El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 5 de octubre de 2011

La boda de una anciana duquesa







A poco que uno lea el ilimitado flujo de noticias que bracean por el océano de la red se entera de que el mundo de la farándula anda revuelto. La duquesa por antonomasia, Cayetana de Alba, a sus 85 años, ha anunciado su boda -la tercera de la serie- que va a tener lugar hoy mismo.  

Dudaba si escribir unas líneas sobre el particular. Porque me resulta un mundo lejano, penoso, patético, el que conforman los duques, marqueses y demás especímenes de sangre azul. En una sociedad democrática y en crisis económica sus vaivenes por las páginas satinadas de las revistas, sus apariciones en la TV devorándose unos a otros se hace difícilmente soportable.

Escribiré unas líneas sobre el acontecimiento y sus implicaciones. Sí, porque no sólo cabe aprender de los ejemplos luminosos, sino también de los comportamientos poco honrosos. Los primeros para imitarlos, los segundos para evitarlos.
Prejuicios innatos
Tengo para mí que determinadas ideas y visiones que impregnan la sociedad contagian a los ciudadanos desde muy pequeñitos. Luego cristalizan, desarrollan un hálito y un renombre que acaba adquiriendo la categoría de tabú. Al final no se impugna la creencia común. La idea ha adquirido un status incuestionable. Quien trate de transgredir la norma o desacreditar el paradigma será considerado un desadaptado. 

Tal sucede con lo que entendemos por nobleza o aristocracia, denominaciones arcaicas y trasnochadas donde las haya. Condes, duques y demás ejemplares a quienes se atribuye sangre azul logran irradiar una extraña fascinación a su alrededor. Aun cuando en muchas ocasiones se trate de personajes más dañinos que beneficiosos. Pues que viven parasitando en el mundo de la farándula, en las revistas del corazón, tratando de exprimir todo el jugo a los acríticos lectores y espectadores interesados por sus gestas. 

La Sra. Cayetana, duquesa de Alba, se casa por tercera vez. Le asiste todo el derecho, por supuesto. También es cierto que a primera vista -ni a las restantes- nadie la confunde con una joven casadera. El anuncio de la boda ha desatado sus apariciones televisivas y la prensa escrita -particularmente la llamada del corazón- trabaja horas extras, pues que la demanda ha aumentado al socaire de la noticia.  

La duquesa en cuestión es la señora que posee más títulos del universo. Lo afirma el Guinness. Seis veces duquesa, 17 marquesa, 20 condesa, además de otros muchos títulos y 14 veces grande de España. Posee muchísimas hectáreas de tierra, colecciones de arte, edificios, participaciones en la bolsa… No en vano sus hijos sólo han accedido al matrimonio una vez recibida su correspondiente herencia. Piensan que el enamorado novio, 30 años más joven,  debe contentarse con el amor de la duquesa, aun cuando no sea primerizo. 

¿Qué méritos ha cosechado la señora para acumular tantas riquezas? Nació en el seno de una familia de copiosa fortuna a la cual, desde muy antiguo, los reyes otorgaron bienes y tierras por los servicios prestados. ¿Servicios prestados? Sí, desde el propio punto de vista eran servicios prestados las matanzas en el campo de batalla. Aunque se metamorfosean en perjuicios ocasionados si se mira desde el ángulo de los que fueron atravesados por la lanza o perecieron a causa de los trabucazos.    

Dado que muchos personajes de la aristocracia viven muy bien y no se les conoce oficio definido, uno es proclive a dar crédito a lo que se escucha por las tertulias. A saber, que alimentan las desavenencias, las apariciones por la pequeña pantalla, los divorcios y las bodas con el fin de vender tales acontecimientos en exclusiva y recibir un buen dinero cuando se apagan las luces del plató.  

Hay estratos de la sociedad a quienes les interesa de verdad, y hasta parece preocuparles, el vestido de novia que se pondrá una anciana de rostro desnivelado y anguloso en su tercera boda. Interesa el número y la identidad de los invitados que, al parecer, serán pocos porque si se ampliara el círculo muchos se sentirían ofendidos al no recibir la correspondiente tarjeta.  A la hora de escribir este artículo he escrito el nombre de la protagonista en Google y hasta me he enterado de que estuvo de compras con su novio para adquirir la lencería que corresponde a una ajada duquesa en su noche de bodas.

Moraleja final
Noble debiera apellidarse quien destaca por sus virtudes, en particular por su sentido de la justicia. Quien anda interesado por la verdad y trata de vivir honradamente. Quien cultiva la sabiduría y se esfuerza por inmunizarse ante la corrupción. Estos podrían conformar con todo derecho una aristocracia y ser modelos a imitar. Los viejos filósofos, como Platón y Aristóteles, consideraban que personas de este cariz debieran gobernar el país.

Cuando el noble de hoy en día no necesita en absoluto de sus muchos bienes para subsistir dignamente, los parlamentos debieran generar una ley que permitiera expropiarle sus posesiones. Al fin y al cabo la tierra fue creada para todos y en los inicios no había parcelas reservadas.
Sin embargo, la palabra propiedad es un vocablo tabú, aun cuando el origen y la legitimidad de numerosos bienes resulten muy cuestionables. Decían los SS. Padres que todo rico es un ladrón o heredero de un ladrón. Como fuere, cuando se compara el nivel de vida de algunos nobles con el de los desharrapados, entran ganas de opinar a favor de la revolución. Fueron los hombres de una época quienes legitimaron las clases y las propiedades. ¿Por qué no pueden los hombres de otra generación decidir lo contrario?


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