El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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sábado, 10 de noviembre de 2012

Reflexiones poco reverentes 50 años después


Después de cuatro artículos sobre el Concilio, a distancia de 50 años, iba a dar por terminado el tema. Sin embargo, a lo largo de las lecturas se me han ocurrido algunas reflexiones irreverentes. Tampoco demasiado, no crean, que uno está bastante domesticado.
Si me dirigiera a la gente joven hablándole del tema y de los aires nuevos que pretendía introducir en la Iglesia la magna asamblea, posiblemente me mirarían desconcertados. ¿Aire fresco en las estancias eclesiales? Considerarían la afirmación como una paradoja, una contradicción, un oxímoron que se dice ahora. Y tiendo a pensar que algo de razón les asistiría sólo con revisar mentalmente las vestimentas y los artilugios con que adornan sus cabezas connotados personajes eclesiásticos.
¿Y qué palabras -a propósito del Vaticano II- saldrían de boca del escaso tanto por ciento de los bautizados que asisten normalmente al templo los domingos? Probablemente no podrían opinar con detalle ni ilustración sobre el particular, pero se referirían, al menos los mayores, a los cantos acompañados con guitarras, los bautizos y comuniones que ya no se celebran en solitario, la comunión en la mano, la charla de primera comunión para los padres…
El anhelo de un gran cambio…
Mi opinión es que el Concilio cambió el rumbo de la Iglesia. ¿Reforma y no ruptura? Califíquenlo como mejor les parezca, pero el hecho es que los cientos de folios preparados por la Curia fueron a parar a la papelera sin remisión. Los PP. Conciliares desvencijaron y desarticularon los planes de los curiales. Con gran dolor de éstos, por cierto, que murmuraban palabras poco amistosas. Entre otras lindezas decían que las aguas volverían a sus cauces porque “los obispos se van y la Curia se queda”.
El Concilio puso patas arriba las ideas y los hechos que hasta entonces circulaban con ademán prepotente por los circuitos eclesiásticos. El Concilio declaró algo que para muchos personajes que pisaban moqueta y vestían color púrpura resultaba inaudito. ¡La Iglesia era el Pueblo de Dios! Luego, en segundo término, se hablaría de los ministros que son los que sirven, como su nombre indica, y no de los que mandan. En todo caso mandan en la medida que sirven.
Esto era la revolución. Desde siempre el Papa se citaba en primer lugar, los obispos a continuación. Seguían los presbíteros, los religiosos, las monjas… Pues ahora se decretaba que lo primero era el Pueblo de Dios. Vaya desfachatez, pensaban algunos, y no dejaban de expresarlo en la intimidad.
Sigo con mis ocurrencias. Afirmar que la Iglesia está formada por el Pueblo de Dios equivale a dar la palabra a todos los bautizados. Pero seamos realistas. La gran mayoría del Pueblo de Dios da la impresión de no estar muy convencido de ello.
Durante muchos siglos se les ha dicho que conformaban un rebaño -de ovejas, para ser más precisos- alargando en exceso e indebidamente la metáfora bíblica. Ahora bien, un rebaño de ovejas está compuesto por animales sociables, dóciles y complacientes. Además las ovejas son generosas porque producen pieles que abrigan y carnes que alimentan. Son animales gregarios que no contemplan siquiera la posibilidad de desobedecer. El rebaño lo controlan unos perros ladradores pendientes de que ninguna oveja se desmande. Lo hacen por su bien, claro. Podrían descarriarse y ser devoradas por el lobo.
Puntualicemos, sin embargo. Un rebaño no es lo mismo que una comunidad, pues ésta la forman un conjunto de personas que piensan, opinan y deciden en lo que les afecta. La comunidad eclesial es un conjunto de hermanos que tratan de seguir las bienaventuranzas.  
Cincuenta años después de que el Papa bueno -de cuerpo obeso y cara de abuelo- convocara un Concilio todavía el rebaño no ha llegado a alcanzar el status de comunidad. Los pastores no quieren perder su puesto y prefieren seguir cuidando ovejas. Por otra parte tal parece que el rebaño no tiene prisa en pasar por el proceso de metamorfosis que lo convierta en comunidad.
… Un cambio que no ha cambiado gran cosa
Los papas han dicho que hay que remar mar adentro y no tener miedo, que el Concilio es una brújula segura. ¿Lo dicen con la boca pequeña? En todo caso los patrones de conducta, el sistema clerical y el concepto de Iglesia no han cambiado gran cosa respecto de los tiempos previos al Concilio.
Sin embargo, sí ha cambiado de pies a cabeza la sociedad en que nos movemos. Los soñadores se han retirado de la política. La economía se ha hundido en la crisis. La gente protesta porque los banqueros siguen sin ir a la cárcel y los honrados ciudadanos tienen que rescatar los bancos con los dineros fruto de sus sudores.  
Desde la fecha simbólica del mayo del 1968 la autoridad ha perdido el prestigio, la sexualidad se ha banalizado, las instituciones padecen la descalificación y la mayoría sospecha de las grandes ideas y relatos.
En este mundo convulso, la Iglesia parece mirar a otro lado. Sus documentos y sus proyectos tienen poco en cuenta la cruda realidad de la violencia, la miseria, la marginación, el maltrato. Gran parte de la gente se ha instalado en el ateísmo o el escepticismo. Pero las preocupaciones de las jerarquías elaboran  normas sobre sexualidad, abundan sobre los ritos litúrgicos, preparan futuras pastorales…
Algunos confunden la Iglesia con partidos conservadores y complacientes con los ricos a la vista de ciertas complicidades. Otros pertenecen a una especie de burguesía espiritual endulzada a base de comuniones. Ahora bien, como afirmó el Concilio, la Iglesia es signo e instrumento del Reino. Un Reino nacido para ser luz de la humanidad, juicio para los corruptos y estímulo para los durmientes.
Todas estas cosas las digo con un cierto estilo irreverente. No es habitual como pueden apreciar los lectores del blog. Por lo demás, lejos de mi intención desanimar a la gente. Bien al contrario, estas líneas pretenden ayudar a abrir los ojos y finalizar la siesta. Así sea.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Muy Bueno Padre! Siga que aprendo mucho con usted!

Unknown dijo...

Muy Bueno! Continue Padre!

galeno dijo...

Si mi información es correcta la prioridad conciliar fue tender puentes de diálogo con la cultura actual que había abdicado de muchos principios y valores. Pablo VI lo plasmó en aquella frase "abrir ventanas para que ambos ambientes, eclesial mundano se refresquen y enriquezcan mutuamente". Sucedió sin embargo que un ámbito fagocitó al otro. La denuncia del propio Pablo VI lo confirma: "el humo de Satanás ha entrado con fuerza en el seno de la Iglesia". No hay que tener vista de lince para percatarse donde queda aquel espíritu que impregnó las primeras comunidades cristianas y el que guió los albores de de las Ordenes Religiosas. Suenan voces en diversos foros religiosos urgiendo a una "reforma" en profundidad acorde a las demandas actuales en la fidelidad a las fuentes que alumbraron esos Instituto; el problema es que no encuentran la persona con brío que lidere tamaña tarea (confesión de un Superior). Me reafirmo en esta idea tras el incidente con una religiosa contemplativa que acudió a mi consulta buscando alivio a un episodio dermatológico que no conseguía eliminar con los diversos medicamentos que le había suministrado. Le explique que estos trastornos de piel son esquivos a la medicación y que en esta rama la ciencia no ha avanzado mucho. A la vista de su cara de circunstancias la lancé un consejo en tono paternalista, fruto de la confianza, de que tomara ejemplo de su Santo Fundador experto en afrontar desaires, desdichas y sufrimientos. Su respuesta fue lacónica, tajante y no exenta de mal humor: " o sea que en los tiempos que corren me está Vd aconsejando que me configure con mi Fundador". Han transcurrido mas de dos años y no ha aparecido por mi consulta a dar cuenta del resultado.