El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 18 de abril de 2015

Protagonistas al margen de la noticia


No hay por qué esperar otra cosa. Se cumple puntualmente el tópico de que es noticia que un hombre muerda a un perro y no al revés. Es gratificante para la prensa conseguir la entrevista con el nombre que corre de boca en boca. Mucho más que con el ciudadano anónimo que no encabeza ninguna organización ni hizo nada estrafalario en las últimas semanas. Inútil, pues, empeñarse en que los micrófonos apunten a otro lado que no sea el de los nombres que momentáneamente lucen sobre el candelero.

Sin embargo, sépase y tómese conciencia de que el mundo es mucho más vasto que el mundillo de quienes dominan la escena y atraen los focos hacia los platós. Existen otras opiniones más allá de las que ven la luz en los titulares de los periódicos. No se confunda la parte con el todo. De otro modo la sociedad se empobrecería lamentablemente.

La prepotencia de la noticia

Produce tristeza y decepción que unos hablen sin tener nada que decir, simplemente para ser escuchados. Y que otros acaben escuchando porque lo dice tal personaje, independientemente de que valga la pena prestarle atención. Más aún, puede que unos hablen para provocar el elogio de la galería hacia su persona, mucho más que para atenerse a las exigencias de la verdad.  

En el ámbito eclesial  las motivaciones que inducen a hablar ante un micrófono no suelen ser declaradamente vanidosas, aunque no faltan abundantes excepciones y puede que se digan determinadas cosas para que se entiendan otras favorables a los propios intereses. De todos modos los medios de comunicación no cambian las reglas del juego cuando van a la búsqueda de un personaje connotado en el ámbito religioso. Por su parte los hombres de Iglesia no son inmunes a las tentaciones del común de los mortales.

Por lo cual, seguirán siendo noticia las pomposas celebraciones de las catedrales y los líderes más destacados de la Iglesia no harán mutis ante la prensa, ni las conmemoraciones significativas tendrán lugar en el anonimato. Sin embargo, las noticias a este nivel no reflejan lo que es y hace la Iglesia. Sólo se refieren a un minúsculo porcentaje en términos cuantitativos. Nada dicen de la inmensa gama de actividades que realizan la mayor parte de sus miembros. No dan fe, en fin, de la lucha, las inquietudes y el crecimiento de un inmenso número de fieles.

La imagen de la Iglesia que reflejan los medios de comunicación resulta inevitable ya que la sociedad danza al compás que marcan los personajes de la farándula, de la moda, de la política y del prestigio. El riego de que la imagen resulte distorsionada es de manifiesta evidencia. De ahí la necesidad de acrecentar una conciencia capaz de analizar la realidad y no dejarse sorprender por la buena fe. Lo que no se oye no implica que no exista. La libertad del creyente no sólo le invita a opinar sobre lo que le plantean los medios de comunicación, sino también a plantear las cosas de modo distinto a como se le ofrecen.

La fuerza del anonimato

Estas reflexiones vienen a cuento porque en la Iglesia el porcentaje más numeroso de sus miembros trabaja en el anonimato. Por cierto, una condición muy favorable de cara a la labor tenaz y eficiente. Mucho más que la de las entrevistas, focos y micrófonos.

Un botón de muestra de lo que pretendo decir. En tiempos fáciles para el divorcio, no raramente se cierne un grave interrogante sobre los hijos pequeños. Pues bien, hay esforzados seres humanos —muy en particular las abuelas— que se ofrecen generosamente a cuidar de los pequeños. Ellas jamás serán el objetivo de una cámara de televisión. Se trata de abuelas que generosamente, sin esperar ningún beneficio material, se desviven por estos casi huérfanos.

Muchas reticencias se encuentran cuando hay que cuidar a los enfermos del SIDA. Ahí están los religiosos —ellas sobre todo— que en muchos países del África subsahariana dedican sus días, su paciencia y sus desvelos a los infectados por el virus. ¿Qué prensa acude a entrevistarlas? En los barrios marginados de América Latina se levantan casitas construidas con cartones y pedazos de zinc. Unos cuantos vecinos se reúnen al anochecer de cualquier día de la semana para leer un fragmento del evangelio y comentarlo mientras aderezan la conversación con las anécdotas sucedidas a lo largo del día. La anfitriona les ofrece cuanto tiene: una taza de café o de jengibre.

El personal que frecuenta estos ambientes no piensa, ni por asomo, que su reunión deba ser observada por una cámara, ni que algún periodista se acerque por el lugar con el micrófono en ristre. No. Los periodistas, y los dueños de los periódicos que les pagan, consideran que nada de eso es noticiable. Piensan que en los campos y en los ambientes urbanos de fuerte pobreza no puede ocurrir nada que interese a sus lectores acomodados. ¿A quién puede importar la vida rutinaria, repleta de carencias, en un rincón de mundo apenas conocido? Nadie propone nuevas teorías en tales lugares, ni se emprenden iniciativas artísticas, científicas o de otro tipo que atraigan a los habitantes del centro de la ciudad.


Los buenos cristianos humildes e ignorados son como espejos que reflejan el rostro de Dios. A pesar de lo que piensen los poderosos, tales signos son necesarios y hay que cultivarlos. Son como ventanas que permiten atisbar un pedazo de horizonte desde la cárcel de rejas y cemento. Son como pequeños claros que propician vislumbrar el sol en un cielo encrespado por el temporal. 

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