El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 28 de marzo de 2015

Susurros de resurrección



Nuestros contemporáneos llevan por lo general una fuerte carga de secularización en el cuerpo. Al menos por lo que al mundo occidental se refiere. Es decir, recelan de cuantos asuntos les trascienden y no acogen de buen grado, en principio, los datos que les llegan por tradición o por autoridad. La cosa viene del lejano siglo de las luces e incluso tiene raíces anteriores. 

Bien es verdad que luego, sin apenas darse cuenta, nuestro hombre da por buenas extrañas teorías panteístas o acude a escuchar la voz de los curanderos o quizás prefiere rascarse el bolsillo para que alguien le descifre los signos de los naipes, que no los de los tiempos. 

Como fuere, no estaría de más que nuestro protagonista, de ademán desconfiado y predispuesto a oler a chamusquina, dedicara unos momentos a analizar algo tan tradicional y poco novedoso como la resurrección de Jesús de Nazaret. Vale la pena buscar el motivo último por el cual unos hombres humildes —pescadores en su mayoría— cambian de actitud, de proceder y convencen al mundo de que su Maestro irradia vida, no obstante su humillante crucifixión en el madero. 

Los discípulos, hombres pobres e ignorantes, no entendieron gran cosa a lo largo de la vida de Jesús. Experimentaron, eso sí, un innegable entusiasmo. Pero luego vino la crucifixión, la muerte más ignominiosa que podía padecerse. Las cosas parecían aclararse. Dios mismo había abandonado al nazareno. Tenían razón sus verdugos. Jesús había provocado con sus palabras y ahora la ley, el templo, la jerarquía de la sinagoga le devolvía el golpe. 

Le crucificaron los oficialmente buenos. En nombre de Dios, por hereje y blasfemo. Los apóstoles regresan a su casa con el alma desilusionada, pero es mejor no cerrar los ojos a la realidad. Había que reiniciar la vida. Les esperaban las redes, las esposas, las suegras, los compañeros. Bastaba ya de sueños y fantasías. Habían esperado... pero ya no esperaban, como aduce el relato de Emaús. 

Pues bien, inesperadamente se les encuentra de nuevo en Jerusalén. No elucubran sobre extrañas doctrinas, no reivindican nada, no se lamentan de su suerte, no pretenden vengarse de nadie. Simplemente cuentan una experiencia asombrosa, incomparable. Una y otra vez acuden al mismo resorte: vosotros lo crucificasteis, pero Dios lo resucitó. Se nos apareció (“lo hizo visible para nosotros”, si queremos ser más fieles al texto). 

Ahí pulsa el observador neutral un cambio psicológico de dimensiones portentosas. Aquellos hombres humildes y miedosos habían descendido hasta el fondo último de la decepción. Esperaban encerrados en una casa a fin de que, transcurrido un tiempo prudencial, pudieran regresar con más garantías a sus lugares de origen. 

Entre el deseo de huir anónimamente y la decisión de predicar hasta arriesgar la vida, había sucedido algo. La psicología de cada uno de ellos cambió de modo radical. Difícil, pues, explicar la metamorfosis acudiendo a la alucinación. Y además, se habían propuesto olvidar cuanto antes la pesadilla, lo cual no favorece la hipótesis de la ofuscación. 

Lo que sucedió con Jesús de Nazaret seguramente no lo verificará jamás la historia. Pero la experiencia inefable de sus discípulos, la sorprendente conducta posterior, es todo un signo que apunta hacia una realidad transida de misterio. Cuando menos, cargada de interrogantes. La historia, de todos modos, alguna explicación debe dar de la predicación de los pescadores, de sus experiencias, de las multitudes seducidas por su ejemplo, de su muerte martirial.

Apenas pasaron diez años del acontecimiento y ya la resurrección se había plasmado en un credo escrito. Luego lo recogerá la carta de Pablo a los Corintios. Desde luego, para los primeros cristianos el hecho era fundamental. El mismo Pablo es contundente al respecto: “si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe”.

La resurrección es indescriptible. ¿Cómo imaginarla? Los apóstoles no consiguen sino balbucear su experiencia, en ocasiones se contradicen incluso. Los textos presentan dificultades para concordar datos geográficos, de personas y de contenido. Junto al vocablo resurrección los creyentes primeros hablan también de exaltación, y afirman que “el Mesías está sentado a la diestra de Dios”. 

En principio, mejor mostrarse cautos. ¿Quién puede verbalizar lo que significa vivir para siempre en la esfera de Dios? Una resurrección imaginada como un regreso a la existencia anterior no equivaldría sino a ampliar el plazo de la vida. Demasiado poco... eso no es estar para siempre a la diestra del Padre.

Con cinismo y voz sonora decía Nietzsche que los cristianos llevan dos mil años velando a un muerto. Que los templos son la tumba de Dios. Pues bien, los apóstoles experimentaron vivo a este muerto. Y cada domingo convoca a millones de personas en multitud de comunidades sembradas por el universo. Y el viviente sigue estando con los suyos, tal como prometió: “estaré con vosotros hasta el fin de los siglos”.

Puede que nuestro hombre secularizado, poco avezado a experiencias interiores y menos predispuesto a aceptar testimonios de siglos pasados, no acabe de ver claro. Pero este hombre tan deseoso de encontrar respuestas debiera pensar, al menos, en el asunto.

lunes, 16 de marzo de 2015

Cita anual de los responsables de santuarios

Vic, 9 y 10 de marzo
Unos cincuenta responsables de diversos santuarios de Catalunya y Baleares nos dimos cita en la ciudad de Vic para el XXXVI encuentro anual. Nos reunimos en el antiguo seminario de Vic, hoy reconvertido en alojamiento muy confortable y con un buen servicio. Fue los días 9 y 10 de marzo.
El grupo de Mallorca nos habíamos levantado muy de mañana para abordar a tiempo el avión. Luego hicimos el trayecto de Barcelona a Vic en un bus. Llegamos los primeros. Poco a poco se hicieron presentes los demás. La gran mayoría, rostros conocidos de años pasados. Alguno ya hace 36 años seguidos que no omite la cita.
El primer acto, el saludo del Obispo de Vic Mons. Romà Casanova, seguido de la oración inicial. Inmediatamente nos saluda al obispo Agustín Cortés, delegado de la Conferencia Episcopal Tarraconense y las Islas Baleares para el Secretariado Interdiocesano de los Santuarios. Luego el Director del Secretariado —que se estrena, por cierto— el P. Joan Mayol, monje de Montserrat, presenta el encuentro: lo que haremos y los objetivos que queremos conseguir.
Dado que escribí una crónica del desarrollo del encuentro en el blog del santuario (http://lluclallardelamare.blogspot.com.es/2015/03/xxxvi-trobada-de-santuaris-de-catalunya.html) me limitaré a transcribir un par de párrafos de cada conferencia y algún que otro dato.
La Evangelii Gaudium y los santuarios / G. Ramon Oranías, osb
La parroquia no es la única institución evangelizadora […]. El santuario es comunidad de comunidades, donde los sedientos beben para continuar caminando, y centro de constante envío misionero.
María es la que sabe transformar una cueva de animales en la casa de Jesús, con unos pobres pañales y una montaña de ternura. Ella es la esclavita del Padre que se estremece en la alabanza. Ella es la amiga siempre atenta para que no falte el vino en nuestras vidas. Ella es la del corazón abierto por la espada, que comprende todas las penas. Como madre de todos, es signo de esperanza para los pueblos que sufren dolores de parto hasta que brote la justicia. Ella es la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos por la vida, abriendo los corazones a la fe con su cariño materno. Como una verdadera madre, ella camina con nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de Dios. (EG 286a).
A través de las distintas advocaciones marianas, ligadas generalmente a los santuarios, comparte las historias de cada pueblo que ha recibido el Evangelio, y entra a formar parte de su identidad histórica. Muchos padres cristianos piden el Bautismo para sus hijos en un santuario mariano, con lo cual manifiestan la fe en la acción maternal de María que engendra nuevos hijos para Dios. Es allí, en los santuarios, donde puede percibirse cómo María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida (EG 286b).
Vale la pena subrayar una de las salidas que hicimos para las Vísperas y la misa. Me refiero al monasterio de Sta. María de Lluçà. En el lugar encontramos la mesa puesta para un banquete digno de paladares exigentes en cuestión de arte. Arquitectura románica. El claustro y el ábside, de gran belleza. Las pinturas que se guardan en el lugar son de un románico que camina decidido hacia el gótico. El frontal del altar es de una estética superior. Muy bien resuelto el pequeño claustro adyacente. En este escenario de ambientación románica tuvimos una experiencia de silencio y después celebramos la Eucaristía.
El santuario: contemplación a través de la naturaleza / G. Vicenç Santamaria, osb 
El silencio, punto cero, sin retorno, a partir cual se inicia todo lenguaje. El santuario, espacio privilegiado per percibir la presencia de uno mismo en sí mismo. El silencio: una nada que nos permite actuar en todo. El silencio se experimenta, no se dice. El espacio silencioso como garantía de una presencia.
El santuario: un equilibrio entre los estímulos de los factores exteriores y la germinación del mundo interior. El santuario: una preciosa reserva de silencio fecundo. Encontrarás más en la naturaleza que en los libros; la vegetación y las rocas te enseñarán más que lo que pueda decirte el maestro.

Liturgia y espiritualidad popular / Mn. Francesc Garcia
La construcción de un santuario en lo alto de una montaña o en el llano o incluso en medio de la ciudad evoca fenomenológicamente la puerta que invita a la apertura hacia otra dimensión.
Por su belleza el santuario es signo de la armonía del cosmos y reflejo de la belleza divina. […] Por su condición el santuario es el lugar festivo en su sentido más auténtico. El santuario es eminentemente festivo por la condición que despliega de memoria, presencia y profecía. Es memoria de la actuación de Dios en la historia personal y del pueblo. Es presencia porque brinda la invitación a ir a lo más esencial de uno mismo, a aquella fuente invisible de agua viva del evangelio.
Esta ponencia iba seguida de tres breves relaciones. Una de ellas me la asignaron a mí. Tenía que describir el ambiente, la mezcla de liturgia y espiritualidad que acontecía en el santuario de Lluc. Y, a la vez, los intentos que la comunidad lleva a cabo para enriquecer los gestos que bien pueden ir más allá de su significado actual.
Unos días de regalar el oído con ideas bien torneadas. Unas sugerencias para aplicar lo escuchado en el santuario, ermita u oratorio donde uno desarrolla su labor. Momentos para saborear vivencias amistosas. Experiencias de plegaria y de silencio. Ocasiones para admirar obras de arte en arquitectura y pintura. En fin, días en que uno varía el ritmo, le hace una finta a la rutina, aprende y admira. Hasta el próximo año.
El grupo de Mallorca

miércoles, 4 de marzo de 2015

Ejercicio sobre la actualidad del evangelio

Es asombroso cómo los cuatro evangelios se mantienen en la cresta de la actualidad. Las grandes y permanentes preocupaciones del ser humano allá aparecen. Sus páginas hablan de dinero y de injusticias, de enfermos e hipócritas, de ancianas generosas y dirigentes sin piedad. Incluso la forma se diría que no ha envejecido. Con intercambiar alguna que otra palabra el lector tiene la impresión de que está leyendo el periódico de hoy. Permitan el siguiente ejercicio por si les suena.

Cuando el señor bajó del autobús se encontró a un grupo de gente que hacía rato le esperaba para verle y escucharle. Unos querían un autógrafo, pero la mayoría deseaban comunicarle las dificultades por las que estaban pasando. La aglomeración se componía de gente sin trabajo, inmigrantes y desahuciados. En cuanto se dispuso a hablar hubo quien se subió a la mesa situada en la terraza de un bar. Otros se sentaron en el capó de unos coches aparcados. 

     Eh, señor, que lo pasamos muy mal. Nadie en la familia, ni jóvenes ni viejos, tiene trabajo, clamaba a voz en grito un individuo de mediana edad con barba de chivo.
     Yo no tengo papeles, voceaba un joven con un gran afro en la testa.
     Ayúdame porque no me admiten en el hospital, exclamaba una mujer menuda y de rostro irrelevante.

Algunos admiradores del señor ejercían de voluntarios guardaespaldas. Apartaban a la gente con el fin de despejar el camino y lograr que llegara a un cercano prado. Allí podría dirigirse a la gente en condiciones más satisfactorias. En efecto, todo el mundo se sentó sobre la hierba y el esperado personaje se dispuso a hablarles a los presentes.

Palabras de ayer y de hoy

Venid a mí todos los que estáis angustiados y preocupados por esta crisis que no cesa. Yo os aliviaré de la soledad, del miedo al futuro, de los menosprecios que vierten sobre vosotros quienes dirigen el país. Porque mis palabras en realidad no son mías. Las tomo prestadas de quien sabe más que yo.

Os digo de verdad que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Pero vosotros sed sinceros y humildes hacia vuestros prójimos. No os comportéis como los políticos avezados que os engañan una y otra vez. Ellos mienten para ganar las elecciones. Unos meses antes subvencionan necesidades familiares y obras públicas, besan a los niños y abrazan a las ancianas, a la vez que prometen bajar los impuestos. Una vez acomodados en sus escaños recortan los sueldos, los derechos que tanto esfuerzo logró adquirir y os cargan con fardos pesadísimos.

No hagáis como los banqueros que especulan con el dinero de los pobres. Les engañan con las preferentes. Les cobran por la casa que compraron con mil sudores y, si no la pagan hasta el último centavo, incluidos los intereses, entonces se la quitan para apropiársela de nuevo.  No imitéis a los corruptos que pululan por los corredores y salas de los ministerios. Fueron elegidos para servir al pueblo, pero abusan de las tarjetas opacas, exigen comisiones inmorales y gastan cantidades ingentes en dietas, viajes y comilonas.

Vosotros no pongáis vuestro corazón en las cuentas corrientes, no llevéis el dinero a los paraísos fiscales para evadir las obligaciones sociales. Ni siquiera invirtáis dinero en bonos del Estado o en algún plan de pensiones. Vuestro tesoro es la tranquilidad de conciencia, el amor a quienes os rodean y vuestra fidelidad a Dios. Eso tenéis que cuidar. Nadie os lo puede robar y el tiempo no lo echará a perder.  

No os limitéis a opinar sobre la crueldad de los yihaidistas o la desfachatez del primer mundo que dice querer la paz mientras vende armas al enemigo por debajo de la mesa. Luchad para que la paz y la justicia reinen en el hogar y el vecindario. No os preocupéis demasiado ya que no es posible cargar con el peso del planeta. Os basta con las preocupaciones de cada día y con amar de verdad a vuestros prójimos. Luchad por un medio ambiente sostenible para que vuestros hijos no se avergüencen del estado ruinoso de los prados, los bosques, los mares y las montañas.

Multiplicad la riqueza, pero repartidla enseguida. No digáis que primero unos pocos tienen que acaparar los bienes para luego distribuirlos. Eso gustan de decir los neoliberales y los capitalistas, pero nunca llega el día del reparto. Sabed que la felicidad no está en el poder, ni en la fama, ni en el éxito. Es mucho más importante ser que tener. Vale más vivir que poseer. Preferid el abrazo a la reprimenda y el amor al dolor.

No recortéis el sueldo a las mujeres sólo porque cuando dan a luz no van a la fábrica o a la oficina. Os digo que un hijo vale más que una máquina. No convirtáis a los niños en soldados, pues ofende a Dios Padre que niños inocentes disparen para herir y matar. No hagáis de los niños obreros antes de hora porque cada cosa tiene su tiempo.  

Una conclusión menos feliz

Aunque los problemas de cada uno de los participantes seguían en pie, la gente empezó a aplaudir, cantar y bailar. Se les había llenado el corazón de esperanza y confiaban que, gracias a las palabras del señor, la realidad mejoraría. Estaban convencidos de que, si seguían sus criterios y miraban el mundo con sus ojos, aumentaría la solidaridad y la atmósfera adquiriría una fragancia de fraternidad.

Pero alguien registrado como miembro de los servicios secretos había comunicado a las fuerzas de seguridad que tenía lugar una manifestación ilegal. Entonces, de pronto, aparecieron los antidisturbios con mangueras chorreando agua a presión, armados con fusiles, portando porras y disparando pelotas de goma.  

Bastantes de los participantes fueron detenidos. El Maestro se escabulló entre la multitud con un gesto de contrariedad. Unos periodistas, bien pagados por sus patronos, escribían entre tanto que en la manifestación se habían dado cita un montón de mendigos y un nutrido grupo de “indignados”. Allá se habían reunido numerosos inmigrantes sin papeles, desahuciados e incluso grupúsculos de jóvenes antisistema.

Unos ciudadanos que casualmente pasaban por el lugar comentaban que el orador hablaba con una autoridad inusual. La autoridad le salía de dentro y nada tenía que ver con la fuerza de las porras y las pistolas que manejaban los guardias.