Un discurso controversial, apto para los aspavientos fue el que el Papa dirigió en el encuentro mundial de movimientos populares. Lo pronunció el 28 de octubre pasado. El contenido versaba sobre la tierra, el techo y el trabajo. Temas sensibles y polémicos porque no suenan igual a los oídos de un banquero que a los de un desharrapado. Para mí que constituye un punto de referencia típico del actual papado.
El Obispo de Roma hablaba de luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad y la falta de trabajo. Contra la depredación de la tierra y la dificultad de conseguir una vivienda, de la negación de los derechos sociales y laborales. Reafirmaba que era preciso enfrentar los efectos destructores del dinero: los desplazamientos forzados, las emigraciones dolorosas, la trata de personas, la droga, la violencia…”
A lo largo de la alocución repetía la idea de que se idolatra al dios dinero, al que se pone en medio de la sociedad y al cual se sacrifica cualquier cosa, aunque sea el hambre de los niños, los campos de refugiados y la dignidad de la persona.
En un determinado momento se diría que escuchaba de antemano las críticas de algunos antagonistas de lejos y de cerca. De ahí que se sincerara: “es extraño, pero si hablo de esto para algunos resulta que el Papa es comunista”. Por lo cual insistía en que todo cuanto decía se encuentra en la doctrina social de la Iglesia.
Este discurso es paradigmático por lo que dijo y por cómo lo dijo. Cierto que otros muchos pontífices han aludido a la doctrina social. Pero lo hacían a media voz, dando la impresión de que la prudencia aconsejaba decirlo otorgándole el menor relieve posible. En fin, que nadie pudiera acusar al Papa de callar la doctrina social, pero que ésta llegara a los oídos del público en sordina. También pudiera suceder que, dado que “el medio es el mensaje” resultara un tanto bochornoso afirmar cosas que no cuadran con los zapatos que uno calza, las pompas a las que no renuncia y el hieratismo que exhibe.
Decía el Papa que el encuentro no respondía a una ideología, pues los movimientos populares trabajan con realidades y no con ideas. Estos conceptos me recordaban muy de cerca a autores catalogados en los estantes de la teología de la liberación. Dicen que el Papa Bergoglio no le tenía mucha simpatía a esta teología. Es muy posible que le temiera precisamente a la etiqueta, a la ideología. Sin embargo su praxis se ajusta plenamente a ella. Antes de residir en el Vaticano ya caminaba por senderos embarrados para visitar a sus feligreses y se compadecía de verdad del sufrimiento ajeno. Interesa el contenido mucho más que la etiqueta.
El discurso que nos ocupa no parecía salir de la boca de un pontífice engalanado, sino del alma de un orador y militante, apasionado por el altruismo, con una enorme sensibilidad a favor de quienes sufren. Quizás éste es el motivo por el que no hace tanto que un connotado personaje de la curia ha acusado al Papa de desacralizar el Papado. Y otro le ha responsabilizado de que la barca de la Iglesia vaya a la deriva, sin timonel. ¿Qué concepto de Iglesia deben tener estos señores? Precisamente el papado se dignifica y fortalece cuando se preocupa por las necesidades reales de la gente y los pueblos. No precisamente cuando le da vueltas y más vueltas a asuntos crípticos de carácter litúrgico o canónico, ajenos al interés y las necesidades de la mayoría.
El Papa ha cambiado el tono y el talante al que nos habían acostumbrado. Mi temor es que no finalice abruptamente un tal modo de proceder. A lo largo de la historia suelen tener vida breve estos episodios. Y entonces se sume en la decepción el personal más animoso y comprometido. Aparte del tono y la actitud, el Papa ya ha llevado a cabo algunas reformas. A Dios gracias, pues es peligroso eso de cambiar la música, pero mantener idéntica la letra.
Algunas cosas, sí, se han plasmado en hechos. El banco vaticano ya sólo tiene la encomienda de cuidar el patrimonio de la Iglesia, pero no de tratar con inversores. El último Sínodo ha dado señales de que los divorciados podrían acercarse de nuevo a la comunión, a la mesa de la cual Jesús no despachaba siquiera a los fariseos mal pensados. También se ha dejado de fustigar inmisericordemente a quienes viven con orientaciones sexuales distintas a la mayoría.
El Papa Francisco dijo confidencialmente que algunos le despellejaban porque desacralizaba el papado. Añado yo: y porque denunciaba el neoliberalismo y andaba con zapatos deformados por el uso... entre otras muchas cosas. No se preocupe el Obispo de Roma. Muchos más son los que le miran y escuchan para recoger palabras de esperanza. Muchos son los que desean una Iglesia vestida más acorde con el Evangelio. Por lo demás, si a él le llaman comunista, a Jesús le tildaron de endemoniado. Los poderosos no se van con chiquitas cuando se amenaza su digestión.
Hay que felicitar al Papa porque ha rescatado su función de la anormalidad en que se había despeñado. ¡Habíamos creído que una anormal hieratismo era la norma, era normal! Hay que felicitarlo porque ha puesto en marcha un movimiento esperanzador. Pero queremos más. Las hermosas palabras tienen que solidificarse en hechos y modificar las estructuras.
Próximamente escribiré una lista de hechos que me gustaría poder celebrar o, al menos, atisbar en lontananza. Me adelanto a nombrarlos: mayor igualdad de la mujer en la Iglesia, poner las bases para la renuncia a la jefatura de Estado, establecer unos topes en el tren de vida de los obispos y personal afín, asumir compromisos escritos con diversos movimientos favorecedores de la ecología, restablecer el celibato opcional, rehabilitar a los sacerdotes que contrajeron matrimonio, mayor democracia en la elección de los obispos. Por encima de todo, lograr que los cristianos se sensibilicen con la causa de los pobres. A fuerza de pedir y reclamar en ocasiones algo se
consigue, aunque no siempre.
1 comentario:
Quien diga que el Papa desacraliza el papado es que no conoce el evangelio y tiene una idea totalmente deformada de lo que Jesús quería de la Iglesia. Somos afortunados viviendo este momento de la porque, por lo general, la Iglesia suele brindarnos períodos de características bien diferentes. Hay que gozar del momento y rogar para que nadie lo detenga.
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