Todos los inventos
tienen sus detractores, sus fanáticos y sus agoreros. Cuanto más trascendente
resulta ser el invento, mayor es la intensidad que ponen unos y otros en
venerar o atacar el objetivo. Así ocurrió con los trenes, los automóviles, el
teléfono y la electricidad. La cibernética no iba a ser una excepción.
Bienvenido sea toda idea
y todo artilugio que ayude a hacer la vida más llevadera y más solidaria. Ahora
bien, por lo general los inventos son armas de doble filo. Su bondad está en
relación directa con el uso que se les dé. De ahí que nadie debería
precipitarse en la alabanza incondicional, como tampoco prestarse a
apocalípticos e intempestivos vaticinios.
Habría que echar mano de
antiguas experiencias para caminar con cautela por este mundo movedizo de la
técnica y sus avances espectaculares. Los viejos pensadores de la Ilustración
estaban convencidos de que la información resultaría un arma letal para la
injusticia. En cuanto la maldad apareciera al descubierto, sus causantes
huirían avergonzados y no se les ocurriría repetir las bajezas
realizadas.
Sin embargo, ha
transcurrido un tiempo prudencial desde los ilustres ilustrados. En ocasiones
la información desanima al malhechor, pero lo cierto es que hoy día nos
bombardea de tal manera que nos resbala. Acabamos siendo impermeables al
aguacero constante en que se convierten las agencias de noticias sirviéndose de instrumentos cómplices: fax, correo electrónico, web, teléfono,
celular, redes sociales, etc.
Informaciones imposibles
de ser digeridas
Apenas llega a nuestros
oídos una noticia, una masacre, un terremoto... ya inicia el reflujo, dado que
otras informaciones más recientes y quizás de más calibre requieren la
atención. Con lo cual acabamos fabricando un callo interior que adormece las
fibras más sensibles.
Las matanzas y las
ejecuciones, las hambrunas y las catástrofes por lo general suponen una
inyección de compasión o indignación hacia nuestros semejantes. Pero la
información constante acerca de las injusticias y los sufrimientos a lo largo y
ancho del mundo acaba por hacer las veces de un poderoso anestésico que
inmuniza frente al dolor ajeno. Los excesos agotan toda capacidad de
indignación. Nadie puede estar indignándose o compadeciéndose en serio cada
cinco minutos.
En el caso del último y
más impactante invento, el de la computadora, se encuentra uno con reacciones
para todos los gustos. Desde el que lo reverencia situándolo en la cumbre del
desarrollo humano hasta el que lo denigra como una puñalada al corazón de la
humanidad.
Personalmente la
computadora se me antoja un fabuloso invento que facilita la vida a numerosas
personas y acelera el ritmo de los negocios y los archivos. Internet es una
ventana al mundo, un artilugio para ponerse al día en mil asuntos, para
divertirse, para comunicarse con rapidez y economía. Aunque sigue siendo un
artefacto, un instrumento, un medio para un fin. Se puede usar bien y se puede
usar mal. Puede alimentar inquietudes o abotargar actitudes.
Sí, puede usarse mal y
contribuir, entre otras cosas, a que nuestra ciencia se aloje más lejos de
nosotros mismos. Hasta ayer la enciclopedia de papel recogía una enorme dosis
de sabiduría. Por ello quizás pareció fuera de lugar enseñar a los niños unas
listas de sabios, de ríos, de fechas relevantes o de gobernantes. Bastaba con
acudir al libro que cargaba sobre su lomo todos estos datos. Pero no es lo
mismo... La capacidad de recordar, de combinar conocimientos y de razonar quedó
malparada.
Hoy día la ciencia se ha
especializado de manera alarmante. El viejo sueño de un Aristóteles, de un
Leonardo Da Vinci o incluso de un Voltaire de acumular todo el saber en una
mente humana ya es del todo imposible. Tampoco existen enciclopedias que
resuman toda las gamas de la ciencia. Se dan libros especializados en
tecnología digital, en Biblia, en álgebra, en electricidad, en mitos
antiguos...
Dependientes de una
memoria exterior
¿Resultan favorables o
negativos los avances que nos ocupan? Yo no pongo ni quito rey, simplemente
digo que se pueden usar bien o mal. Viene a cuento el pasaje de Fedro escrito
por el filósofo Platón. Resulta que Theut, uno de los antiguos dioses, mostró a
un rey de Egipto toda la gama de sus artes. En cuanto a la escritura le dijo
que “haría más sabios y más memoriosos a los egipcios, pues se ha inventado
como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”.
El rey no se entusiasmó
con la novedad. Alegó que semejante invención "es olvido lo que producirá
en las almas de quienes la aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose
de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos,
no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos". Los temores del rey
apuntaban a que, al fiarse de la escritura, el individuo enajenaría su
sabiduría. Sería incapaz de valerse por sí mismo. Ya para siempre necesitaría
de una muleta exterior a él a fin de desenvolverse debidamente.
El paso a que nos hemos
abocado es de mayor gravedad. Almacenamos cuanto sabemos en la memoria de una
computadora. ¿Necesitaremos llevar en el bolsillo un artilugio digital que nos
ayude a contar, a pensar, a recordar nuestras sensaciones vividas? Nos
adentramos por preocupantes encrucijadas. Aunque, por supuesto, sé muy bien que
la historia no vuelve atrás y que, a pesar de todo, la computadora es un
maravilloso invento.
1 comentario:
El invento reproducido en la foto me parece un poco ridículo. Por fortuna que el texto siguiente se sitúa en otra perspectiva y hace reflexiones apropiadas.
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