El 30 de octubre publiqué la introducción a una conferencia titulada “El Santuario, hogar de acogida y evangelización. La entrada del blog tenía como titulo “peregrinar, marchar, contemplar...” La charla tuvo lugar en un encuentro de encargados de santuarios de Mallorca. Justamente en Lluc, santuario en el que resido. Ahora es el turno de la parte dedicada a la acogida.
Conviene señalar que el santuario se debe diferenciar de la función que tiene la parroquia, a la que no debe suplir ni imitar. El santuario tiene un perfil y una realidad propia y en ello radica su mejor oferta. En principio debe ser un símbolo del Pueblo de Dios en marcha, un zumbido del misterio divino que atrae a los peregrinos. Misterio, naturaleza, fraternidad de los seres humanos, comunión con los antepasados, identificación con una misma cultura. Esto es lo que puede ofrecer y transmitir el santuario.
El ambiente del santuario es más abierto que el de la parroquia. Su atmósfera ayuda a sentir más cercano al compañero de camino y a diluir las diferencias de raza, religión e ideología. Todo el mundo tiene cabida. El extranjero, el emigrante, el refugiado, el enfermo, el visitante casual, todos son bienvenidos y participan de un mismo clima de hermandad. Pero favorecerá mucho este clima que el peregrino se sienta cómodo en el grupo y reconfortado como persona. Es decir, que se sienta acogido.
A menudo los peregrinos del santuario han permanecido durante largo tiempo ausentes de la Iglesia o incluso en franca hostilidad hacia ella. Por eso conviene que el santuario desempeñe la función de una puerta siempre abierta, brindando el contacto con Dios y facilitando el regreso a la comunidad. Un personal expresamente dedicado a la acogida —sacerdotes o laicos—, consagrado al peregrino, que quiere renovar su contacto con Dios y los hermanos, será muy oportuno.
Se manifiesta la acogida en detalles sencillos de tipo material y está claro que también en la disponibilidad a la escucha. Normalmente la circunstancia del peregrinar le hace más favorable a la confidencia. Sacerdotes y laicos deben acoger al personal de acuerdo a las tareas asumidas. Deben aprovechar el kairós, la ocasión. Conviene que la acogida tome en consideración el carácter propio de cada grupo, de cada persona, de sus expectativas y necesidades. Por lo tanto está fuera de lugar una acogida standard. Quien visita un santuario lo hace probablemente en circunstancias especiales: vive momentos de preocupación, incertidumbre, esperanza, sufrimiento, alegría, fracaso, agradecimiento... Otros buscan un sentido a la vida. Se preguntan el porqué de tantas cosas. A partir de aquí el diálogo se facilita.
Los encargados del santuario deben ser conscientes de la responsabilidad que supone la acogida. Conviene que dispongan de una preparación no sólo técnica, sino también espiritual. Igualmente saludable será que descubran en este servicio un medio de vivir y testimoniar la propia fe. Bien se puede afirmar que la espiritualidad del presbítero que dirige un santuario, y de los seglares que le ayudan, es la de la acogida.
Los pasajes evangélicos que procede recordar en este contexto son innumerables, pero citamos aquel tan conocido: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os haré descansar. Cargad con mi yugo y aprended de mí, pues soy apacible y humilde de corazón y encontraréis descanso para el alma. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera "(Mt 11, 28-30). No olvidemos que Jesús se centraba en la persona a la hora de la acogida y era muy capaz de pasar por encima de la ley si entraba en conflicto con la acogida., como sucedió en el caso de la curación del leproso y del sábado. También los encargados del santuario deben tener presente que primero es la persona y luego ya se elucubrará sobre la raza, la religión y demás circunstancias.
La acogida supone una actividad interior personal y decidida. Implica ternura, amabilidad, consolación. Desea compartir. En cambio el mero hecho de recibir tiende a ser pasivo e incluso puede coexistir con una actitud a la defensiva o para cumplir el expediente. Se puede recibir a alguien sin acogerlo. Para acoger hay que abrirse al otro, reconocerle una valía y unos derechos. Lo cual nada tiene que ver con un comportamiento meloso y una sonrisa fuera de lugar. Por lo demás, sabemos que los santuarios son lugares de donde se regresa, no lugares de estancia permanente. Por lo tanto, nada de proselitismo, y menos crear dependencias. El peregrino sólo circunstancialmente pisa el santuario y en estas condiciones debe ser acogido.
Derivaciones de la acogida
La acogida requiere iniciativas pastorales especiales, pues no basta con sonreír y dar la mano. Iniciativas apropiadas a los destinatarios, que se correspondan con su mentalidad, lengua y situación particular.
Para empezar con lo más material y visible, la acogida exige cuidar cuanto tiene que ver con las instalaciones, por intrascendente que ello parezca. Vale la pena mantenerlas dignas y funcionales. Oportuno será tener a punto la cafetería, salas de estancia, baños, áreas verdes y de descanso. Es importante la limpieza. Tales detalles invitan inconscientemente los peregrinos a permanecer más tiempo en el santuario y a regresar posteriormente.
También habrá que tener en cuenta una pedagogía pastoral que sea realista, aunque creativa y que sepa hacer la síntesis entre liturgia y piedad popular. Que valore la dimensión festiva de la fe y su lenguaje simbólico. Por supuesto que resultará útil ofrecer materiales litúrgicos y técnicos, audiovisuales que expliquen algo del santuario, del titular, sea la Virgen o algún santo. Y no se pueden dejar estas cosas sólo a la vertiente comercial para que las compre quien quiera o pueda. Debe haber algún pequeño detalle de gratuidad.
Por otro lado este ofrecimiento de materiales favorece una asamblea más participativa y comunitaria. En esta línea será útil pedir, a quien sea capaz de dar una opinión, como podría mejorar este aspecto. Resultará beneficioso en este sentido incorporar laicos para facilitar la acogida y la administración del santuario. Algunos serán sin duda capaces también de atender espiritualmente a los peregrinos.
Un aspecto que no debe olvidarse es el de planificar las diversas actividades que tienen lugar en el santuario, aunque sean pocas. Si se piden opiniones sobre el qué y el cómo de estas actividades probablemente el conjunto mejorará. Para conseguir este objetivo ayudará a que cada santuario, dentro de sus posibilidades, tenga un equipo de pastoral integrado por sacerdotes, religiosos o religiosas y laicos que actúen de acuerdo con el objetivo que asignado. Y ojalá quede enmarcado en la pastoral de la Diócesis, de la región o el país.
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