El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 22 de marzo de 2013

Diálogo de santuarios


Se celebró el encuentro número 34 de los santuarios de Catalunya y Balears. Tuvo lugar en Lleida los días 12 y 13 de marzo. Al abrir el correo electrónico he dado con comunicaciones de algunos colegas que se me adelantaron en la comunicación. No le hago ascos a algunas de sus expresiones que me facilitan la labor.  
En el folleto-guía, una foto de la ciudad de Lleida,
lugar del encuentro. La vieja catedral en el montículo
Los rectores de santuarios tenemos mucho trabajo que hacer y nadie lo hará por nosotros. Porque "las ermitas de hoy son las discotecas, y los bancos, los nuevos santuarios", hacía notar Mn. Ramon Prat, Vicario General de la diócesis de Lleida al disertar sobre "El lenguaje de la fe de cara a la Nueva Evangelización".

Los cerca de sesenta responsables de santuarios -laicos, diáconos y presbíteros- fuimos convocados por el P. Josep Maria Sanromà, rector del Santuario de Montserrat y Coordinador del secretariado Interdiocesano de Santuarios de Cataluña, Baleares y Andorra. Él nos decía en la invitación: "los santuarios son espacios que, en medio de una sociedad alejada del mundo religioso y de la vida de la fe, deberían ser lugares privilegiados donde el hombre y la mujer de hoy pudieran hacer experiencia de la presencia amorosa de Dios".
Mesa rectora: el coordinador de los encuentros, Sanromà,
el obispo de Lleida i el obisbo encargado
de la Pastoral de santuarios en Catalunya
"Están en casa", nos decía acogiendo nuestra presencia el obispo de Lleida, Monseñor Piris. Completaba la acogida: "me felicito que hayáis elegido la Tierra Firme leridana para recrear caminos para la nueva evangelización." El obispo Agustí Cortés, Presidente del Secretariado también nos dirigió unas palabras de saludo: "os animo a que, a partir de vuestras experiencias en el Santuario, compartidas en el marco del Año de la Fe y del 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, encontréis el lenguaje que estimula la esperanza y la confianza de cara a la peregrinación de la Iglesia".

El Encuentro con compañeros de todos los obispados catalanes, trece de Mallorca y dos de Sabartés (Ariège) anima a los participantes. Todos llevamos en el corazón la sed que nuestro pueblo tiene de Dios en la árida travesía del desierto que es la sociedad de hoy en día, tan a menudo de espaldas a Dios y a los mejores valores humanos.

"Se vacían las iglesias y vienen a los santuarios". Por este motivo todos nos esforzamos que quienes llegan como turistas, o como sea, regresen como peregrinos Y, una vez en casa, se conviertan en cristianos militantes. Los cinco verbos de la peregrinación son: salir de casa (llamados por Dios). Caminar. Recibir. Permanecer (en el corazón de Dios). Y volver a casa (con su amor).

El eje de las tres conferencias estaba cruzado por la inquietud acerca de cuál es el lenguaje adecuado hoy en día para comunicar la fe. El Padre Bernabé Dalmau, monje de Montserrat, nos facilitó la reflexión sobre la carta de Benedicto XVI "la Puerta de la Fe" y nos adentró en las luces y las sombras del Concilio Vaticano II a lo largo de los últimos cincuenta años. "Cada santuario tiene que ser un faro de la fe. El paso de los años nos cambia los oídos. He aquí la necesidad de la nueva y renovada Evangelización. Jesús es la puerta. No tiene prisa, pero nos espera. No hay otro camino que nos conduzca hacia la sobriedad, la humildad, la austeridad, la constancia para vivir la vida de la Iglesia, no con nostalgia, sino con creatividad. "

Comentábamos en el trabajo de grupo: "el responsable del santuario debe tener presente que la oración más bonita, también para el ateo y para el agnóstico, consiste en maravillarse". Mosén Prat insistió en el lenguaje de la contemplación y del diálogo con los nuevos humanismos dentro de los escenarios del siglo XXI. Nadie es excluido a la hora de buscar un sentido a la vida, que bien desembocar en la belleza del cristianismo, de las bienaventuranzas operativas en las obras de misericordia.

Cerró el encuentro cura Xavier Aymerich, párroco de Molins de Rei, con el tema de rabiosa actualidad, la falta de sacerdotes en los pueblos, "Las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero". "Hay que aunar los tres principios: Eucaristía, domingo y comunidad", afirmó monseñor Aymerich todo enfatizando el concepto de "comunidad".
Integrantes de la Delegaicón procedente de Mallorca
Visitamos el edificio típico de Lleida, la Academia Mariana, donde reza vísperas ante la Virgen Blanca. También la iglesia románica de San Martín y el santuario de la Virgen de Carrassumada (los mallorquines ya no pudimos asistir por cuestión de tiempo). Dichas visitas pusieron el broche de oro a un trabajo que nos estimula a llevar a cabo una acogida más fraternal, un espíritu de servicio evangélico y un anuncio iluminador desde los faros de los santuarios que “marianizan” a los países catalanes.

Acabo la recensión recordando que el P. Bartomeu Pericàs (fallecido el 27 de octubre del año pasado en la comunidad de Lluc) estuvo muy presente en el encuentro. Era bien conocido, pues no se perdía una cita a lo largo de los años. Cuando tenía a la vista un viaje a un santuario de Catalunya, del Estado español e incluso del ancho mundo, experimentaba una gran satisfacción. Rogamos por él en la Eucaristía, por quien dejó durante años en muy buen lugar al Santuario de Lluc. 

miércoles, 13 de marzo de 2013

Riesgo de papolatría


Existe el curioso fenómeno de que a los personajes encumbrados -en la política, la economía, el deporte…- se los trata con la mayor consideración y respeto. Incluso quien viste mejor suele recibir mayores cortesías. Con frecuencia las instituciones disponen de una especie de almacén de títulos y protocolos reservados a los personajes que desempeñan cargos más elevados.

Este párrafo viene a cuento por la resonancia mediática que ha provocado la renuncia de Benedicto XVI y el anuncio de elección de un nuevo Papa. Existe el peligro muy real de caer en una especie de papolatría. La extraña palabra significa “adoración al Papa”. La teología dice muy claro que sólo existe un culto de latría: el dirigido a Dios. Pero en la práctica se conceden tales atenciones y se prodigan tales títulos al Papa que el fantasma de la sospecha acude a la cita.   
Recuerdo haber ojeado las primeras páginas del Anuario Pontificio y contar hasta 15 títulos con los que designar al Obispo de Roma. No achaco a los Papas el deseo de sobresalir y endiosarse a base de títulos y protocolos. Más allá de su voluntad personal existe una maquinaria  engrasada a base de servilismo capaz de poner en pie los más sorprendentes procedimientos.     

Cuentan los Hechos que Pedro, el primer Papa, levantó al centurión romano Cornelio que le agasajaba en exceso y le dijo: levántate que yo también soy un hombre. Pero de seguro existe algún gene que nos inclina al culto del soberano. Se encuentra en todos los campos y no se exceptúan las diversas religiones. El Faraón recibía un trato divino, como también lo prodigaba la religión de Babilonia, Asiria y Roma.

Títulos, vestimentas, protocolos

Desde Constantino se implantó en el cristianismo el culto al soberano y con el tiempo prosperó sin trabas. Al Papa se le llama “Santidad” cuando nadie es santo sino Dios, leemos en la Biblia. Se le llama infalible, cuando sólo la Iglesia -a través de las palabras del Papa que habla en su nombre- está exenta de error en cosas esenciales y en contadísimos pronunciamientos.

El protocolo exige que las altas autoridades y cualquier persona se incline o arrodille ante el Papa. El Dictatus Papae (1075) de Gregorio VII, afirma entre otras lindezas, sin ruborizarse, que sólo al Papa todos los príncipes deben besar los pies.

Dicho sea de paso, a lo largo del primer milenio quienes elegían al Papa, o mejor dicho al Obispo de Roma, era el clero romano. Dicho Obispo se consideró árbitro de la entera cristiandad cuando las discusiones no podían ser solucionadas entre los adversarios. Luego, con los cónclaves, vinieron las presiones políticas, aparecieron los cardenales (que en un principio no eran lo que son hoy día), se dieron sórdidas rivalidades, acontecieron cismas por causa de las disputas en la elección, etc.

Todo fue ocasionado por la acumulación de poder. El Renacimiento elevó al máximo la cuota de honores personales y, con ellos, de la corrupción.

Volviendo al peligro de la papolatría digamos que las masas desean tener una referencia de poder global que los represente. Todo grupo humano quiere un Rey, un General, un líder, un Papa. Ya el A. Testamento relata el empeño de poner un rey a la cabeza del país, no obstante las advertencias del Profeta de que abusaría y humillaría al pueblo. A este líder se le aclama y vitorea. Para verle se hacen miles de kilómetros. El líder, por su parte, no suele hacerle ascos a los vítores y aplausos. Más bien se habitúa rápidamente a la viscosidad del poder. 

Aparatosidad contraproducente
De acuerdo a esta lógica lo que el Papa hace siempre es lo mejor y no se escatiman elogios a sus decisiones. Juan Pablo II no renunció, no obstante su lamentable estado de salud, a la silla de Pedro. Muchos de los que se deshicieron en elogios entonces, ahora los dirigen a Benedicto XVI por su valentía y humildad en renunciar. ¡Un poco de coherencia, por favor!  

La exaltación mediática de los viajes, como también de los encuentros papales con los jóvenes no es saludable para la Iglesia de Dios. Este tipo de espectáculos olvida el guión original del evangelio. La fe y el sentimiento creyente jamás lograrán sustituirlos los escenarios grandiosos, el colorido del vestuario en los desfiles cardenalicios, la presencia de los poderosos de las naciones, los miles de personas que gritan, cantan, ríen y lloran. 

El entorno del Papa no debiera blandir símbolos de poder ni de mundana dignidad. Si el medio es el mensaje, como dijo el sabio de las comunicaciones, entonces el mensaje opaca las actitudes de Jesús que se anonadó hasta la muerte y muerte de cruz. Escribió González Faus hace unos días que  habría que suprimir a los llamados “príncipes de la Iglesia”, título casi blasfemo para una institución que se funda en Jesús como su piedra angular. No menos malentendidos ocasiona el título de Jefe de Estado atribuido al Papa. Condiciona sus gestos y palabras, obliga a unos fastos y boatos en absoluto ejemplares.

Nada más lejos de mi intención que una crítica ofensiva o destructiva hacia el papado y su modo de actuar. Simplemente, desearía un comportamiento más sencillo y evangélicamente atractivo. Me siento Iglesia, no faltaría más, y a ella he dedicado la vida. Precisamente por este motivo no puedo echar mano del conformismo ni la inercia. 

No ama más a la Iglesia quien calla sus defectos, sino quien arrima el hombro para superarlos aun a riesgo de recibir algún baculazo. Son numerosos los santos que han hablado y actuado en esta línea. El presente escrito trata de aportar un granito de arena a la opinión pública creyente con el fin de que un día sea mayoritaria y repudie tanta aparatosidad. 

Acabo. Difícilmente puede sostenerse que el Espíritu ejerce una especial intervención en la elección del Papa. La promesa evangélica simplemente afirma que el mal no podrá destruir a la Iglesia. Y en ocasiones, no precisamente gracias al comportamiento ejemplar de sus hijos más encumbrados, sino a pesar del mismo.

sábado, 2 de marzo de 2013

El Papa, ¿Jefe de Estado?




No deja de sorprender el revuelo mediático ocasionado por la renuncia de Benedicto XVI. Cualquier detalle es comentado ampliamente. Si es de carácter privado, mucho mejor. La prensa organiza un festín con todo ello. Más o menos como cuando muere una vedette de la pantalla,  alcanza la cima del ranking de goles un futbolista o hay que agasajar a un político famoso.
A mi entender una de las explicaciones de la resonancia adquirida por tales acontecimientos es que numerosas personas viven la vida a través de la biografía ajena. Dado que su existencia resulta monótona por fuera y carece de profundidad por dentro, tratan de compensarlo poniéndose en la piel del famoso. Entonces con facilidad se les escapa una lágrima y se conmueven con la emoción que se desprende de la gloria o a la desventura del personaje mediático.    

A mí personalmente me desagrada que las emisoras televisivas, que miran millones de personas, se detengan a detallar la textura y el color de los zapatos que vestirá el Papa emérito. Se trata de detalles que no hacen ningún bien a la Iglesia y ofrecen pábulo abundante para los críticos dispuestos a despellejar al vecino. No hablemos si los tales vecinos proceden del ámbito eclesiástico.

Considero negativa toda la parafernalia acaecida con la despedida del Papa. Salen a colación frivolidades de todas clases. Se calla en cambio lo que realmente debería interesa a los creyentes. En consecuencia, una vez más, el mensaje queda distorsionado.  Llaman poderosamente la atención al hombre de hoy, sea o no creyente, los protocolos y títulos que desprenden tufillo aristocrático. Chocan de frente con lo que el evangelio propone acerca de la autoridad y la misión.

La Iglesia no es una democracia sin más, pero ello no impide que en todas sus actuaciones brille la sencillez y la transparencia. La sensibilidad actual detecta fácilmente la vanidad agazapada detrás de los títulos, los vestidos pomposos y los honores en general. Si añadimos que con frecuencia los títulos son desproporcionados y las vestimentas afeminadas, ya dirán...   
Los títulos, honores y vestimentas son el lastre que ha venido depositándose en la Institución a través de los siglos. Pero un día u otro es preciso deshacerse de todo ello porque deforma el rostro de la Iglesia. Hay datos en el Nuevo Testamento y en la historia que hablan con mucha elocuencia acerca de la sencillez y del buen ejercicio de la autoridad. Esta es la tradición más genuina y a ella hay que volver.
No se olvide que el medio es el mensaje. Los comportamientos vanidosos y pomposos opacan el bien que pueda realizar el sujeto. El lujo y la ostentación son un antitestimonio y desacreditan la opción por los pobres. Los seguidores de Jesús lo son de aquel que nació en un establo y murió desnudo en una cruz. 
La raíz de muchas actitudes y comportamientos inadecuados tienen que ver con la estructura de la Iglesia tal como hoy día funciona. A saber, con el  Papa como Jefe de Estado. Los estados pontificios no son exigidos por la naturaleza de la Iglesia, más bien al contrario. Pero cuando el historiador Döllinger lo dijo en público, fue tildado de Judas. Un libro que exaltaba la unidad de Italia rápidamente encontró el índice libros prohibidos. El síl.labus de Pío IX condenaba la proposición de que despojar de soberanía a la Sta. Sede sería un servicio a la libertad de la Iglesia.

Razones a favor y en contra

Existen razones a favor y en contra para sostener la existencia del Vaticano como Estado.  Las minúsculas dimensiones del Estado que es hoy en día echa por tierra la acusación de que la actuación papal constituya injerencia alguna en potencias extranjeras. Por lo demás, el Vaticano no posee los tanques por los que preguntaba Stalin. Ha sucedido lo que tantas veces en la historia: la Iglesia protesta indignada cuando le arrebatan sus riquezas mundanas, pero acaba dando gracias a Dios por la libertad y agilidad que le confieren posteriormente.

La Iglesia debe ser independiente. Es conveniente que así sea puesto que Roma está llamada a ser referencia de unidad entre todas las Iglesias. Caso de que el Papa ejerciera su papel en el interior de otro Estado  -sobre todo si fuera muy poderoso- está claro que las presiones recibidas serían muy fuertes. La potencia política que lo alojara trataría de manipularlo en su favor.

Hablemos ya de los inconvenientes. Aun cuando el Vaticano tiene unas dimensiones minúsculas, no deja de ser un Estado, un centro de poder mundano. Lo cual puede contaminar la misión del sucesor de Pedro. El hecho de ser Jefe de Estado sitúa al Papa en un entorno que no es el que escogió Jesús de Nazaret, ni el que recomendó a sus seguidores. Los interlocutores del Papa disponen de poder terrenal de manera que él se halla -aun sin quererlo- gravitando en torno de los ricos y poderosos. En consecuencia se distancia de los pobres y olvidados de la tierra.  

En busca de la solución

El hecho de ser un Estado envuelve al Vaticano en una atmósfera de protocolos, diplomacias y suntuosas recepciones. Le obliga a unas actuaciones que nada tienen en común con el discurso misionero en el que Jesús exhorta a los suyos a caminar sin sandalias y sin dinero en la faja. Se dirá que los tiempos han cambiado. De acuerdo, pero el estilo no tiene por qué cambiar.

En el futuro -y recuerdo haberlo escuchado en alguna parte- cabría buscar una solución que armonice las ventajas y los inconvenientes de la situación actual. Descartemos una solución demagógica de ruptura total dado que estos cambios son de difícil digestión y posiblemente provocaría enormes dificultades, al menos en un principio. El Papa podría residir en el Estado del Vaticano sin ser Jefe de Estado. Como los obispos son ciudadanos de sus respectivos estados. La tarea política de Jefe de Estado quedaría reservada a un laico.  

De este modo podría garantizarse la máxima independencia de este Estado, a la vez que preservar la máxima libertad para el ministerio del Papa. Claro está que entonces habría que acostumbrar a los gestores a un nuevo estilo. Los cambios deberían ser graduales, como no puede ser de otro modo cuando las implicaciones son de gran magnitud y fuertes implicaciones. Como fuere, en algún momento hay que ponerse en camino.