El 11 de octubre, tras intensos trabajos preparativos a diversos niveles, inició el Concilio Vaticano II con una procesión de obispos jamás contemplada. Juan XXIII lo había convocado y era quien tenía la última palabra sobre el desarrollo de la Asamblea.
Un Concilio católico y universal como ninguno
Además de
los obispos diocesanos y titulares allí estaban los superiores generales de
congregaciones de derecho pontificio con más de 3000 miembros. Los expertos y
teólogos invitados por el Papa podían participar en las congregaciones
generales e incluso, si se les solicitaba, intervenir en el aula o en la
redacción de esquemas para las diversas comisiones. Los observadores sólo
tenían voz en las congregaciones generales y sesiones públicas. Los peritos
invitados por cada obispo no podían participar en las congregaciones generales.
Fue el
concilio más grande en cuanto a cantidad. El de Calcedonia contó con unos 200
participantes y el de Trento, unos 950. En cuanto a catolicidad fue la primera
vez que participaron de modo sustancial los obispos no europeos, sobre todo
africanos y asiáticos. Sólo faltaron los obispos chinos y polacos por
imposición política de sus gobernantes.
Teólogos de
gran altura fueron invitados del Papa como consultores, no como miembros plenos
(Yves Congar, Karl Rahner, Henri de Lubac, Hans Küng, Gérard Philips). Podían
escuchar aunque no hablar en el aula, pero mantenían influencia en las
comisiones.
Hubo
Consultores de Iglesias ortodoxas e Iglesias protestantes. También
Observadores, y católicos laicos. Se dio participación como observadores a
periodistas de muchas publicaciones. El hecho de
que hubiera invitados de diversas clases fue uno de los aspectos más
innovadores del Vaticano II.
Un acto del
magisterio de tal categoría no debería ser ensombrecido por intereses
ideológicos. No es de recibo rebajar la importancia del acontecimiento eclesial
más importante del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La asamblea conciliar
iniciada en 1962 no tiene parangón con ninguna anterior en cuanto a
participación, universalidad y calidad teológica.
Interpretar, que no manipular, el Concilio
Estos datos
hay que tenerlos muy en cuenta al hablar de la interpretación del Concilio. Se
ha dicho que no debe interpretarse en clave de ruptura, sino de continuidad. Si
de ahí se infiere que no es lícito sacar conclusiones contrarias al evangelio o
a sanas tradiciones universalmente aceptadas y de notable antigüedad, plenamente
de acuerdo.
Sin embargo la
dialéctica entre continuidad y ruptura en ocasiones disimula la intención de diluir
toda novedad. Y lo cierto es que el Vaticano II respiró un espíritu muy
novedoso en la Iglesia: el aggiornamento,
la necesidad de conectar con el mundo, antes que condenarlo. La urgencia de la
acogida y la misericordia dejando atrás la severidad y la censura. El por qué
de la convocatoria, la intención y el espíritu conciliar son datos a tener en
cuenta a la hora de la exégesis. El texto debe leerse según el espíritu de su
autor.
La libertad
religiosa, la colegialidad, la liturgia cercana al pueblo, la solidaridad con
las alegrías y angustias del mundo, el concepto de Iglesia como pueblo de
Dios…. Estas cosas resultaron un tanto novedosas en el momento.
Vaticano II: entre la continuidad y la ruptura
¿Acaso habrá
que diluir estas novedades en aras a una continuidad que ni siquiera se remonta
a los orígenes? Porque, por poner un ejemplo, la Eucaristía postconciliar tiene
muchas más semejanzas con las de los apóstoles que con las de los años ’50. Los
Apóstoles no daban la espalda al público, ni hablaban una lengua ajena a la de
los presentes. De manera que invocar una continuidad muy discutible para aniquilar
una ruptura que regresa a los orígenes supondría una verdadera traición al
Concilio.
Si todo lo
afirmado por el Vaticano II debe ser homologado en el marco de la continuidad (que
rompe, por cierto, a la de los orígenes) entonces ya dirán para qué sirvió
convocar un Concilio.
Jamás en la
historia tuvo lugar una asamblea tan numerosa, representativa, participativa y
bien preparada. Ni de lejos puede compararse con los Concilios de los primeros
siglos. Un tal esfuerzo, ¿debe dejar de valorarse simplemente porque aportó nuevos puntos de
vista y llamó a un mayor entendimiento con los contemporáneos?
Existe, sin
duda, una tendencia poco amiga de valorar los aportes conciliares. Sus
representantes prefieren hablar del Código de Derecho Canónico y del Catecismo
posterior al Concilio afirmando que tales obras son frutos de la magna asamblea.
Pero al lector un tanto familiarizado con estos temas no le escapa que el clima
difiere sin apenas disimulo. Dicho sea de paso: en el catecismo no se hace una
alusión siquiera al hecho de la evolución. ¿Cómo dialogar con el mundo actual desde
tales presupuestos?
De todos
modos no habría que permitir la entrada al desánimo. Cada creyente, cada
parroquia, arciprestazgo y diócesis gozan de un amplio margen de acción a la
hora de vivir el mensaje conciliar. Y muchísimos cristianos de base son
favorables a las líneas del Vaticano II. Bastaría que un líder carismático se
sentara en la silla de Pedro para que en poco tiempo las ideas de numerosos
obispos y presbíteros recuperaran el sabor del Concilio.
Puede que no
sea políticamente correcto decirlo, pero el hecho es que un gran número de
agentes pastorales quizás no tengan mucho apego a sus ideas. Sus oídos prestan
enorme atención a lo que procede de arriba. De ahí que cambiaran sin dificultad
sus postulados.
2 comentarios:
3Suscribo en lineas generales su opinión sobre el Concilio Vaticano II y las divergencias que sobre el mismo se han vertido y siguen en vigor, Hago hincapie en la frase final "no es politicamente correcto" encajar en la corriente el pensamiento actual toda la doctrina y vastas orientaciones que del mismo surgieron, desfasadas según los defensores de esta linea, de lo que la sociedad demanda hoy
Es tremendo cómo se retuercen y manipulan las palabras. Los políticos dicen que van a recortar X millones en sanidad, pero que el cuidado a los pacientes incluso va a ser mejor. Las más altas jerarquías hablan a favor del Concilio mientras rellenan sus palabras de contenido anticonciliar. ¿Es honesto decir que el catecismo de la Iglesia ca´tolica es un fruto del Concilio? Pues esas cosas hay que escuchar. Por otra parte, celebramos 50 años del Concilio, no se niega, sin embargo, punto seguido se dice que también celebrampos 20 años del catecismo y el año de la fe. NO quieor ser mal pensado, pero parece que sea adrede para disolver precisamente el Concilio.
El artículo me parece muy bien enfocado. Ya sabemos que en la Iglesia hay continuidad, pero si no digiere la más mínima novedad, entonces, ¿a qué viene un Concilio con toda su parafernalia?
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