El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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lunes, 7 de mayo de 2018

Impertinencia

Al informar acerca del dolor que causan las catástrofes naturales (volcanes, inundaciones, seísmos...) o los muy lamentables actos terroristas, se le plantean al periodista graves y complicados dilemas de carácter ético.


Hoy día una gran parte del caudal informativo que fluye de los medios de comunicación se nutre de catástrofes, tragedias y accidentes de diverso tipo, que dejan tras de sí un impresionante reguero de víctimas, de padecimientos, de sollozos, de escenas emotivas en grado máximo. La posibilidad técnica de vivir al momento las consecuencias de un atentado, un terremoto o un asesinato, suscitan problemas éticos inexistentes en épocas pasadas.

Informar de hechos impregnados de dolor constituye uno de los desafíos más delicados a los que se enfrenta el periodista en el ejercicio de su profesión. ¿Qué pensar del informador que llega al lugar del siniestro, cámara en ristre, le da la vuelta al cuerpo sangriento y se sacia de sacar fotos y más fotos? Dispara con ansiedad para que la competencia no se adelante a la primicia. Su actitud profesional ante el sufrimiento ajeno nada tiene de delicada. Sin embargo, los valores de la profesión jamás deberían pasar por encima de los valores humanos.

Es preciso encontrar el equilibrio justo entre el deber de informar, en situaciones de dolor intenso y emotivo, y el respeto a los derechos de quienes las protagonizan. Cuando los familiares de un adolescente fallecido en un atentado piden respeto a su intimidad, ¿puede el periodista pasar por encima de la solicitud y sacar fotos desgarradoras o seguir preguntando acerca del suceso aunque el interlocutor estalle de dolor y no logre reprimir las lágrimas?

Se dan casos, escenas y acontecimientos que generan intensos sentimientos de aflicción o consternación. En este contexto está de más la intromisión de las cámaras o las preguntas fuera de lugar, como también las especulaciones innecesarias. Con más motivo si el mismo protagonista solicita el respeto a su intimidad.

No se trata, claro está, de dejar el dolor en el anonimato, sino de no interferir en los momentos delicados en que las víctimas son asistidas. En tales circunstancias no hay que aprovechar para coleccionar imágenes indiscretas -a veces del todo irrespetuosas- ni airear vivencias dolorosas que pertenecen en exclusiva a la persona afectada. Sin olvidar que ciertas informaciones pueden causar luego un daño suplementario a las víctimas.

La expresividad de las manifestaciones en la hora del dolor es muy viva. Se comprende que los receptores se sientan interesados y atraídos -en ocasiones con notable dosis de morbo- hacia los acontecimientos y escenas del entorno doloroso. El informador entonces tiene la tentación de aprovecharse injustamente del grado de emotividad generado y, a la vez, sacar rentabilidad a su labor.

Pero el dolor es una experiencia muy personal y a quien sufre le asiste todo el derecho a exigir no ser molestado. El tratamiento informativo del sufrimiento exige sensibilidad, compasión, discreción y respeto. De modo particular en la vertiente gráfica.

Aparte las escenas de accidentes naturales o de carácter terrorista se ha introducido una modalidad que muchas televisiones explotan y que ha logrado aceptación en el público. Se trata de interrogar de modo impertinente y embarazoso a fin de que el interlocutor se sienta mal y hasta, si es posible, deje resbalar una lágrima. En ocasiones la víctima no aguanta más a causa de las miradas ajenas y estalla en sollozos. Pero las cámaras insisten en los primeros planos, dando fe de cada pliegue del rostro y de cada lágrima que resbala por la mejilla. 

Algunos le llaman televisión-basura a estas realizaciones. Creo que no andan desacertados. Porque aquí ni siquiera se trata de informar de lo que ha acontecido, sino de transmitir en directo la desolación, las lágrimas, la incomodidad y la emoción a fin de mostrarlo obscenamente a los telespectadores. El objetivo, captar a más lectores o telespectadores y acrecentar méritos económicos o profesionales. Realmente, una actitud obscena.

Mientras los inescrupulosos profesionales de la información ponen rumbo hacia estas metas consiguen también sacarle callo a su corazón y embotar su propia sensibilidad. No saben sintonizar con el dolor ajeno, pero sí lo hacen a la perfección, y con el mayor descaro, con el sueldo extra. Son profesionales sin ética, meros personajes sin corazón, que enseñan cómo no hay que actuar cuando andan los sentimientos de por medio. Para ellos se ha construido la galería de personajes huérfanos de corazón. 

2 comentarios:

Héctor L. Márquez, O.P. dijo...

¡Muy acertado, como siempre, Profesor! Lo voy a compartir con nuestros estudiantes de fotoperiodismo.

Unknown dijo...

L'etica de los periodistas es un tema importantisimo. Los que describe el padre Soler, sin sentimeintos por el dolor sinó aprovechandose de él con fines a favor de su fama o de su bolsillo, son escandalosos: no debieran existir este tipo de periodstas.
Pero me guata reconocer, que hay periodistas muy competentes y que desean y trabajan para transmitir valores a los lectores, o para transmitrir la verdad o denunciar actuaciones de gobiernos jugandose, incluso, su vida.
Pero este no es el tema del articulo. Es solamente un comentario que hace resaltar la maldat de los periodistas que no cumplen con su deber, como lo escribe el padre Manuel.