Las mayorías silenciosas de los ciudadanos
suelen dar por supuesto que todos los políticos son iguales, corruptos,
incapaces de sintonizar con la gente de la calle, ávidos a la hora de barrer
para casa, sumisos a los intereses del partido.
Sin embargo, es muy verdad que unos individuos
son más corruptos que otros. Y que quien se siente señalado por el índice
acusador suele defenderse diciendo que todo el mundo está repleto de malas
intenciones y rebosa de malas acciones. No es cierto, en la corrupción hay grados.
La que podría llamarse «táctica del ventilador»,
consistente en poner en marcha las hélices para salpicar a todos los
circunstantes, no deja de ser una estrategia antiética y muy interesada. No
todo el mundo es igual, ni defiende los mismos intereses, ni tiene la misma
responsabilidad.
Esto hay que decirlo y sostenerlo sin ambages,
pero luego es preciso añadir que la raya divisoria entre el mal y el bien pasa
por el mismo corazón. Respondió bien aquella niña, ingenua y lúcida, a la que
le preguntaron de qué color sería ella si los malos fueran negros y blancos los
buenos. Respondió que luciría rayas en su cuerpo. Alternaría el blanco con el
negro. Todos somos cebras.
Abundemos sobre el particular a través de una
historieta. Nuestro imaginario protagonista quería encontrarse cara a cara con
un gran santo. No reparó en medios para conseguirlo. Recorrió pueblos y
ciudades, se internó por las selvas y caminó por los desiertos hasta que le
flaquearon las fuerzas. Tocó a la puerta de los palacios, no desdeñó la choza
humilde, se encaramó por los rascacielos.
Encontró a grandes ascetas. Parecían vivir del
rocío del cielo. Apenas ingerían alimentos, les bastaba con un taparrabos para
vestirse, no necesitaban camas para yacer ni sillas para sentarse. Pero parecían
todos ellos obsesionados con su propia virtud y encerrados en sí mismos. Les
faltaba el lubricante de la atención y la delicadeza para ser realmente santos.
Halló nuestro hombre a personas dedicadas por
completo al servicio del prójimo. Unos repartían comidas innumerables a lo
largo del día, a los deambulantes, a los estigmatizados por el sida y por la
pobreza. Otros visitaban a los presos de la ciudad y se preocupaban por echar a
andar proyectos habitacionales en favor de los más necesitados. Les sobraba,
sin embargo, una sombra de vanidad en su actuación.
También nuestro protagonista anhelaba verle la
cara a un pecador. Tras mucho andar y observar resultó que no encontró a un
verdadero pecador. Unos hacían cosas horribles, no se detenían ante los más
sagrados derechos, pero no acababan de ser conscientes de lo que llevaban entre
manos.
Otros actuaban mal, aunque era por pura y
simple debilidad, no por maldad. Los había incluso que hacían el mal creyendo
realizar el bien. De manera que no apareció un pecador de cuerpo entero, sólido
y macizo.
Moraleja. Habrá que evitar las clasificaciones
estereotipadas y los juicios cerrados. Basta ya de jugar a buenos y malos. En
la profundidad del corazón humano los acontecimientos tienen poco que ver con
las imágenes que se suceden en la pantalla. Sólo en el cine existen perfectos
villanos o ciudadanos por encima de toda sospecha.
En la pantalla los buenos se distinguen a la
legua. Los malos son tan malos que hasta visten mal y muestran una apariencia
desagradable. El cine deja las cosas claras porque a los espectadores les
encanta aplaudir a los vencedores, que son los buenos, y abuchear a los
perdedores que naturalmente son muy malos.
Si los párrafos antecedentes tienen alguna
validez, permitirán extraer unas gotas de humildad y tolerancia. Sea dicho sin
ánimo moralista, pero habría que acostumbrarse a no vivir pegando y repartiendo
etiquetas. A no perder la esperanza ante los líderes de la sociedad, pues
también ellos visten la conciencia a rayas. Son buenos y malos a la vez. Pero
tampoco hay que confiar demasiado, ya que no son enteramente blancos.
Los discursos encendidos a favor de un
partido, un candidato, un presidente o un alcalde, acostumbran ser fruto de la
mera imaginación, del puro voluntarismo o de los intereses creados. No suelen
reflejar la realidad objetiva. La raya divisoria entre el bien y el mal
atraviesa el propio corazón. Cuando uno aprende esta realidad se hace más cauto
por un lado y se dispone a hacer acopio de mayor tolerancia por el otro. No se
precipita en el cinismo ni se arroja en brazos de la ingenuidad.
2 comentarios:
És veritat que som bons i dolents alhora. Per part meva lo únic - i difícil - que deman és arribar a ser una bona persona.
Totalment d'acord! Els humans som molt complexos i crec que és en aquesta complexitat on resideix la nostra vàlua. No crec que res sigui blanc o negre. M'agrada més fixar-me en la quantitat de matisos que podem trobar arreu. Quant més matisos, més variació, més riquesa; això passa en totes les coses i sobretot en les persones. No estic d'acord amb el monolitisme, si busquéssim les millors facetes de cadascú ens hi aniria molt millor.
Margarida
Los viernes al sol
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