Pio XII en la silla gestatoria. Jerárquico, hierático. |
Apenas tres meses después de su elección Juan XXIII
asombró al mundo al anunciar la decisión de convocar un Concilio. No se
esperaba que un Papa considerado de transición fuera a tener una tal
iniciativa.
Los cardenales recibieron la noticia con un silencio
impresionante, escribió el mismo Papa. Y es que muchos de ellos pensaban que
era del todo innecesario. ¿Acaso el Papa no había sido declarado infalible? ¿Y
no había un teléfono con el cual comunicarse a lo largo y ancho del planeta? No
les parecía oportuno un Concilio que podía desestabilizar el status quo. Tal era el pensamiento
generalizado en la Curia. Sin embargo, el anuncio obtuvo gran eco en la opinión
mundial.
Una Iglesia
encerrada en si misma
En los años ’60 latían grandes acontecimientos con su
intenso significado: Kennedy, Luther King, elección de Juan XXIII, Gandhi, Mayo
francés... La década de los 50 se había caracterizado por su fuerte
ideologización y clima de guerra fría. Todavía coleaba la batalla dirigida
contra el modernismo. La teología dejaba de lado la pastoral y la
espiritualidad. Despedía un tufillo excesivamente racional y académico.
Los mejores teólogos eran censurados uno tras otro. Los
que luego serían el alma del Concilio, por cierto. Era del todo exagerada la
animadversión contra cuanto pudiera parecerse de lejos al comunismo. No
escapaban de la condena quienes adquirían compromisos de carácter social. Los
curas obreros, por ejemplo. El movimiento de la Acción Católica y numerosos
Seminarios pugnaban en pro de una mayor apertura.
Se comprende que, tras tantos años de inmovilismo, muchas
zonas geográficas de la Iglesia estuvieran en ebullición. El magisterio
cercenaba las ideas que se antojaban novedosas, pero los estudios de los
movimientos bíblico, patrístico y litúrgico se iban imponiendo con argumentos
coherentes y convincentes.
Un cambio de
clima
El anuncio del Concilio supuso una sacudida profunda. Quienes se sentían
marginados se animaron ante un horizonte más acogedor. Un intenso clima de
búsqueda se apoderó de los estudiosos. Numerosos creyentes suspiraban por una
Iglesia de mayor comunión y sintonía con la sociedad. Se deseaba ir más allá de
una proclamación de la fe limitada por las estructuras y el vocabulario
escolástico.
En este clima llega el anuncio de Juan XXIII. La
Constitución que convoca el Concilio y el discurso de apertura marcan los
objetivos del mismo y el conjunto debiera leerse desde estas claves. Tal es el
horizonte que permite su correcta interpretación.
¿Qué decía Juan XXIII en estos escritos y discursos
previos a la magna asamblea?
1. Que la Iglesia no debe permanecer como espectador pasivo,
sino tratar de resolver los problemas de sus contemporáneos.
2. Que había que dar cabida a una mayor preocupación pastoral.
Había que encontrar un nuevo estilo y vocabulario con el que articular la fe de
siempre y que fuera entendido por las sociedades del momento.
3. Que era preciso abandonar el oficio de profetas de
calamidades y mirar el futuro con esperanza. Nada de condenar a diestro y
siniestro, sino más bien mirar los aspectos positivos de cuanto acontece.
4. Que la Iglesia estaba llamada a reformarse y a señalar
la trascendencia, pues se iba opacando ésta y creciendo el ateísmo.
5. Que convenía promover una mayor diálogo entre las
diversas confesiones e incluso religiones.
6. Que el tiempo de la severidad y las condenas debía ser
superado. Mejor sería usar el remedio de la misericordia y el diálogo.
Estas cosas, entre otras, afirmaba el Papa. Con estas
claves había que iniciar el Concilio y con las mismas, a mi entender, hay que
leerlo. Luego pasarían muchas cosas y se entablaría una lucha poco disimulada
entre la mayoría de los obispos y una minoría liderada por la Curia vaticana.
El Vaticano II es el acontecimiento más decisivo de la
Iglesia en los últimos 140 años, justamente desde el Vaticano I. Pero no tenía
que ser la continuación del anterior, pues su enfoque y contenido distaba mucho
de lo que proponía Juan XXIII.
El comienzo de la Asamblea tuvo lugar el 11 de octubre de
1962 y se clausuró el 8 de diciembre de 1965. Se desarrolló a lo largo de
cuatro sesiones. La lengua oficial fue el latín. Lo presidieron Juan XXIII y
Pablo VI. Participaron 2.450 obispos, con un promedio de 2.000. Se discutieron
muchísimos temas, se promulgaron cuatro Constituciones, nueve Decretos y tres
Declaraciones.
Se trató del Concilio más representativo en cuanto a
lenguas, razas y naciones. También asistieron miembros de otras confesiones.
Juan XXII, llamado el Papa bueno. Sencillo, campesino y con un enorme carisma. |
1 comentario:
Siga Padre, continue que estamos aprendiendo mucho con usted! Animo a pesar de los ultimos acontecimientos, ANIMO!
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