pablo II: los pueblos europeos unidos no aceptarán la dominación de una nación o cultura sobre las otras, sino que sostendrán el derecho común  a todos de enriquecer a los demás con su propia diversidad.  

Si una y otra vez hay que defender derechos tan primarios es sencillamente porque no se dan por sentados. Quienes van por el mundo con ánimo uniformista y ademán impositivo se sienten extrañamente agredidos. Pero no debiera ser así. La defensa de los propios rasgos no constituye un grito de guerra contra los vecinos. No es por incordiar a los castellanoparlantes que existe la lengua catalana. 

Fiesta de la Virgen de Montserrat. Los intensos y más profundos sentimientos del ser humano parecen tener vasos comunicantes. El elemento religioso no vive al margen del sentimiento que suscita la tierra y la propia cultura. He aquí la fe inculturada, amasada conjuntamente con la historia, la lengua y la cultura.

domingo, 17 de abril de 2011

Semana Santa: procesiones y opiniones


Tema polémico el de las procesiones de Semana Santa y que requiere ser abordado desde diversas perspectivas. El fondo de la verdad sólo suele hacerse encontradizo a base de matizar y distinguir.   

¿Folklore sí o folklore no?
Indudablemente las procesiones parecen hechizar a mucha gente. No cabe negarles su poder de atracción. Llega el momento esperado y los pasos se abarrotan de costaleros, los cofrades se ponen su clavel en la solapa y los espectadores invaden las calles, algunos con el taburete a cuestas.

Los sabiondos no reprimen el comentario: a lo largo del año no pisan una Iglesia ni los cofrades ni los mirones, pero luego las calles revientan de gente dispuesta a ver los desfiles. Acabado el espectáculo, se guardan las capuchas en el baúl de los recuerdos y con ellas la dosis de religiosidad que se les pueda adherir. Hasta dentro de doce meses. ¿Mueve este tinglado la fe, el folklore, el arte popular  o el sentimentalismo?

Dicen unos que las procesiones son un modo de expresar la religiosidad. Quien participa de ella canaliza así su credo. Quien la contempla reacciona con respeto y acaso el clima de silencio y emoción termina cuajando en una oración. Una súplica a la Virgen, un santiguarse más consciente, un beso al Cristo muerto… La procesión, en consecuencia, haría la función de una catequesis.

No niego sin más todo ello, aun cuando debo confesar que la estética de las procesiones me deja totalmente frío. Ni me emocionan las saetas ni me impresionan los tambores. Mi sentido de la belleza bebe de muy otras aguas. El espectáculo de los encapuchados se me antoja lúgubre y lóbrego.

Personalmente catalogo las procesiones en el departamento de folklore: una expresión cultural que recurre a la música, las costumbres y las tradiciones. Unos elementos que por lo visto tocan el alma de los cofrades. Un folklore que tiene como coartada o subterfugio el misterio de la pasión y muerte de Jesús.

De todos modos reconozco que existen otros gustos y otras miradas. Admito que el conjunto puede despertar algún sentimiento o emoción de tipo religioso. Es posible que la estética de las procesiones estimule las papilas de la religiosidad y hasta levante algún interrogante acerca de una vaga trascendencia. Pero no en mayor medida que la belleza de la luna llena sobre el mar o que un bosque tupido atravesado por los rayos del sol. 

¿Una procesión atea?
Me entero por la prensa que el laicismo radical y los fieles de la anti-Iglesia tienen una extensa hoja de ruta. Ahora le toca el turno a la Semana Santa. Se anunció una procesión atea que desfilaría por las calles de Madrid el jueves santo. Luego las autoridades competentes la prohibieron. La organizaban colectivos feministas, homosexuales y ateos. Si se hallan en el mismo saco no es culpa mía, pues que así lo he leído. Más aún, creo que se trata de elementos heterogéneos que no hay por qué alinear en la misma fila. Por supuesto, en este plagio procesional las Cofradías y Hermandades tenían nombres ofensivos y provocativos para los católicos.

Escasa creatividad demuestran los organizadores cuando copian el patrimonio de quienes desean combatir. De muy poca visibilidad deben gozar cuando su procesión tiene que mezclarse con las de la Semana Santa para que los ciudadanos perciban su presencia.

Algunos escritos favorables a la procesión no tan sólo apuntan a provocar, ofender y denigrar, sino que también tratan de argumentar. Niegan el derecho de los cofrades y de los espectadores a invadir las calles de la ciudad que son de todos, por supuesto. Alegan sus autores que los ateos o indiferentes no tienen por qué soportar espectáculos que les desagradan y privativos de un grupo de gente. Dicen además que el gobierno no debiera permitir tales desmanes. Pues se trata de grupos que muerden la mano que les da de comer. Sí, protestan contra el aborto y otras leyes cuando los católicos reciben jugosas subvenciones para Caritas u otras organizaciones.

Pueden caer más o menos simpáticas las procesiones, pero no cualquier argumento se sostiene a la hora de denigrarlas. En primer lugar, el gobierno no da de comer a los católicos. Las subvenciones no proceden del bolsillo del presidente de ministros, sino de los impuestos de los ciudadanos. Y si se pueden trasferir muchos millones a los Sindicatos y otros tantos a los numerosos asesores políticos cuyos trabajos se ignoran, no veo por qué no se puedan entregar unas migajas a organizaciones como  por ejemplo Caritas. Una asociación en la que básicamente colaboran voluntarios, ayuda a numerosos parados, proporciona alimentos a mucha gente y hasta les paga la hipoteca a familias al borde de la desesperación.   

Entiendo que no a todos los ciudadanos les agraden las procesiones de Semana Santa. ¿Tienen que desaparecer entonces? De ninguna manera. Si la calle es de todos, pues es de todos. ¿A santo de qué los homosexuales, bisexuales y travestis sí pueden organizar cabalgatas y manifestaciones ataviados con taparrabos minúsculos y disfrazados con vestimentas de pésimo gusto?  Yo me aguanto la náusea y reprimo los adjetivos si se tropiezan conmigo en la calle o aparecen en la pantalla del televisor. Bien pueden tomar ejemplo quienes vean con disgusto las procesiones de Semana Santa.

He escuchado muchas veces que si uno no quiere ver una película ofensiva para los ojos religiosos, pues que se quede en casa. Si no desea ver un programa crítico contra la Iglesia, que cambie de canal. Pues eso. Quien no quiera ver procesiones en Semana Santa mate el tiempo en la cocina preparando una nueva receta. Pero que no esté relacionada con la gastronomía de Cuaresma o Semana Santa. Se daría de bruces con sus propios demonios y contradicciones.
  
Conclusión final
Dicho lo cual declaro nuevamente mi escasa simpatía por las procesiones. Me cuesta asociar la sana piedad con un desfile de señoras exhibiendo peinetas y repletas de joyas. Se me hace cuesta arriba imaginar a Jesús rodeado de hombres encapuchados con no se sabe qué pretensiones. Las procesiones de Semana Santa se me antojan desfiles para alimentar la vanidad y fruto de un rancio populismo cultural.

A juzgar por las Iglesias medio vacías y las calles repletas, las procesiones son más atractivas que las funciones litúrgicas. Las procesiones se corresponden con una liturgia callejera de mucho movimiento, con sonidos originales y un conjunto de gran colorido.

La liturgia oficial, en cambio, no consigue llegar al alma del pueblo. Probablemente es así, aunque el remedio no consiste en rebajar unas ceremonias austeras, pero densas de significado religioso, a un puro espectáculo teatral. Porque de espectáculo se trata y a las pruebas me remito. En estos días se ven numerosos anuncios que dicen así: Semana Santa de XXX, declarada de interés turístico nacional. Apuesto a que Jesús de Nazaret no preveía un éxito de esta traza. 

jueves, 7 de abril de 2011

La incultura triunfante


Tengo un hermano que ejerce de maestro y muy de vez en cuando charlamos sobre su tarea. Cuenta y no acaba acerca de los alumnos, de los padres y de quienes programan el sistema educativo. Insiste en que calcula los días restantes para la jubilación. Otros maestros que conozco no andan lejos de estas impresiones. 

Voy a elaborar en versión libre y cargando un poco las tintas, para que mejor se entienda, lo que he captado. Empiezo por decir que debe resultar difícil convencer a los alumnos de la bondad del estudio y la educación. El adolescente, todavía con tenue sombra por bigote, exhibe un aire displicente, poco espontáneo -la personalidad no ha cuajado todavía- y pregunta por qué le obligan a estudiar cosas tan enrevesadas e inútiles como la historia o la geografía.

La utilidad de la cultura

El maestro/a echa mano de sus mejores reservas y responde que, aunque no lo perciba a primera vista, se trata de asignaturas convenientes y útiles. Incluso para la vida de cada día. Gracias a la geografía sabemos donde vivimos, lo cerca o lejos que estamos de otros países, conocemos los nombres y el estado de los ríos que nos alivian la sed, posibilitan el regadío y la higiene… En un loable ejercicio de comprensión añade que, gracias a la geografía, cabe entender mejor al compañero que procede de Marruecos o de Bolivia.

De los labios del adolescente parece desprenderse un "baah” permanente. Pero el maestro/a no se arredra y se atreve a abordar la historia a continuación. Es la materia que oganiza, en abreviada síntesis, las diversas etapas de tiempos pretéritos. Gracias a ella sabemos lo que probablemente hacían los primeros pobladores del planeta y cómo se las arreglaban para sobrevivir. La historia relata cómo se sucedieron los diversos imperios y pueblos de la tierra. Cada uno con su peculiar concepción del arte, del trabajo, de la cocina…

Esta asignatura llamada historia, que tan antipática les cae a algunos -sigue la  enternecedora maestra- es capaz de explicar por qué algunas chicas de la clase llevan velo en la cabeza. Incluso permite saber el motivo por el cual un país tiene el gozo o sufre la pesadilla de tener un Rey.

La verdad sea dicha, al adolescente estos datos se le antojan rancios y del todo ajenos a sus intereses personales. Nada le aportan desde el momento en que puede usar la videoconsola y el móvil sin saber ni pizca de personaje histórico alguno. El va a la discoteca de turno sin que le quite el sueño lo que hacían los romanos en las termas ni cómo se peleaban los griegos en el paso de las Termópilas.

No pierde la paciencia el enseñante y trata de sacarle jugo a su última alusión al Rey. De nuevo agradece a la historia el hacernos sabedores del motivo por el cual un señor de apellido Borbón es el Rey y no otro. Al mismo se le asigna un muy jugoso presupuesto. Un dinero, por supuesto, que pagamos entre todos a través de Hacienda. Esto sí que afecta nuestra vida de cada día, pues hasta se refleja en la  cesta de la compra.  

El maestro/a trata de cerrar el discurso con broche de oro: en consecuencia, la historia y la geografía tienen su razón de ser. Aparte de que nos permiten situarnos en el mundo, en nuestras coordenadas de espacio y tiempo. No somos los primeros habitantes de la tierra. Hemos recibido en herencia multitud de esfuerzos, inventos y obras artísticas: la luz, las catedrales, el arte de cocinar, la astronomía, los avances médicos, etc. etc. La maestra cree haber ganado la batalla tras un suspiro de alivio y suponiéndose vencedora en el envite.

La zafiedad, un valor en alza

Pues no hay tal. ¿Para qué quiere saber el mentado adolescente, con sombra de bigote, dónde está Bolivia si no piensa viajar nunca a este exótico país? ¿Y para qué quiere saber cómo el Borbón ha llegado a ser Rey si de todos modos siempre se pagan impuestos? Además, que no los paga él, sino sus padres. Así que menos rollo.

Naturalmente a individuos de este cariz les resbala si un país es democrático o no. Si acontece una matanza sangrienta entre tribus de un país africano a él le da exactamente igual que si viven un idilio permanente. Si un tercio de la población del planeta pasa hambre… a él que le registren. Todo lo cual lo suelta con gesto displicente que adquiere un punto de desvergüenza. Exhibe su ignorancia con descaro. Nada de lo que la maestra diga le sirve ni le interesa. La pobre ha dedicado su vida a perder el tiempo y a incordiar al prójimo.

Quien dice geografía e historia, dice lengua, matemáticas y biología. Todo lo desprecia el jovencito, sin que la música y la literatura constituyan excepción. Lo malo del caso es que los padres no rara vez comulgan con estas o semejantes actitudes. En todo caso no batallan en contra. El adolescente, que no tiene bigote, pero tampoco es tonto, observa que no son los científicos ni los catedráticos quienes más cobran ni más fama tienen, sino los artistas, los deportistas y la farándula que aparece en los programas del corazón. Con lo cual consideran que sus incultas teorías llevan toda la razón.

Hemos llegado al punto en que presumir de zafio y maleducado está bien visto y levanta las simpatías de alrededor, sean padres, compinches o espectadores. Ciertas boutades incultas -en programas televisivos, por ejemplo- levantan risas aquí y por allá. Un desprecio en toda regla a la cultura y a la educación.  

Bastante pena tiene quien no ha podido levantarse una mediana cultura y va por el mundo inseguro y amedrentado. No es a éste a quien hay que denostar, sino a quien no quiere saber y se regodea en su propia ignorancia.   

Ha llegado el momento de reaccionar. Lo difícil es saber por dónde comenzar: si por la televisión, por los padres, por los mismos jóvenes… Hay un Ministerio de educación que algo debe saber al respecto. Pero de continuar las cosas como andan, las vocaciones a la enseñanza entrarán en peligro de extinción. Y se creará un clima oscurantista y tosco que dominará el panorama. A medio plazo quizás las bibliotecas sean pasto de los ratones.