Estoy preparando estos días lo que en el vocabulario de
la tradición eclesial recibe el nombre de “Ejercicios espirituales”. Para los
menos familiarizados con el nombre y su contenido, ahí va una breve explicación.
Se trata de unos días de silencio –sin caer en la
caricatura- para tomarle el pulso al transcurrir de la propia vida. Este
ambiente facilita largos ratos de oración al ahuyentar el peligro de la extroversión.
Lo más habitual es que los Ejercicios duren una semana, aunque pueden alargarse
más. Quienes los practican con cierta regularidad -religiosos/as, sacerdotes,
laicos comprometidos- suelen hacerlos anualmente.
Además de la mencionada oración y las exposiciones del
Director el conjunto se complementa con las horas litúrgicas y la Eucaristía. También
se ofrece la oportunidad de escribir unas páginas de carácter personal y es
posible que se lleve a cabo alguna conversación de calado espiritual con quien
dirige la marcha de estos días.
Hay diversas tradiciones de ejercicios, entre las cuales
sobresale la que se origina en S. Ignacio de Loyola. Tales Ejercicios los
encuentro, además de poco actualizados, un tanto enjutos y repetitivos. Por
supuesto que no les niego en absoluto su valor ni el enorme provecho que mucha
gente ha sacado de ellos. No se me enfaden los jesuitas, es simplemente
cuestión de gustos y puntos de vista.
Yo he elegido un tema que ayude al auditorio (más bien
menguado, me supongo) a no rehuir los vientos adversos que soplan sobre la
sociedad por lo que a la fe se refiere. Es aconsejable tomarle el pulso a la
situación actual, aventurar un diagnóstico y apertrecharse para hacer frente a
los contratiempos que salgan al paso. El tema lo he titulado así: fe, esperanza y caridad en tiempos de
indiferencia. Quizás un tanto disperso, es verdad, pero tampoco hay por qué
explorar todos sus vericuetos.
Este largo prólogo antecede a lo que realmente pretendo
en la entrada del blog. A saber, proponer al lector ( y a los ejercitantes en
su momento) un diagnóstico un tanto crudo, como yo lo percibo, respecto de la
fe en el aquí y ahora.
Diagnóstico sobre
la fe en nuestro tiempo
A los cristianos de hoy nos toca vivir en un mundo en el
que muchos hombres han desplazado a Dios de su vida y viven como si Él no
existiera. Para muchos, habituados a situaciones distintas, el hecho resulta
novedoso, sorprendente y lamentable. Vaya de antemano que no pretendo
dramatizar para así mejor llamar la atención.
- Muchos niños no están bautizados, no saben qué es eso
de los sacramentos. No se pronuncia la palabra fe, ni Dios, ni Jesús en su
casa. Su educación prescinde plenamente de la dimensión religiosa.
- En muchos foros se niega explícitamente su existencia.
La increencia, la indiferencia, el ateísmo, nos rodean y amenazan nuestra vida
de fe. Y nadie está inmune. Se trata de un fenómeno social amplio y difuso.
- La TV, con sus abundantes programas chabacanos, con
frecuencia se mofa del tema religioso, de sus personas representativas y de sus
símbolos.
- Es espeluznante lo que se llega a escribir en los
comentarios de las webs interactivas. Cierto que a veces las críticas son
merecidas (pederastia, asuntos de dinero turbios...), pero en general no se da
pie para tanta animadversión y una tal abundancia de bilis.
- No cabe pasar por alto el considerar los errores,
escándalos, el poco tacto, las provocaciones de algunos personajes connotados
de la Iglesia.
- Igualmente el espectáculo de una liturgia rutinaria,
amortiguada (Misas con gente dispersa y pasiva) y cuyos participantes -más bien
asistentes- en su mayoría son personas con muchos años sobre las espaldas.
- No raramente se escucha que los cristianos creen cosas
extrañas y sostienen una moral sexual poco humana. Lo que no deja de ser verdad
cuando se aborda con visión fundamentalista.
Un tal ambiente necesariamente nos afecta porque no
vivimos fuera del mundo. Nos influye en la manera de entender la vida de
nuestros prójimos, sus valores y comportamientos. No digo que este panorama
lleve a perder la fe sin más, pero sí que pueden minar la viveza, la
intensidad, la transparencia con que se vivía años atrás.
Y levanta dudas, claro. Un ambiente en que la gente no
despega el nombre de Dios y la Virgen de sus labios nada tiene que ver con una
especie de pacto tácito global para no pronunciarlo. Una fe dada por supuesto constituye
una pacífica posesión. Se la acepta con menos interrogantes que si a cada
momento se la incrimina o se sospecha de ella.
Creyentes y no creyentes habitamos un mismo suelo, respiramos
el mismo aire. Necesitamos replantear y avivar los fundamentos de nuestro creer
y esperar, para afianzarlos y poder dar razón de ellos a quienes nos rodean.
Naturalmente que la charla debe continuar para proponer el
modo de hacer frente a este ambiente adverso. Pero también es una regla tácita
que las entradas del blog no deben alargarse en exceso ni su autor abusar de la
paciencia de los lectores.
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