Se
acerca uno a la persona en cuestión y percibe una extraña falta de
autenticidad. Su rostro se diría cubierto con una máscara
invisible, su alma deambula con disfraz impropio. Sus manifestaciones
siguen el rumbo de algún objetivo difícil de individual por el
prójimo. Sus palabras ejercen de coraza dispuesta a defender el
núcleo más íntimo de su interioridad. No las usa para expresar sus
opiniones, sino para esconderlas.
Entablamos diálogo con
él y tal parece que el hombre no está en ello. Se le nota
preocupado por su autodefensa, aunque nadie intente agredir su
persona ni sus esquemas mentales. Parece darnos a entender, más allá
de la articulación de los vocablos salidos de su boca, que tiene
algo que transmitir. Nos dice con su gesto, su tono de voz y su
ademán: tenga usted en cuenta que está hablando con un personaje de
futuro. Quien está a su vera es un hombre inteligente e ingenioso.
No le pase desapercibido que ante usted se halla el director de tal
institución o el centro de todas las tertulias. Mi fama debe ser
reconocida. No estoy dispuesto a que se me trate como a un
cualquiera.
Atención permanente a
su imagen
¿Qué necesidad tendrá
el hombre de insistir en la alta valoración de su persona? ¿A qué
se deberá un tal fenómeno? ¿Quizás a una competencia desmedida en
la que el vecino quiere arrebatarle lo que él considera su
propiedad, particularmente por lo que se refiere a su fama? ¡Pero
si nadie le agrede! Más bien sucede que la persona misma no está
del todo reconciliada con el rango que ocupa, pues que conoce por
dentro sus fallos e incompetencias.
Se comprendería entonces
su actitud de defensa permanente. Entenderíamos bien que la propia
incapacidad, de la que tiene noticia en lo más recóndito de sí
mismo, le empujara a vivir con el sobresalto a flor de piel. Y que
adoptara un gesto altivo, convencional e insincero a fin de disimular
al máximo el estado de incertidumbre en que vive sumergido. El
hombre necesita defender su "status" a los ojos de quienes
le rodean. Dado que no es lo que debiera ser, se empeña en repetir
de mil maneras que sí lo es. No vaya a suceder que sus propias dudas
transciendan al prójimo.
En tono jocoso bien
podría ser comparado con los niños de los primeros grados
escolares. Se enfrascan los tales con entusiasmo en la tarea de
perfilar o colorear algún dibujo. Al final de la operación
perciben, en honroso gesto de sinceridad, que su obra se presta a muy
ambiguas interpretaciones. De ahí que, para disipar dudas, escriban
el título debajo del garabato. Y con letra insegura afirmen, por
ejemplo, que lo pintado es un árbol o una casa.
Procedamos ya a lo que
pretende ser la moraleja del artículo. Hay personas que no viven
atentas a lo que hacen con sus brazos ni a las ideas que revolotean
por su mente. Viven primordial y originalmente atentas a sí mismas.
El resto lo hacen como de refilón, de carambola. Se interesan por
ellos mismos, su figura, su personalidad, y por la imagen que
proyectan a los ojos ajenos. No es que se hallen sometidos a una
marcada patología de vanidad, no. Es que son esencial y naturalmente
vanidosos.
Se gusta y se escucha
Se gustan enormemente. O
mejor dicho, les agrada sobremanera la imagen que se han hecho de sus
personas. Son irremediablemente narcisistas. Disponen de muy escasas
energías para bregar con las cosas —para vivir— pues las
invierten todas en embelesarse ante el alto concepto que tienen de sí
mismos. Viven a través de la imagen vaporosa que han elaborado de
su propia persona.
¿Será por ello que los
tales necesitan, como el pan y el agua, vestir de modo impecable?
Zapatos brillantes, chaqueta a medida, sin arrugas, detalles
primorosamente cuidados. Necesitan encontrarse gratos a sí mismos
dado que están en perpetua inspección de sus propias capacidades.
Por supuesto, no perciben
al otro que se mueve en derredor. En todo caso lo consideran mero
espectador y admirador de su propia valía. De manera que jamás se
les ocurrirá felicitarles por algún logro o acogerles sinceramente.
Sus apretones de mano y sus sonrisas están en función de alimentar
la imagen que se ha hecho de sí mismo y transmitirla a los que él
considera devotos a su persona. Los otros sólo son pupilas con la
función de reflejar su excelsa categoría.
2 comentarios:
Que bien retratados quedamos muchos en este acertado perfil. ¿quien puede aseverar, sin rubor, que no encarna algunos de los múltiples rasgos que aquí describe con atinado acierto?. Es un examen completo de los muchos matices que escodemos en nuestro interior y que inconscientemente salen a relucir a poco que dure una conversación
Gracias Vicente. Agradezco el comentario elogioso. Y me alegro de volvernos a ver en Barcelona, junto con tu mujer y otros amigos y conocidos. Un cordial saludo.
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