El vocablo "xenofobia" ha logrado una notable presencia en la
prensa y hasta en el lenguaje de cada día. Hecho un poco extraño, dada esta “X”
inicial que le dota de un indisimulable aspecto extranjero. Y justamente con el
extranjero tiene que ver la palabra. Indica la hostilidad hacia el extranjero,
como el racismo tiene que ver con la discriminación hacia el individuo de otra
raza.
Llama la atención que no exista una palabra precisa para significar la
hostilidad hacia el pobre. Una realidad, no obstante, de sobrada presencia en
la convivencia cotidiana. El que carece de recursos, el que no puede ofrecer
nada interesante a cambio, el que quizás va mal vestido y hasta mendiga por la
calle, éste molesta, suscita la hostilidad, la fobia.
Didáctico e histriónico
Recuerdo a este propósito a un amigo diácono, empeñado en resultar
didáctico y dotado de indudables habilidades histriónicas. Un día recibió la
invitación para dar un retiro en una parroquia de clase alta. Sí, en un barrio
de señores con abultadas cuentas corrientes, de señoras asiduas de la
peluquería y con muchacha de servicio en la casa. El hombre apareció con
vestimentas raídas, barba descuidada y aspecto general deplorable. En cuanto
quiso entrar en el salón donde se hallaba reunido el público, se le impidió el
paso. Allá no tenía nada que buscar.
El mencionado diácono hizo valer los derechos humanos y la caridad
cristiana, pero sólo lograba arrancar vagas excusas de los que protegían la
entrada. Finalmente se identificó con los documentos pertinentes y consiguió
franquear la puerta. Su charla abundó sobre lo que había ilustrado con creces:
la hostilidad hacia el pobre. Una actitud tanto más reprochable a un grupo
cristiano cuanto que ya la temprana carta de Santiago la condena sin
paliativos.
Se me ocurre que cuando se juntan la xenofobia y la hostilidad hacia el
pobre la mezcla resulta explosiva. Porque un extranjero rico puede soportarse
la mar de bien. Incluso una persona de color o de ojos rasgados, elegantemente
vestida, no causa malestar. Pero que el extranjero o el individuo de otra
etnia, además, sea pobre, se considera una clara extralimitación, si es que no
una provocación.
Nada que decir contra los americanos espigados y rubios que visitan con
asiduidad las playas del Caribe. No suscitan problemas los árabes rebosantes de
petrodólares, que pasean por la costa del sol en España. Cierto que los
alemanes se dedican a comprar pueblos perdidos en el mediterráneo e inundan el
lugar donde se alojan de revistas y comidas germanas, pero, al fin y al cabo,
favorecen la economía del país.
Sin embargo, sí son objeto de amplio e indisimulado rechazo los gitanos
apegados a su forma de vida tradicional, tan alejada del afán de producir y
consumir. Los inmigrantes del norte de África que llegan a Europa por el
estrecho de Gibraltar, los dominicanos que surcan el mar en frágiles yolas
hacia Puerto Rico, los mejicanos que pretenden eludir las fronteras del país
vecino. El problema mayor no es de raza ni de extranjería, sino de pobreza. Más
que racistas y xenófobos hay multitud de personas hostiles al pobre.
Los ricos son más
noticiables
Las mismas víctimas generan mayor noticia si proceden de países ricos que
si vienen de países pobres. Muchos seres humanos mueren en naufragios
previsibles y los medios de comunicación no lo reportan, o simplemente aparece
la noticia en un rincón de periódico o
en unos segundos periféricos del noticiario televisivo. Pero cuando las
víctimas resultan ser un grupo de turistas bien alimentados y con fuerte poder
adquisitivo, entonces los medios noticiosos persiguen la noticia y se aprestan
a transmitir los mayores detalles posibles.
Estremece comprobar el desdén con el que los ciudadanos de los países ricos
contemplan a la masa de desesperados y de hambrientos. Una masa que suele ser
de color oscuro, amarillo o cobrizo. Ellos mueren masivamente, pero sus muertes
apenas arañan la conciencia de los poderosos.
Son humanos de segunda, y se da por descontado —tácitamente, eso sí— que
sus oscuras vidas no valen ni la mitad que las de los ciudadanos de países
avanzados, exuberantes, cubiertos de riqueza y con envidiables avances técnicos.
La historia del amigo diácono no es tan original después de todo. Yo no sé
si era consciente de que simplemente puso en escena el inicio del capítulo
segundo de la carta de Santiago. La cosa viene de lejos y no parece que vaya a
remitir.
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