De vez en cuando aparecen términos inusuales en los
periódicos o por las emisoras. El lector, por poco que ejerza como tal, habrá
tomado nota de que los panelistas, analistas y psicólogos se valen de unos
adjetivos que sitúan estratégicamente detrás del sustantivo “mente”.
Se refieren a una mente rígida, flexible y líquida. La mente
rígida podría equivaler a la del individuo fundamentalista. La mente flexible
se corresponde con la persona elástica. Y la mente líquida bien podríamos
equipararla al sujeto indolente o indiferente.
La rigidez mental o
el fundamentalismo
Algunas reflexiones a propósito del tema. La rigidez mental
afecta a la salud, a la calidad de vida y a la capacidad de ser feliz. De ahí
que las personas rígidas se depriman con mayor frecuencia y lleguen a sufrir
trastornos de ansiedad. Dado que no consiguen adaptarse a su entorno, viven en
permanente tensión.
No sólo su modo de comportarse tiene consecuencias físicas. Les
cuesta entablar relaciones sanas, tienden a alimentar sentimientos de rencor y
de aversión. Lo cual hace sufrir a quien se mueve a su alrededor. Es una
consecuencia lógica de su manera de ser. No son capaces de negociar, de
encontrar puntos medios, de adaptarse a las circunstancias… El núcleo familiar
o profesional que les rodea se resiente de ello.
En algunos casos, no obstante lo dicho, sienten una gran
ansia de poder, gozan teniendo quien les escucha. Los fundadores de sectas
pertenecen a este grupo. Cuando consiguen auditorio se muestran arrogantes y
autosuficientes. Nunca dudan de lo que piensan y hacen. Han desterrado muy
lejos de si cualquier atisbo de autocrítica.
Al contradecir a tales personas reaccionan con agresividad
verbal o física. Adoptan modos dictatoriales y se niegan a revisar su
pensamiento y actuaciones. Gente de este cariz no sólo atentan contra las
torres gemelas, hacen explotar los trenes, o siegan el cuello de sus
prisioneros. También se las encuentra a escala menor, claro, en la calle, en
casa y en la universidad.
Alguna terapia podría mejorar un tal modo de pensar y
actuar, pero ahora simplemente interesa mostrar los síntomas. Y tras el
fundamentalista, la otra cara de la moneda, la persona amueblada con una mente
flexible.
Mentes flexibles
Se convierte en una pesadilla la obligación de compartir la
vida con quien es extremadamente perfeccionista y obsesivo. Con quien considera
trascendente todo lo que le ocurre, se ofende por cualquier frase jocosa y no perdona
ni cinco minutos de retraso, ni un papel fuera de la papelera.
La persona flexible contrasta con este perfil. Suele
distanciarse de sus propios pensamientos, es muy capaz de reírse de sí mismo y
no sólo porque se le observe desde la galería. No se le ocurre citarse a sí
mismo porque intuye que tomarse demasiado en serio a uno mismo tiene un lado
cómico tirando a ridículo.
De igual manera que a los niños se les inculca la
perseverancia de cara a conseguir el triunfo, también debiera enseñárseles el
valor de saber perder. Hay ocasiones en la vida en las que se pierde y no queda
sino atenerse a los hechos. Reconocer que uno ha fracasado en determinada
empresa y que el mundo no se acaba por ello tiene su valía. Significa que uno
no se toma demasiado en serio, que sabe ganar y sabe perder, que goza en los
triunfos y no se deprime en el descalabro.
Muy saludable resulta saber posicionarse en el camino del
medio tratando de evitar los extremos, el todo o nada, el blanco o el negro…
Una mente flexible es capaz de ponerse en la piel de su interlocutor y
escuchar. Escuchar, revisar sus esquemas mentales y cambiarlos si hace al caso.
Sí, es preciso relativizar los esquemas y cambiarlos si es
necesario. Las propias creencias no son superiores a las de los demás la mayor
parte de las veces. A este respecto bueno es recordar la anécdota de aquel
occidental que llevaba flores a la tumba de su esposa. Unos nichos más allá un
japonés portaba un plato de arroz a su difunta mujer. El primero le dice con
sorna: ¿usted cree que su mujer se comerá el arroz? A lo que responde el
oriental: ¿y usted cree que la suya olerá las flores?
Cuando alguien discrepa de lo que decimos, será recomendable
poner en stand by nuestras ideas para
observarlas al trasluz. Luego quizás podremos seguir el diálogo con menos
prejuicios.
Mentes líquidas
Finalmente unas alusiones a la mente líquida. Con este
adjetivo se pretende calificar un modo de pensar típico de la postmodernidad
que anda a caballo entre lo indiferente y lo acomodaticio. Una tal mente considera
que nada es verdad ni es mentira, sino del color del cristal con que se mira.
La frase es de Ramón de Campoamor y exactamente dice así: «en
este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del
cristal con que se mira». Todo es subjetivo, todo es relativo. Una conclusión
pesimista donde las haya, aunque expresada de modo desenfadado. En realidad la
frase en sí misma es contradictoria: nada es verdad ni mentira… pero esta
afirmación se da por cierta.
La mente líquida no quiere tomar partido. Sea por
convencimiento o por no desagradar, acepta todo y tolera todo. Más que de un
individuo de anchas miras, flexible y tolerante, habría que hablar de un
individuo indolente e indiferente al que todo le da igual. No se pelea con su adversario
por cuestión de ideas, pues no dispone de ellas o, en todo caso, las alarga y
acorta como un chicle.
El individuo en cuestión mantiene un contacto superficial
con la gente. Es educado, hasta florece una sonrisa permanente en los labios.
Pero en el fondo no valora las ideas ni tampoco a sus portadores. Sus proyectos
son perecederos y le sirven para desenvolverse en el día a día. Carece de
ilusiones y programas sólidos.
La mente líquida es la que abunda más hoy en día, como antes
era la mente rígida. En cambio, la flexible no tiene muchos cultivadores. Es
una lástima porque es la que favorece más la convivencia y aleja los
conflictos.
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