El vocablo más afín al adviento es el de la esperanza. No me propongo
elaborar una homilía, pues este blog apunta hacia otros objetivos. Pero los
lectores permitirán unas palabras de reflexión que tienen que ver con el tiempo
litúrgico del adviento en tiempos de desesperanza.
Nos encontramos en tiempos difíciles para ilusionar al personal. Hablar de
utopías y de transformación social a algunos se les antoja un discurso pasado
de moda, si es que no ridículo. Muchos factores parecen darse cita para
dificultar la utopía y la esperanza...
El socialismo real ha fracasado desde hace años. El capitalismo está
enormemente cuestionado en estos momentos. Y el clamor de los indignados contra
banqueros y políticos -de derechas como de izquierdas- es elocuente en este
sentido.
Parece que la posibilidad de cambiar el mundo con vistas a una mayor
igualdad y fraternidad, se ha disipado. Los ideales de los años '60 se han
vuelto obsoletos. Los tiempos han cambiado. ¿No nos queda más que la
desesperanza y el lamento?
El perfil de los desesperanzados
Antes de aproximarnos a la respuesta (que trataré de esbozar en la próxima
entrada) digamos que, desde luego, cargamos con una mochila repleta de desesperanza
y decepción. Basta con echar un vistazo al perfil del postmoderno que, a grades
rasgos, podríamos calificar como sigue:
Hombre light. La comparación ya es vieja. Así como en la alimentación se buscan
alimentos sin calorías, sin grasas, sin cafeína, etc., de igual manera el
hombre de nuestra sociedad rebaja sus expectativas y sus compromisos.
Se interesa por muchas cosas, pero de manera epidérmica. Va de un asunto a
otro. Un símbolo de esto, los clips de la TV: escenas, planos, decorados que
cambian constantemente. Es un individuo que todo lo trivializa y ni siquiera
tiene criterios para saber qué es importante y qué no lo es.
Sabe de una tradición de desengaños y de fracasos de ideologías. Ahora ya
no quiere ilusionar más. No tiene certezas ni convicciones. Sí dispone de mucha
información, pero esto no le ayuda a ser más sabio, sino en todo caso más culto.
Hombre hedonista. Cuando hay poco que esperar, lo mejor es disfrutar del presente. La vida es
placer y si no, no es vida. Lo más fácil, la comodidad atrae irresistiblemente.
Hay resistencia a aceptar normas. Es bueno lo que apetece y malo, lo que desagrada.
Espectador pasivo. La pasividad es una de las características del hombre de hoy. Espectador
que no se compromete. No se mueve por metas u objetivos, sino que es movido,
empujado por otros, por la publicidad. Consume con avidez todo tipo de productos
y vivencias. Pero tanta velocidad no le lleva a ningún sitio. No tiene otro
objetivo que el de saciar sus caprichos del instante, sin proponérselo se uno a
medio o largo plazo.
Por eso no va con él eso de cargar con responsabilidades. Es un individuo
masificado, productor, consumidor ... Su humus
es el ocio, su mente está configurada por la TV. Incapaz de pensar sin la
muleta de los tópicos del momento. Sus respuestas emocionales son totalmente
previsibles. Se comporta con buena educación, pero su actitud y sus palabras
suenan a hueco.
Buscador de seguridad. Ante la crisis, el individuo busca seguridad. No deja de ser un instinto
muy humano. La sociedad del malestar amenaza a satisfechos: los sin trabajo,
los inmigrantes... Es normal que los marginados quieran sobrevivir y alguno de
ellos recurra al robo ya la violencia. Respuesta: más seguridad, más policía,
menos inmigración. De aquí al racismo, la xenofobia, el conservadurismo… todo
menos ponerse en el lugar del que sufre. Más bien se mira al otro como
competidor y enemigo de quien hay que protegerse.
Imposible un cristianismo
postmoderno
Hay quien argumenta de este modo: nos hallamos en un mundo y una cultura
posmodernos, que ha dejado de creer en utopías, tradiciones e instituciones.
Hay que ser realista y reconocer que nuestra sociedad ha llegado, como se ha
dicho, al final de la historia. Sólo acontecerá más de lo mismo. Si el
cristianismo alega que quiere encarnarse en cada cultura, debe también
encarnarse en esta cultura posmoderna ...
Sin embargo este argumento es una falacia. La renuncia a grandes visiones
globales, el desistir en la tarea de transformar el mundo, el refugio en la
isla de mi vida (el fragmento) renunciando a toda esperanza de cambio... no es una
forma cultural como cualquier otra. Si lo fuera, habría que considerarla un
signo de los tiempos y en consecuencia, respetarla e incluso inculturar el
cristianismo en ella.
Los elementos posmodernos mencionados no proceden de raíces auténticamente
humanas/humanizantes, ni mucho menos cristianas. La inculturación del cristianismo en la postmodernidad no es posible.
Hay que saber cómo acercarse al hombre posmoderno, pero no asimilar a su forma
de ser.
Renunciar a la visión global, a la pretensión de transformar el mundo, el
compromiso histórico, preferir el placer fácil al esfuerzo y al compromiso, disfrutar
el presente desentendiéndose del futuro... no es compatible con los fundamentos
del evangelio.
Jesús nunca se hubiera acomodado a la posmodernidad, pues en resumidas
cuentas no es sino el desencanto de la modernidad, el cansancio de la
esperanza, una hora baja de la humanidad, deprimida por las muchas decepciones
sufridas. Un seguidor de Jesús no puede dejarse abatir por esta hora de
cansancio.
Seguiremos en la próxima entrada. Bienvenidos al adviento.
1 comentario:
Buen artículo, que me ha servido para preparar una charla en este adviento. Gracias.
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