Probablemente a los lectores
les extrañará -tanto como me sorprendió a mi mismo antes de reflexionarlo- pero
se da el caso de que en nuestra sociedad laica, postmoderna e indiferente
también se celebra la cuaresma. Como en la Edad Antigua, como en los años de la
Edad Media, llamada Edad Oscura por los anglosajones (The Dark Age). Como hace un siglo, se topa uno con hombres y
mujeres que siguen las mismas prácticas recomendadas por el evangelio e
institucionalizadas en los primeros siglos del cristianismo.
En efecto, hoy como ayer, numerosos
ciudadanos al margen de cualquier idea religiosa, no pasan por alto la
mortificación del cuerpo, ni las privaciones voluntarias. Incluso dan limosna,
ayunan y confiesan sus culpas.
En cuanto sucede una catástrofe de mediática envergadura la noticia llega hasta el último rincón del planeta. Entonces el individuo postmoderno, quizás poco pertrechado en su intelecto y su voluntad, pero de fina sensibilidad y fácil conmoción, es muy capaz de rascarse el bolsillo. Al tal le escapan unas lágrimas furtivas al observar la sordidez en que el terremoto, las inundaciones o la peste han precipitado a la pobre gente. Ha llegado el momento de la limosna.
¿Qué me dicen del ayuno y la abstinencia que practica el personal de la postmodernidad? Hay quien pesa los gramos del panecillo cada mañana para no excederse de la porción recomendada por los dietistas y/o los gurús. Todo un ejército de profesionales de la salud -más algún advenedizo- andan ocupados inventando dietas y preocupados por encontrar clientes adictos. Un ayuno y una abstinencia, claro está, motivada por razones estéticas que no éticas. Más por salubridad que por austeridad. Eso sí, el vigor y el rigor con que abordan su dieta nada tiene que envidiar al fervor a las prácticas cuaresmales de los primeros cristianos en viernes santo.
Objetará el lector que el paralelismo entre la cuaresma de verdad y la postmoderna más bien se nutre de argucias ingeniosas, pero que carece de poder persuasivo. Y seguramente me retará a que nombre una correspondencia del castigo corporal que en épocas pretéritas daba mucho protagonismo a los cilicios y disciplinas. Entiéndase, un protagonismo compartido con muslos y posaderas.
Pues me atrevo a establecer la correlación. Cilicios y disciplinas han desaparecido de la vista, pero a cambio, en muchos escaparates de la ciudad se muestran sin pudor otros instrumentos para infligir dolor. Argollas y piercings sustituyen a los antiguos utensilios de agudas puntas. Argollas, piercings, agujas para el tatuaje y un estricto ejercicio en el gimnasio son las penitencias que hombres y mujeres se imponen.
Cierto que no para purgar sus culpas o poner a raya los apetitos de de la carne que inexorablemente -como la cabra al monte- tiran hacia el placer y la holganza. La finalidad de las mortificaciones postmodernas apunta a lograr una buena acogida en la sociedad, es decir, a que los amigos queden con la boca abierta al constatar los músculos de los bíceps y admiren cómo los pectorales masculinos han ido adquiriendo la forma de un triángulo. En el caso de las féminas importa que las medidas de tórax, cintura y caderas guarden las proporciones que mandan los cánones de la belleza, que no los del Derecho canónico.
No resulta difícil alargar la lista de prácticas cuaresmales que se corresponden con las prácticas llevadas a cabo por los postmodernos. Sigue habiendo procesiones: largas caravanas de domingueros que van a la playa o se trasladan a su segunda residencia en la montaña.
Incluso existen prácticas equiparables a la confesión sacramental. Se emiten por ahí programas de televisión en la que el penitente es sentado en el centro de un sabiondo grupo de panelistas, los cuales le provocan de mil maneras y le inducen a confesar los pecados recordándole sus fallos mediante previas y oportunas grabaciones. Al cabo no manifiesta sus culpas en la penumbra de un templo, sino ante los focos de la televisión para que miles o millones de personas sepan de sus entuertos, por íntimos y vergonzantes que éstos resulten.
¿Y la oración? Pues claro que en nuestros días mucha gente practica la oración al margen de la religión. Habrán escuchado acerca de los mantras del yoga, de la meditación trascendental, del Reiki. Una de las veces en que un barco vertió su carburante en costas y playas del litoral, la catástrofe sacudió muchas conciencias. Una Web proponía que se llevase a cabo una cadena de oración para pedir perdón al mar y con el fin de que la energía y la fuerza mental de los orantes aliviara el impacto de la catástrofe.
Decía así: Mando la energía de amor y gratitud al agua y todo ser viviente en las costas dañadas y sus alrededores. A las ballenas, delfines, pelicanos, peces, moluscos, plancton, coral, algas y toda criatura viviente.... Lo siento mucho, Madre Tierra. Perdónanos, por favor, Gracias. Te amamos. Una plegaria en toda regla
Concluyendo: en la postmodernidad se practica el ayuno, la abstinencia, la limosna, la confesión y la oración. No voy a acabar con un colofón elaborado a base de fácil moralina. Tampoco voy a exhortar a quienes practican una cuaresma light/laica/postmoderna/ecológica que sigan haciendo lo mismo, pero cambiando el sentido de sus obras y avizorando un poco más allá en el horizonte. Les pido simplemente que no se sorprendan cuando se topen con algún cristiano que siga la sana y venerable tradición que desde hace siglos ha establecido este tipo de prácticas. Y que mucho menos tuerzan el gesto con rictus de menosprecio.
2 comentarios:
Interesante el paralelismo que estableces entre una cuaresma "como Dios manda" y otra más de cara a la galería, exceptuando aquellos que por precripción médica, por ejemplo, han de ajustarse a determinadas dietas. Curioso el paralelismo entre la cuaresma de lo interior, de puertas adentro, y otras cuaresmas que rozan la obscenidad. La Iglesia católica quiere afrontar la nueva evangelización. Quienes debatan y traten sobre este reto van a tener que partir del principio previo: vino nuevo en odres nuevos. Aunque el buen vino, puede proceder de los odres viejos que lo contienen,Dios sabe desde cuando.
Mucha razón tienen estos párrafos. No es que las prácticas cuaresmales sean algo esencial en la fe, pero tampoco son menospreciables. Al menos es de rigor respetar lo que los siglos han ido depositando en los terrenos de la Iglesia.
Por otra parte, cuán verdad es que mucha gente s eimpone sacrificios más duros para objetivos mucho menos válidos.
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