Es sabido que el Papa ha publicado una bula titulada “el rostro de la
misericordia”. En ella convoca al jubileo extraordinario de la misericordia que
iniciará el 8 de diciembre del año en curso. Indudablemente el Papa Francisco
alberga entre pecho y espalda un corazón sensible, ocupado y preocupado por el
sufrimiento físico y moral del prójimo. Me propongo comentar algunos flecos de
lo que implica esta hermosa virtud.
Resulta imprescindible comprender en sus justos términos lo que el teólogo
vasco afincado en San Salvador, Jon Sobrino, llama “principio de la
misericordia”. Y es que el término puede sugerir conceptos insuficientes y
hasta peligrosos. No se reduce al mero sentimiento de compasión, que podría
caminar desvinculado de toda praxis. Como cuando el espectador tuerce el gesto
ante el televisor cuya pantalla le muestra las torturas de un semejante. Siente
su dolor y hace una mueca de desagrado. Pero ahí termina su compromiso.
Tampoco la misericordia debe ser asociada, sin más, a las llamadas “obras
de misericordia.” Merecen las tales todos los elogios, sólo que acecha un
peligro: el de que su gestor, atareado por la acción y la urgencia, no repare
en identificar las causas que humillan, excluyen y maltratan a las personas. Y
entonces bien pudiera suceder que la sociedad engendre continuas situaciones de
injusticia, mientras unos pocos ponen el bálsamo del consuelo en las heridas de
las víctimas.
Seguramente resulta prioritario tomar acciones contra las causas que
fabrican víctimas. Significa ello que el
hecho de aliviar a los individuos traspasados por la lanza de la injusticia no
exime de preocuparse por la buena salud de las estructuras, de la matriz que
conforma la sociedad.
La misericordia no tiene nada en común con el paternalismo. El paternalista
acoge las necesidades del pobre y del excluido, pero, a cambio, exige
reverencias y aplausos. El otro tiene que reconocer que su salvación pende de
quien se digna fijar en él sus pupilas. Ahora bien, su particular mesías se
halla situado a un muy diverso nivel. Debe reconocerlo y, si hace al caso,
proclamarlo.
No sería de buen gusto confundir los mencionados conceptos con la auténtica
misericordia. Quizás nos acercaríamos a una definición aceptable si dijéramos
que la misericordia es una acción/reacción contra el sufrimiento ajeno. Una
acción que puede aflorar porque previamente la persona sintoniza con el dolor
del prójimo desde la profundidad de sus entrañas. Desde el corazón. La misma
semántica ofrece pistas: “miseri-cor-dia”
equivale a compadecerse con el corazón.
No pasar de largo
Desde ahí adquiere todo su sentido que la más conocida descripción de Dios
en el Antiguo Testamento se refiera al Dios fiel y misericordioso. El rostro de
Dios aparece vibrante al reaccionar contra el sufrimiento de sus criaturas. Así
escucha el clamor del pueblo y lo saca de la dura esclavitud de Egipto. Los
profetas claman y proclaman la misericordia de Dios. Es precisamente lo que
mueve las denuncias contra las injusticias de los poderosos. Les interesa poner
coto al sufrimiento de los inocentes. El mesianismo no es sino la promesa de
que un día el Rey —el verdadero Rey: Dios en último término— pondrá las cosas
en su lugar, es decir, hará la justicia que los pequeños desean y no
encuentran.
Jesús siente misericordia ante las multitudes, pero también cuando
encuentra a la viuda cuyo hijo cadáver acompaña al cementerio y cuando observa
el dolor de Marta y María frente a su hermano muerto. Entonces llega hasta el
sollozo. Él es el buen samaritano que no pasa de largo. La parábola refleja su
quehacer. La reacción que le provoca el sufrimiento ajeno y, sobre todo, el
sufrimiento generado por las injusticias y prepotencias, es lo que vertebra su
forma de actuar, de predicar y orar.
La tradición cristiana lo expresa con claridad al decir que el fundamento
de la vida y de la espiritualidad está en el amor. Sin embargo, si queremos
afinar un poquito más, quizás tengamos que decir: en el amor coloreado de
misericordia. Porque hay amores egoístas, prepotentes y falsos. El camino hacia
el auténtico amor cristiano va del brazo de la misericordia. Las curaciones de
Jesús están movidas por su misericordia, lo mismo que la parábola del hijo
pródigo que muchos exegetas preferirían llamar del Padre misericordioso. Un
padre, como se ha dicho, con corazón de madre. No pregunta, no juzga, no
reprocha. Un corazón de pura fibra maternal.
Cuando la misericordia constituye la trama que entrelaza el quehacer de la
persona, entonces, naturalmente, es mejor curar a un hombre en día festivo que
apelar a la ley del sábado y dejarlo en la orilla. Por supuesto, una Iglesia
que quiere mirarse en el espejo de Jesucristo no puede sino estructurarse en
torno a la misericordia.
1 comentario:
Viene a colación unos apuntes que guardo con reverencia de un exégeta: " Si el cristiano confia en sus obras y en la manera de concebir sus valores; si reduce el testimonio a una Etica y el Evangelio a la Caridad a través de la ayuda a los necesitados será un buen "filántropo" pero nunca un "profeta de la fe". El cristiano ha de ser valorado en el mundo por su pura y gratuita presencia, como una vida humana que proyecta la ternura-misericordia de Dios". Es la respuesta que dieron unos misioneros a la pregunta de unos excepticos que dudaban de la eficacia de su misión en país musulmán. Nosotros nos limitamos a estar aquí, sin sermonear, que vean nuestro estilo de vida, el resto lo dejamos en manos de Dios
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