El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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jueves, 19 de noviembre de 2009

Las parroquias en tiempo de crisis

Sucede en ciudades populosas del primer mundo. Los lugares donde se acoge a los pobres en busca de comida andan colapsados. Los que ayer cobraban un buen sueldo y no se inhibían ante los escaparates, de pronto pasaron a aumentar la larga fila de los parados. Quedaron sin empleo y con él quizás también perdieron la vivienda. Con un poco de suerte acabaron amontonados en casa de algún familiar. A otros no les quedó más salida que resguardarse en los pocos metros cuadrados de algún portal.

Caritas, el último refugio

¿Saben dónde suelen ir a hacer fila los tristes protagonistas de estas historias? Pues una parte considerable ante las puertas de Caritas y de las parroquias. Algunos ayuntamientos lo han reconocido abiertamente.

Las cifras indican que a Caritas se le piden cada vez más ayudas. Ya en el 2007 aumentaron los demandantes en un 50%. Por entonces la crisis apenas asomaba la patita. Ahora ha explotado y no parece vaya a menguar por el momento, no obstante las afirmaciones de algunos gobernantes.

Caritas no se limita a la beneficencia sino que trabaja también en el campo de la prevención. Se preocupa por disminuir el riesgo de las drogas, el Sida, el paro y otras pobrezas emergentes como la que afecta a transeúntes y emigrantes. Combate la pobreza en sus causas y también las denuncia.

El personal de Caritas, particularmente el voluntariado, hace estas cosas sin aguardar recompensa material ni de índole psicológica. Tampoco las lleva a cabo esperando aplausos de la galería. En todo caso se siente íntimamente satisfecho de invertir el tiempo en una causa filantrópica y evangélica.

Vienen a cuento estos datos porque en muchos medios de comunicación, particularmente en los comentarios libres de numerosas páginas Web, se maltrata e insulta a los creyentes. Repiten cansinamente que la religión sólo sirve para originar guerras, que es perniciosa para la sociedad. No raramente los escritos ofensivos proceden de militantes de partidos políticos que quisieran poco menos que arrasar con la Iglesia y sus instituciones.

Frente a una tal actitud conviene responder con datos y estadísticas objetivas. Y comenzar diciendo que no se sabe de ninguna sede de partido a la que acudan los pobres para lograr un plato de sopa caliente ni para conseguir un abrigo.

Cierto que existen organismos de instituciones civiles que facilitan algunas ayudas a los marginados. Pero está claro que el dinero no sale de los bolsillos de los políticos ni de los militantes de partidos. Se gestiona con los fondos públicos. Y desgraciadamente hay multitud de datos acerca de que el itinerario de dichos fondos desemboca con frecuencia en bolsillos privados.

La tranquilidad perturbada

En la humilde parroquia donde resido desde hace unos meses -Nuestra Señora del Coll, en la periferia de Barcelona- también se llevan a cabo algunos de los servicios mencionados. Básicamente hay un ropero y un banco de alimentos. El primero pertenece a Caritas. El segundo tiene sus orígenes en una fundación privada, aunque muchos feligreses colaboran con la misma.

Se ha sensibilizado a los parroquianos para que lleven la ropa que no usan a la parroquia. Unas mujeres generosas y decididas la recogen y clasifican. En los días señalados se acercan numerosos emigrantes y ambulantes para recoger prendas que mantengan el frío a raya. Un servicio humilde, pero de gran valor para quienes viven muchas horas en la intemperie.

El Banco de alimentos recoge comestibles totalmente aptos para el consumo, pero a punto de caducar o no comercializables a causa de algún desperfecto en el envase. Acepta igualmente alimentos no perecederos como latas, arroz, habichuelas… También los feligreses aportan lo que pueden. Y de nuevo un grupo de esforzados voluntarios clasifican y reparten los comestibles tratando de que los listillos no se lleven lo que otros necesitan con más urgencia.

No por casualidad la acogida se hace en la propia parroquia. Es la mejor manera de que la comunidad perciba y alivie el dolor de los más humildes. Por su parte, lo agraciados se sienten comprendidos y queridos por el grupo de creyentes del lugar.

El párroco queda implicado en el barullo porque siempre surgen obstáculos que requieren su presencia y opinión. A quienes vivimos en la casa parroquial también nos afecta el ajetreo que genera tanto trajín. El teléfono y el timbre suenan y suenan interesándose por el horario del reparto. Cuando uno encuentra a los solicitantes cara a cara hay que tratarlos con delicadeza para no herir su dignidad, pero comunicándoles, a la vez, que no es posible el reparto a cualquier hora ni al primero que llega.

Todo se da por bien empleado si sirve para aliviar las penas de los prójimos más necesitados. Pero quede constancia de que este servicio requiere sacrificio y paciencia por parte de quienes viven en la casa parroquial, particularmente las situadas en la periferia. Seguramente no es el caso de los políticos encumbrados o de los anónimos militantes que vociferan contra la religión. Los pobres no acuden a sus casas mientras ellos -acomodados en el sofá- miran la última serie de la televisión.



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