Desde hace unos meses aparece por las páginas de los
periódicos la expresión atrio de los
gentiles. Alude a un ámbito de diálogo y reflexión entre creyentes y
escépticos o ateos. Un lugar donde todos puedan convergir en amistoso y
respetuoso encuentro. No faltan interrogantes ni inquietudes comunes.
El Papa Benedicto XVI y el Cardenal Ravassi son
considerados los promotores de los diversos encuentros programados. Todavía no
hace una semana -los días 17 y 18 de mayo- se desarrolló una de estas sesiones en
Barcelona. Se centró en la relación entre la belleza y la fe cristiana. Su lema
rezaba así: Arte, belleza y trascendencia.
En la elección del tema y en el lugar elegido para su conclusión influyó la
grandiosidad de la Basílica de la Sagrada Familia.
La iniciativa del Atrio
de los Gentiles apunta a reunir a interlocutores creyentes y no creyentes.
Trata de construir un puente entre ambos talantes. Se puede creer o no en Dios,
pero la cerrazón previa no hablaría bien de unos ni de otros. Tantas
generaciones crecidas al socaire de la fe, tantas filosofías creyentes, tantas
inquietudes e interrogantes como acechan al ser humano, no pueden ignorarse sin
más.
La programación de Barcelona terminó en la Basílica de la
Sagrada Familia con este reclamo: El
diálogo de las voces: poesía y música.
Con razón se ha dicho que el divorcio entre la fe y la
cultura es uno de los dramas de nuestra época. En un ambiente hostil para la fe
los creyentes experimentan la tentación de defenderse cerrando puertas y
ventanas, a la vez que emigrar hacia las tareas intraeclesiales. Pero la
fidelidad a la fe exige apertura y no clausura. Actuar de otro modo equivaldría
a traicionar la secular tradición de la Iglesia que desde los inicios se
confrontó con las culturas del entorno.
En la sesión de Barcelona la materia común de diálogo se
centró en cómo el arte y la belleza
pueden constituir un sendero que desemboca en la trascendencia. El cardenal Gianfranco
Ravasi valoró el diálogo entre arte y fe como camino para llevar al hombre hasta
el horizonte del misterio. Pues el
verdadero arte genera inquietud y no deja indiferente. Luego parafraseó a Miró
con la frase el arte no representa lo
visible, sino lo invisible.
El conseller de Cultura de la Generalitat, Ferran
Mascarell, se hizo presente en la inauguración y consideró oportuno el debate
en un momento en que la abundancia de información no garantiza profundidad ni
criterio. Hoy estamos sometidos a
palabras pasajeras sin contenido -lamentó el conseller- agradeciendo a la
vez un espacio de reflexión tan necesario como el arte, la belleza y la
trascendencia. Concluyó su discurso afirmando que la cultura no es un mero
entretenimiento, sino el fundamento del hombre.
A modo de reflexión
Este hecho de crónica invita a reflexionar un poco más a
fondo sobre el tema. Tomo como punto de partida la experiencia de que basta con
ser un poco hábiles para convencer al
interlocutor de la propia razón. O para arrancar los aplausos de un auditorio. Por
algo un viejo refrán de la Edad Media afirmaba que la razón tiene la nariz de cera. Es decir, se la puede modelar como
uno desee.
Si las cosas son así, ¿de quién fiarnos? Del impacto que
produce la belleza. Sí, porque el hombre no es sólo razón. La belleza tiene
mucho que ver con las raíces profundas del ser humano. El encuentro con la
belleza equivale al dardo que da en el centro del alma, desprende las escamas
de los ojos y lleva a descubrir nuevos horizontes de juicio y de valor.
Una música puede provocar el éxtasis en el oyente. Hasta
el punto de llegar a la firme convicción de que la armonía de sus notas sólo
puede surgir de la Verdad en mayúscula.
Se confirma entonces aquello de que la mejor apología de
la fe cristiana se encuentra por un lado, en sus santos y, por otro, en la
belleza que la fe genera. La fe brota con fuerza cuando las miradas se
concentran en el quehacer de los santos y en la belleza que transporta hacia la
trascendencia.
Una belleza -importa el matiz- que por pura paradoja
puede tomar forma incluso en un rostro desfigurado. Sucede cuando la belleza
llega hasta el extremo y se revela más fuerte que la mentira y la violencia.
Precisamente en el rostro desfigurado del Siervo de
Isaías aparece la auténtica y suprema belleza: la belleza del amor que llega hasta el extremo y que por ello se
revela más fuerte que la mentira y la violencia. En el momento culminante el
rostro de Jesús pierde incluso su forma humana. Justamente aquel rostro que los
salmos anunciaban como el más bello entre
los hijos de los hombres.
En el hechizo de la música, en las estrellas
resplandecientes, en el impacto de unos versos… en todo ello se desparrama la
Belleza y obliga al individuo a interrogarse acerca de la trascendencia. Pero más
allá de la belleza/estética quien más nos acerca a la belleza/trascendencia es
el mismo Cristo a través de los gestos y palabras de su vida. El resplandor de
Jesucristo proyectado en el rostro de los hombres y mujeres que vivieron con
honradez y sin pretensiones desmesuradas.
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