El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 18 de diciembre de 2015

Navidad tridimensional


La tentación para quien escribe a las puertas de la Navidad se viste de tópico moralista: hay que rehuir la navidad consumista, folklórica y sentimental. Una tentación razonable, después de todo, dado que en estos calificativos se aloja el peligro. Cedamos en parte a la tentación, pero no tanto por lo que de baladí y consumista conlleva la fecha sino más bien por el peligro de celebrarla sin el Niño. El acento lo pongo en lo que le falta y no en lo que le sobra.

Disimulemos los excesos. Después de todo una navidad algo desenfocada la avalan tímidamente el peso de la tradición y el hecho de que no estamos diseñados a escuadra y compás. Lo cierto es que, a fuerza de limar aristas y vaciar los símbolos de sus contenidos originales podemos llegar —y llegamos de hecho— a esta extraña paradoja: celebrar la navidad sin niño, es decir, sin protagonista. En otras palabras, levantamos todo un escenario de luces y colores para iluminar… la nada.

¿Cómo sucede tal fenómeno? Se saca el niño del pesebre y se llena de turrones. Se limpian las telarañas del establo y se adorna con un árbol rebosante de metales brillantes y de surtidos colores. En lugar de recordar a José y María se colocan un montón de revistas frívolas en una butaca. También se echa fuera del lugar al buey y la mula de la tradición si impide el despliegue del mueble bar.

Perdone el lector esta inocente dosis de cinismo, si es que el cinismo puede ser inocente. El hecho es que estamos por celebrar la navidad y conviene saber qué tipo de navidad. Porque las hay de diferentes tamaños, colores y medidas: desde la orgiástica a  la familiar. Como también existe la navidad que mira hacia el pasado, empuja el presente y sueña con el futuro. Detengámonos en ello.

Pasado, presente y futuro

En primer lugar Navidad nos lleva a volver la vista atrás. En nuestra historia, en un lugar localizable en el mapa, aconteció algo digno de mención. Deslumbrante por una parte: apenas los ojos de la fe son capaces de resistir la luz que se desprende del misterio. Sin embargo también se trató de un hecho común, pues innumerables son los niños nacidos bajo las duras condiciones de la pobreza y la cálida acogida del afecto.

Aquel niño inició un camino de honradez, de fraternidad y sinceridad. Desde entonces los senderos de nuestro mundo ya no son tan oscuros. Ahora bien, el camino está hecho para conducir a alguna parte, de otro modo desemboca en la frustración y el absurdo. De ahí que este camino iniciado hace dos mil años debe continuar. Por ello navidad es también un presente.

En este punto parecen entrar en liza dos diversas visiones o conflictos. Unos dicen que Jesús vino para implantar un Reino y a sus seguidores toca extender este Reino de paz y de justicia. Hay que poner, pues, el acento en la tarea inaugurada. Lo cual puede inducir a olvidar al Rey, absorto como está el personal en el Reino, en el campo de trabajo. Quienes así piensan no saben muy cómo manejarse en la navidad, el nacimiento del Rey.

Los otros sacan dispar conclusión. Dios se ha hecho niño. Es preciso correr a adorarlo, a obsequiarle generosamente. Construyen pesebres de yeso y azúcar, cantan canciones y adornan el lugar con lucecitas de colores. ¿Y el Reino que vino a poner en marcha? Lamentablemente pasa más bien desapercibido, se lo margina. Todo se resuelve en efluvios sentimentales y recuerdos de sabor mítico.

A la postre navidad es un camino que desemboca en los brazos de Dios Padre. Entre tanto exige un esfuerzo esperanzado, un soñar despiertos con ansia de futuro mejor.  Así se comportaban los viejos profetas proclamando el anhelo de enormes utopías: construir arados de las espadas y que los lobos pastorearan pacíficamente junto a los corderos.  

Cosas parecidas han soñado también otros profetas más cerca de nosotros. Martin Luther King, por ejemplo, tuvo el sueño de que un día la gente dejara de fijarse en el color de la piel y que en las poltronas de los ministerios se sentaran personas con ganas de trabajar por el bien común.

Navidad es un hecho tridimensional. El acontecimiento que fue en el pasado, el que debe influir en nuestro hoy de cada día y el que será en el futuro. Son las tres patas que necesita este taburete navideño para no cojear de superficialidad.

La verdad dolorosa es, sin embargo, que la fecha con demasiada frecuencia se construye  con materiales frívolos y acaba sonando a huero. Pasados los días del bullicio no quedan sino ilusiones maltrechas y sueños frustrados. Los materiales con que se levantó la fiesta resultaron en exceso endebles y anodinos. El resultado final era de prever.

Al avizorar la navidad del 2015 no parece que las espadas vayan a convertirse en arados ni que los lobos renuncien a comerse a los corderos. Más bien resuenan ecos de espadas y cañones. Se fabrican bombas para ceñirlas a la cintura y se amenaza a los adversarios de cultura distinta con palabras duras. Por fortuna también la navidad puede vivirse en el corazón del individuo y en el hogar familiar. Ojalá sean éstas más pacíficas e ilusionantes que la navidad de nuestro mundo globalizado.



                                                                          

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