El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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domingo, 30 de agosto de 2015

¿Realidad virtual o realidad real?



Vivo en un lugar frecuentado por los turistas. Resulta del todo sorprendente —aunque uno llega a acostumbrarse— observar que en cuanto atraviesan el umbral de la plaza, de la Iglesia o de cualquier eventual vista fotografiable, la inmensa mayoría del personal acaricia la cámara fotográfica. Acto seguido ajusta la mirilla al ojo y dispara. 

Antes de haber observado el panorama ya lo han fotografiado. Será por aquello de la obsesión del tener. La cuestión es disponer de las cosas y los panoramas como sea. Tener antes que admirar, poseer antes que gozar, atesorar antes que paladear. El fenómeno es universal. Entran ustedes en un restaurante y un buen número de clientes se entretiene fotografiando los platos que luego ingerirá. Naturalmente, más tarde las colgarán en las redes sociales. 

Exhibicionismos varios

Se trata de la última versión actualizada del exhibicionismo. Años atrás, cuando uno visitaba a un amigo corría el peligro de acoso para que viera el álbum de fotos de la boda. Más tarde la obligación consistía en visionar los videos que daban fe de la celebración de un cumpleaños o simplemente exhibían las monerías llevadas a cabo por los pequeñajos. Al visitante no le quedaba sino despotricar interiormente y fingir un interés que ciertamente no sentía. 

Hoy día le abruman a uno con las imágenes que guardan en su teléfono móvil. Lo malo es que el radio del peligro se ha ensanchado y, dado que el teléfono viaja con uno, en cualquier tiempo y lugar acecha la eventualidad. ¿Qué hay que ver en las fotos? Un montón de situaciones insípidas que, cuando más, interesan al autor de las mismas. 

Más aún, las imágenes fijas o móviles viajan por los correos electrónicos —nunca mejor dicho— a la velocidad de la luz. También infestan las redes sociales. Nadie se libra de los platos que le sirvieron al cuñado en el restaurante o de las gracias del felino doméstico o de las insignificancias del bebé de turno. Que, por supuesto, pueden ser hasta graciosas para quien se siente concernido personalmente. La vanidad, el exhibicionismo, la mediocridad y la superficialidad se mezclan en tales comportamientos. 

Mejor ser que tener

Particularmente aplicados a la fotografía son los japoneses. Tal parece que ven el mundo a través de la cámara. Quizás consideren que la plenitud del placer admirativo no se encuentra en la observación ocular “in situ”, sino en los puntos de luz que discurren por la pantalla. Tal parece que la Sagrada Familia de Barcelona, la Torre Eiffel de París o la ópera de Sidney irradian su magnífico esplendor cuando se proyectan en la quietud de la casa. 

He leído que en algunos restaurantes han llegado a la conclusión de que es bueno para los clientes la prohibición de fotografiar. Alegan que el improvisado fotógrafo molesta cuando se levanta de la mesa para encontrar el ángulo más apropiado. O, peor aún, cuando monta un trípode con flash incluido encima de la mesa. Me parece muy normal. Tras la acción, la reacción. 

Un consejo sensato: cuando recorran el mundo en plan turístico admiren el panorama, observen los detalles del edificio objetivo de sus correrías. Degusten la gastronomía del lugar. Muy en segundo lugar, si les apetece, hagan una foto tranquilamente, sin avidez, sin que se convierta en el objetivo último del viaje. 

Un segundo consejo no menos sensato. No castiguen a sus amigos y conocidos importunándoles para que miren las fotos que acumulan en su móvil. Probablemente no les interesan. De lo contrario se lo harán saber. 

Y una reflexión final. Lo dicho podría ser la anécdota. Erich Fromm, en su libro «ser o tener» se refiere a la categoría. Cuando una persona cifra toda su identidad, todo su patrimonio en el tener debiera preguntarse qué le sucederá si lo llega a perder. Porque las cosas que se tienen son susceptibles de ser robadas o perdidas. En cambio quien prefiere ser juega con ventaja, cifra su identidad en las experiencias habidas: habrá visto, amado, sentido, admirado… y esto nadie se lo puede sustraer.

Realmente es mucho mejor ser que tener, como me resulta más fiable admirar que fotografiar. No es que ambas cosas se opongan, pero a cada una debe otorgársele la jerarquía que merece.

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