La tentación para quien escribe a las puertas de la Navidad se viste de
tópico moralista: hay que rehuir la navidad consumista, folklórica y
sentimental. Una tentación razonable, después de todo, dado que en estos
calificativos se aloja el peligro. Cedamos en parte a la tentación, pero no
tanto por lo que de baladí y consumista conlleva la fecha sino más bien por el
peligro de celebrarla sin el Niño. El acento lo pongo en lo que le falta y no
en lo que le sobra.
Disimulemos los excesos. Después de todo una navidad algo desenfocada la
avalan tímidamente el peso de la tradición y el hecho de que no estamos
diseñados a escuadra y compás. Lo cierto es que, a fuerza de limar aristas y
vaciar los símbolos de sus contenidos originales podemos llegar —y llegamos de
hecho— a esta extraña paradoja: celebrar la navidad sin niño, es decir, sin
protagonista. En otras palabras, levantamos todo un escenario de luces y
colores para iluminar… la nada.
¿Cómo sucede tal fenómeno? Se saca el niño del pesebre y se llena de
turrones. Se limpian las telarañas del establo y se adorna con un árbol
rebosante de metales brillantes y de surtidos colores. En lugar de recordar a
José y María se colocan un montón de revistas frívolas en una butaca. También
se echa fuera del lugar al buey y la mula de la tradición si impide el
despliegue del mueble bar.
Perdone el lector esta inocente dosis de cinismo, si es que el cinismo puede
ser inocente. El hecho es que estamos por celebrar la navidad y conviene saber
qué tipo de navidad. Porque las hay de diferentes tamaños, colores y medidas:
desde la orgiástica a la familiar. Como
también existe la navidad que mira hacia el pasado, empuja el presente y sueña
con el futuro. Detengámonos en ello.
Pasado, presente y futuro
En primer lugar Navidad nos lleva a volver la vista atrás. En nuestra
historia, en un lugar localizable en el mapa, aconteció algo digno de mención.
Deslumbrante por una parte: apenas los ojos de la fe son capaces de resistir la
luz que se desprende del misterio. Sin embargo también se trató de un hecho
común, pues innumerables son los niños nacidos bajo las duras condiciones de la
pobreza y la cálida acogida del afecto.
Aquel niño inició un camino de honradez, de fraternidad y sinceridad. Desde
entonces los senderos de nuestro mundo ya no son tan oscuros. Ahora bien, el
camino está hecho para conducir a alguna parte, de otro modo desemboca en la
frustración y el absurdo. De ahí que este camino iniciado hace dos mil años
debe continuar. Por ello navidad es también un presente.
En este punto parecen entrar en liza dos diversas visiones o conflictos.
Unos dicen que Jesús vino para implantar un Reino y a sus seguidores toca
extender este Reino de paz y de justicia. Hay que poner, pues, el acento en la
tarea inaugurada. Lo cual puede inducir a olvidar al Rey, absorto como está el
personal en el Reino, en el campo de trabajo. Quienes así piensan no saben muy
cómo manejarse en la navidad, el nacimiento del Rey.
Los otros sacan dispar conclusión. Dios se ha hecho niño. Es preciso correr
a adorarlo, a obsequiarle generosamente. Construyen pesebres de yeso y azúcar,
cantan canciones y adornan el lugar con lucecitas de colores. ¿Y el Reino que
vino a poner en marcha? Lamentablemente pasa más bien desapercibido, se lo
margina. Todo se resuelve en efluvios sentimentales y recuerdos de sabor
mítico.
A la postre navidad es un camino que desemboca en los brazos de Dios Padre.
Entre tanto exige un esfuerzo esperanzado, un soñar despiertos con ansia de
futuro mejor. Así se comportaban los
viejos profetas proclamando el anhelo de enormes utopías: construir arados de
las espadas y que los lobos pastorearan pacíficamente junto a los corderos.
Cosas parecidas han soñado también otros profetas más cerca de nosotros.
Martin Luther King, por ejemplo, tuvo el sueño de que un día la gente dejara de
fijarse en el color de la piel y que en las poltronas de los ministerios se
sentaran personas con ganas de trabajar por el bien común.
Navidad es un hecho tridimensional. El acontecimiento que fue en el pasado,
el que debe influir en nuestro hoy de cada día y el que será en el futuro. Son
las tres patas que necesita este taburete navideño para no cojear de
superficialidad.
La verdad dolorosa es, sin embargo, que la fecha con demasiada frecuencia
se construye con materiales frívolos y
acaba sonando a huero. Pasados los días del bullicio no quedan sino ilusiones
maltrechas y sueños frustrados. Los materiales con que se levantó la fiesta
resultaron en exceso endebles y anodinos. El resultado final era de prever.
Al avizorar la navidad del 2015 no parece que las espadas vayan a
convertirse en arados ni que los lobos renuncien a comerse a los corderos. Más
bien resuenan ecos de espadas y cañones. Se fabrican bombas para ceñirlas a la
cintura y se amenaza a los adversarios de cultura distinta con palabras duras.
Por fortuna también la navidad puede vivirse en el corazón del individuo y en
el hogar familiar. Ojalá sean éstas más pacíficas e ilusionantes que la navidad
de nuestro mundo globalizado.
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