Después de
cuatro artículos sobre el Concilio, a distancia de 50 años, iba a dar por
terminado el tema. Sin embargo, a lo largo de las lecturas se me han ocurrido
algunas reflexiones irreverentes. Tampoco demasiado, no crean, que uno está
bastante domesticado.
Si me
dirigiera a la gente joven hablándole del tema y de los aires nuevos que
pretendía introducir en la Iglesia la magna asamblea, posiblemente me mirarían desconcertados.
¿Aire fresco en las estancias eclesiales? Considerarían la afirmación como una
paradoja, una contradicción, un oxímoron que se dice ahora. Y tiendo a pensar
que algo de razón les asistiría sólo con revisar mentalmente las vestimentas y
los artilugios con que adornan sus cabezas connotados personajes eclesiásticos.
¿Y qué
palabras -a propósito del Vaticano II- saldrían de boca del escaso tanto por
ciento de los bautizados que asisten normalmente al templo los domingos? Probablemente
no podrían opinar con detalle ni ilustración sobre el particular, pero se
referirían, al menos los mayores, a los cantos acompañados con guitarras, los
bautizos y comuniones que ya no se celebran en solitario, la comunión en la
mano, la charla de primera comunión para los padres…
El anhelo de un gran cambio…
Mi opinión
es que el Concilio cambió el rumbo de la Iglesia. ¿Reforma y no ruptura?
Califíquenlo como mejor les parezca, pero el hecho es que los cientos de folios
preparados por la Curia fueron a parar a la papelera sin remisión. Los PP.
Conciliares desvencijaron y desarticularon los planes de los curiales. Con gran
dolor de éstos, por cierto, que murmuraban palabras poco amistosas. Entre otras
lindezas decían que las aguas volverían a sus cauces porque “los obispos se van
y la Curia se queda”.
El Concilio
puso patas arriba las ideas y los hechos que hasta entonces circulaban con
ademán prepotente por los circuitos eclesiásticos. El Concilio declaró algo que
para muchos personajes que pisaban moqueta y vestían color púrpura resultaba
inaudito. ¡La Iglesia era el Pueblo de Dios! Luego, en segundo término, se
hablaría de los ministros que son los que sirven, como su nombre indica, y no de
los que mandan. En todo caso mandan en la medida que sirven.
Esto era la
revolución. Desde siempre el Papa se citaba en primer lugar, los obispos a
continuación. Seguían los presbíteros, los religiosos, las monjas… Pues ahora
se decretaba que lo primero era el Pueblo de Dios. Vaya desfachatez, pensaban
algunos, y no dejaban de expresarlo en la intimidad.
Sigo con mis
ocurrencias. Afirmar que la Iglesia está formada por el Pueblo de Dios equivale
a dar la palabra a todos los bautizados. Pero seamos realistas. La gran mayoría
del Pueblo de Dios da la impresión de no estar muy convencido de ello.
Durante
muchos siglos se les ha dicho que conformaban un rebaño -de ovejas, para ser
más precisos- alargando en exceso e indebidamente la metáfora bíblica. Ahora
bien, un rebaño de ovejas está compuesto por animales sociables, dóciles y
complacientes. Además las ovejas son generosas porque producen pieles que
abrigan y carnes que alimentan. Son animales gregarios que no contemplan
siquiera la posibilidad de desobedecer. El rebaño lo controlan unos perros
ladradores pendientes de que ninguna oveja se desmande. Lo hacen por su bien,
claro. Podrían descarriarse y ser devoradas por el lobo.
Puntualicemos, sin embargo. Un
rebaño no es lo mismo que una comunidad, pues ésta la forman un conjunto de
personas que piensan, opinan y deciden en lo que les afecta. La comunidad
eclesial es un conjunto de hermanos que tratan de seguir las bienaventuranzas.
Cincuenta años después de que
el Papa bueno -de cuerpo obeso y cara
de abuelo- convocara un Concilio todavía el rebaño no ha llegado a alcanzar el status de comunidad. Los pastores no
quieren perder su puesto y prefieren seguir cuidando ovejas. Por otra parte tal
parece que el rebaño no tiene prisa en pasar por el proceso de metamorfosis que
lo convierta en comunidad.
… Un cambio que no ha cambiado gran cosa
Los papas han dicho que hay que
remar mar adentro y no tener miedo, que el Concilio es una brújula segura. ¿Lo
dicen con la boca pequeña? En todo caso los patrones de conducta, el sistema
clerical y el concepto de Iglesia no han cambiado gran cosa respecto de los
tiempos previos al Concilio.
Sin embargo, sí ha cambiado de
pies a cabeza la sociedad en que nos movemos. Los soñadores se han retirado de
la política. La economía se ha hundido en la crisis. La gente protesta porque
los banqueros siguen sin ir a la cárcel y los honrados ciudadanos tienen que
rescatar los bancos con los dineros fruto de sus sudores.
Desde la fecha simbólica del
mayo del 1968 la autoridad ha perdido el prestigio, la sexualidad se ha
banalizado, las instituciones padecen la descalificación y la mayoría sospecha
de las grandes ideas y relatos.
En este mundo convulso, la
Iglesia parece mirar a otro lado. Sus documentos y sus proyectos tienen poco en
cuenta la cruda realidad de la violencia, la miseria, la marginación, el
maltrato. Gran parte de la gente se ha instalado en el ateísmo o el
escepticismo. Pero las preocupaciones de las jerarquías elaboran normas sobre sexualidad, abundan sobre los
ritos litúrgicos, preparan futuras pastorales…
Algunos confunden la Iglesia
con partidos conservadores y complacientes con los ricos a la vista de ciertas
complicidades. Otros pertenecen a una especie de burguesía espiritual endulzada
a base de comuniones. Ahora bien, como afirmó el Concilio, la Iglesia es signo
e instrumento del Reino. Un Reino nacido para ser luz de la humanidad, juicio
para los corruptos y estímulo para los durmientes.
Todas estas cosas las digo con un
cierto estilo irreverente. No es habitual como pueden apreciar los lectores del
blog. Por lo demás, lejos de mi intención desanimar a la gente. Bien al
contrario, estas líneas pretenden ayudar a abrir los ojos y finalizar la
siesta. Así sea.
3 comentarios:
Muy Bueno Padre! Siga que aprendo mucho con usted!
Muy Bueno! Continue Padre!
Si mi información es correcta la prioridad conciliar fue tender puentes de diálogo con la cultura actual que había abdicado de muchos principios y valores. Pablo VI lo plasmó en aquella frase "abrir ventanas para que ambos ambientes, eclesial mundano se refresquen y enriquezcan mutuamente". Sucedió sin embargo que un ámbito fagocitó al otro. La denuncia del propio Pablo VI lo confirma: "el humo de Satanás ha entrado con fuerza en el seno de la Iglesia". No hay que tener vista de lince para percatarse donde queda aquel espíritu que impregnó las primeras comunidades cristianas y el que guió los albores de de las Ordenes Religiosas. Suenan voces en diversos foros religiosos urgiendo a una "reforma" en profundidad acorde a las demandas actuales en la fidelidad a las fuentes que alumbraron esos Instituto; el problema es que no encuentran la persona con brío que lidere tamaña tarea (confesión de un Superior). Me reafirmo en esta idea tras el incidente con una religiosa contemplativa que acudió a mi consulta buscando alivio a un episodio dermatológico que no conseguía eliminar con los diversos medicamentos que le había suministrado. Le explique que estos trastornos de piel son esquivos a la medicación y que en esta rama la ciencia no ha avanzado mucho. A la vista de su cara de circunstancias la lancé un consejo en tono paternalista, fruto de la confianza, de que tomara ejemplo de su Santo Fundador experto en afrontar desaires, desdichas y sufrimientos. Su respuesta fue lacónica, tajante y no exenta de mal humor: " o sea que en los tiempos que corren me está Vd aconsejando que me configure con mi Fundador". Han transcurrido mas de dos años y no ha aparecido por mi consulta a dar cuenta del resultado.
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