Pertenezco a una Congregación
cuyo título le suena a más de uno a tiempos periclitados: Misioneros de los
Sagrados Corazones. La expresión les lleva a imaginar unos cuadros o estampas
de colores vivos, rostros acaramelados y mejillas sonrosadas. Unas pinturas
-digámoslo claramente- de mal gusto. En la jerga pictórica lo llaman kitsch.
Si el espectador medio trata de recordar la letra que acompaña a los cuadros devaluados a que me refiero, irá a buscarla en el pozo de las expresiones lastimeras y quejumbrosas. El resultado, un texto de sabor barroco y de contenido intimista que retrotrae a muchos años atrás y a unos gustos literarios decididamente venidos a menos.
Mi empeño a lo largo de mucho tiempo, como el de algunos de mis colegas, se ha concretado en darle un giro a esta tradición pictórica y literaria a fin de modernizar el texto, la pintura y la música del entorno de las figuras de Cristo y María contemplados desde su corazón. La tarea resulta espinosa, pues no se desvía tan fácilmente el flujo de la tradición. Ni se abaten sin más los prejuicios acumulados.
Saco a colación el tema porque estos días en la comunidad del Santuario de Lluc tenemos a un pintor con nosotros. Puede que no sea muy conocido en el mundo de las exposiciones y las ventas, pero es un buen pintor, con un estilo propio bien definido y cuya obra sintoniza con la sensibilidad actual en las formas, volúmenes y colores. Aúna en equilibrada síntesis algo del cubismo de Picasso y de los rostros estilizados de Modigliani. Se llama Just Nicolás, nacido en Catalunya y con familia en Mallorca.
Si el espectador medio trata de recordar la letra que acompaña a los cuadros devaluados a que me refiero, irá a buscarla en el pozo de las expresiones lastimeras y quejumbrosas. El resultado, un texto de sabor barroco y de contenido intimista que retrotrae a muchos años atrás y a unos gustos literarios decididamente venidos a menos.
Mi empeño a lo largo de mucho tiempo, como el de algunos de mis colegas, se ha concretado en darle un giro a esta tradición pictórica y literaria a fin de modernizar el texto, la pintura y la música del entorno de las figuras de Cristo y María contemplados desde su corazón. La tarea resulta espinosa, pues no se desvía tan fácilmente el flujo de la tradición. Ni se abaten sin más los prejuicios acumulados.
Saco a colación el tema porque estos días en la comunidad del Santuario de Lluc tenemos a un pintor con nosotros. Puede que no sea muy conocido en el mundo de las exposiciones y las ventas, pero es un buen pintor, con un estilo propio bien definido y cuya obra sintoniza con la sensibilidad actual en las formas, volúmenes y colores. Aúna en equilibrada síntesis algo del cubismo de Picasso y de los rostros estilizados de Modigliani. Se llama Just Nicolás, nacido en Catalunya y con familia en Mallorca.
Un cuadro de los SS. Corazones
Queremos que nos pinte un cuadro de los SS. Corazones para la capilla. Apuntamos a unas imágenes que rompan con la citada tradición empalagosa, todavía viva en muchos ámbitos. Deseamos cambiar la inercia de unos rostros y gestos que se han elaborado desde el paradigma intimista. Es decir, pensamos en imágenes que no rechinen en relación a la sensibilidad de nuestros días y que traspasen los límites del horizonte intimista.
Le explicamos al pintor que la figura del Corazón de Jesús es la del resucitado. Pero mantiene las llagas -la del costado en particular- porque el que resucitó es el mismo que fue crucificado. Las señas de identidad son las heridas que perduran, ahora glorificadas. La resurrección de Cristo es la apoteosis de quien antes llegó a expropiar su vida en favor de los más pequeños, pobres y marginados. Sus palabras firmes incomodaban a los poderosos y a los que conducían las riendas del pueblo. Tanto molestaban que le estrecharon el cerco hasta clavarlo en la cruz.
Se ha abusado del corazón en el ámbito de la devoción religiosa y también en el del mundo de los sentimientos. Del abuso religioso ya he dicho unas palabras. Añado que la manía por dibujar en detalle las aortas, venas y ventrículos, no casa con lo que se pretende. Un esbozo estilizado que remita al corazón es suficiente.
El abuso del corazón en el mundo de los sentimientos está a la vista: abundan tanto en dibujos y palabras que producen una inflación desagradable. Los colores pasteles y la purpurina en cantidades excesivas provocan una mueca de fastidio.
Interesa hablar del corazón en cuanto símbolo, aceptado casi universalmente como centro de la persona y sede de sus afectos. Necesitamos del símbolo. Sobre todo cuando queremos desvelar realidades estrechamente unidas a los intereses, deseos o afectos más profundos.
Las matemáticas y los razonamientos precisos resultan de poca ayuda en este terreno. En cambio sí se logra comunicar algo de ello a través de la metáfora y la poesía. Todavía no se ha definido qué es el amor con palabras claras y definitivas. Sin embargo, probablemente tocan las fibras más sensibles y llevan a comprender algo del amor ciertas escenas de llanto, la poesía, las imágenes cinematográficas, las expresiones radiantes, las actitudes jubilosas...
La necesidad del símbolo
Se necesita el símbolo al referirnos a realidades religiosas que no nos es dado apresar. La vista, el tacto y los otros sentidos nos sirven de muy escasa ayuda para el caso. Y es que tales realidades siempre se hallan más allá. Sólo se nos abre una brecha en orden a apuntar hacia ellas y evocarlas con el símbolo y la metáfora.
Dios siempre es mayor... Mayor que nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros proyectos, nuestras palabras... Por eso, si no nos resignamos definitivamente al silencio, no nos queda más remedio que echar mano de los símbolos. Ellos nos permiten vislumbrarlo entre sombras.
El signo y el símbolo son un lenguaje que comprende cualquiera. Y ningún signo tan expresivo como el corazón. Es como una llave que abre mil puertas. Tanto si hablamos de nuestra realidad más interior y personal como si nos referimos a conceptos y hechos religiosos, el corazón ofrece unos servicios de los que no podemos prescindir.
La pintura firmada por el pintor Just nos ayudará a ubicarnos en el corazón de Cristo y su Madre para otear desde allí las amplias perspectivas de la fe. Desde este lugar privilegiado contemplaremos los aspectos más cordiales de Dios, valoraremos las enseñanzas de Jesús acerca de la interioridad, de un corazón pobre, limpio y manso. Apreciaremos la actitud orante de María, la discípula del corazón traspasado. Y, por supuesto, trataremos de que todo ello nos lleve a servir al Traspasado en los traspasados
Queremos que nos pinte un cuadro de los SS. Corazones para la capilla. Apuntamos a unas imágenes que rompan con la citada tradición empalagosa, todavía viva en muchos ámbitos. Deseamos cambiar la inercia de unos rostros y gestos que se han elaborado desde el paradigma intimista. Es decir, pensamos en imágenes que no rechinen en relación a la sensibilidad de nuestros días y que traspasen los límites del horizonte intimista.
Le explicamos al pintor que la figura del Corazón de Jesús es la del resucitado. Pero mantiene las llagas -la del costado en particular- porque el que resucitó es el mismo que fue crucificado. Las señas de identidad son las heridas que perduran, ahora glorificadas. La resurrección de Cristo es la apoteosis de quien antes llegó a expropiar su vida en favor de los más pequeños, pobres y marginados. Sus palabras firmes incomodaban a los poderosos y a los que conducían las riendas del pueblo. Tanto molestaban que le estrecharon el cerco hasta clavarlo en la cruz.
Se ha abusado del corazón en el ámbito de la devoción religiosa y también en el del mundo de los sentimientos. Del abuso religioso ya he dicho unas palabras. Añado que la manía por dibujar en detalle las aortas, venas y ventrículos, no casa con lo que se pretende. Un esbozo estilizado que remita al corazón es suficiente.
El abuso del corazón en el mundo de los sentimientos está a la vista: abundan tanto en dibujos y palabras que producen una inflación desagradable. Los colores pasteles y la purpurina en cantidades excesivas provocan una mueca de fastidio.
Interesa hablar del corazón en cuanto símbolo, aceptado casi universalmente como centro de la persona y sede de sus afectos. Necesitamos del símbolo. Sobre todo cuando queremos desvelar realidades estrechamente unidas a los intereses, deseos o afectos más profundos.
Las matemáticas y los razonamientos precisos resultan de poca ayuda en este terreno. En cambio sí se logra comunicar algo de ello a través de la metáfora y la poesía. Todavía no se ha definido qué es el amor con palabras claras y definitivas. Sin embargo, probablemente tocan las fibras más sensibles y llevan a comprender algo del amor ciertas escenas de llanto, la poesía, las imágenes cinematográficas, las expresiones radiantes, las actitudes jubilosas...
La necesidad del símbolo
Se necesita el símbolo al referirnos a realidades religiosas que no nos es dado apresar. La vista, el tacto y los otros sentidos nos sirven de muy escasa ayuda para el caso. Y es que tales realidades siempre se hallan más allá. Sólo se nos abre una brecha en orden a apuntar hacia ellas y evocarlas con el símbolo y la metáfora.
Dios siempre es mayor... Mayor que nuestras ideas, nuestros sentimientos, nuestros proyectos, nuestras palabras... Por eso, si no nos resignamos definitivamente al silencio, no nos queda más remedio que echar mano de los símbolos. Ellos nos permiten vislumbrarlo entre sombras.
El signo y el símbolo son un lenguaje que comprende cualquiera. Y ningún signo tan expresivo como el corazón. Es como una llave que abre mil puertas. Tanto si hablamos de nuestra realidad más interior y personal como si nos referimos a conceptos y hechos religiosos, el corazón ofrece unos servicios de los que no podemos prescindir.
La pintura firmada por el pintor Just nos ayudará a ubicarnos en el corazón de Cristo y su Madre para otear desde allí las amplias perspectivas de la fe. Desde este lugar privilegiado contemplaremos los aspectos más cordiales de Dios, valoraremos las enseñanzas de Jesús acerca de la interioridad, de un corazón pobre, limpio y manso. Apreciaremos la actitud orante de María, la discípula del corazón traspasado. Y, por supuesto, trataremos de que todo ello nos lleve a servir al Traspasado en los traspasados
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