El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 4 de diciembre de 2015

El evangelio no proporciona recetas


Por carácter, por convicción o neurosis, un buen número de individuos demandan de la sociedad —la empresa, la escuela, la Iglesia...— un programa detallado de lo que deben hacer, de sus derechos y obligaciones. Quieren sentirse seguros, tienen la compulsiva necesidad de sentirse seguros, no se fían de los principios genéricos de los cuales es preciso extraer conclusiones y aplicaciones detalladas.

El peso de la libertad

Más aún, los amantes de los programas bien previstos, minuciosamente elaborados, los admiradores del orden como valor primario, quienes prefieren las esclerotizadas convenciones sociales a la espontaneidad de las relaciones humanas, no raramente mantienen una queja, más o menos tácita, hacia el evangelio.

Ellos quisieran que la Buena Nueva les ofreciera recetas bien precisas para cada problema que les incomoda. Quisieran poder escuchar el evangelio como un CD y tomar nota, con puntos y comas, de lo que deben hacer. Les agradaría que, al leerlo, les quedara claro por quién deben votar, hasta dónde llega el erotismo y empieza la pornografía, qué cantidad de dinero pueden ahorrar y qué suma compartir. Son amigos de las cosas claras, definidas e inmutables.

No pueden soportar que el ser humano esté en continua evolución, que progrese en ideas y afine la sensibilidad. Les desconciertan las situaciones de diferentes tonalidades, la libertad de conciencia y de pensamiento. Se adivina en el fondo del corazón de los tales un indisimulado temor ante la vida, frente a las situaciones imprevisibles. Se intuye una total falta de espontaneidad. Necesitan las órdenes de otros, requieren de normas y cosas a las que aferrarse.

¿Quién no ha dado con instituciones y/o movimientos eclesiales de talante muy conservador que hoy día tienen un éxito insospechado y desconcertante? Años atrás, estaba en boga la corriente Lefevriana, luego hay que citar a los Legionarios, los Heraldos de Cristo Rey, los del “Lumen Dei” y otras muchos, quizás menos radicales en sus expresiones, pero que defienden idénticos dominios.

Estos grupos, Institutos o personas necesitan caminar cogidos de la mano. No les interesa la reflexión, el talante crítico, la personalidad, la libertad... Estos conceptos se les antojan secundarios, o más bien peligrosos. Los desechan. Quieren saber cómo, cuándo, adónde. Que les digan lo que hay que hacer y cumplirán el encargo. Pero si quienes mandan no bajan a detalles y permanecen en la nebulosa, entonces es de temer que se adueñe de ellos la confusión, el caos, la angustia, el temor y la inseguridad. En este humus crece el fundamentalismo más rampante.

Tales individuos incluso se hallan en la disposición de avenirse a un trato que se les antoja favorable. Abdicar de todos los valores relativos a la libertad y la conciencia mientras les aseguren que nada tienen que temer si siguen las pisadas de sus valedores. Se liberan entonces del peso enorme que supone para ellos la responsabilidad de decidir personalmente.

Sin embargo la persona adulta no puede aceptar un evangelio hecho de recetas y píldoras. Resultaría un tanto ofensivo dictarle a la persona —desde el exterior— lo que tiene que hacer, pensar y decidir. La sed del ser humano no se apaga con aguas tan superficiales. El individuo que ha llegado a un cierto grado de madurez ha de buscar y reflexionar en cada momento, nada ni nadie puede excusarle de consultar con su conciencia, de afrontar la duda y cargar sobre sus hombros el el peso de tomar una decisión arriesgada. 

La verdad os hará libres

Los creyentes no somos ejecutivos de un código de moral. Ni simples cumplidores de una ética que lo tiene todo previsto. Ni funcionarios de una tentacular multinacional que sería la Iglesia. Somos gente que no rechaza la propia responsabilidad y que está obligada a escribir la propia historia en los momentos de lucidez como también en los de menor claridad.

Los evangelios no dan siempre soluciones hechas y acabadas, indiscutibles y definitivas. Hay que aceptarlo. Pero sí ofrecen siempre un rayo de luz que ilumina el camino ofreciendo líneas de acción comprometidas. Las soluciones que brinda oscilan en el amplio margen de la calidez humana, la generosidad, la justicia y el respeto al prójimo.

Ello es suficiente, al menos para quien mantenga el corazón limpio, no pretenda hacer trampas y manifieste una mínima capacidad para meditar la Palabra de Dios en todas y cada una de las imprevisibles situaciones en las que se hallará.

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