En Mallorca llevamos muchos, muchos meses que los noticieros
de la TV y de las emisoras de radio abren con el caso Nóos y transcurren muchos minutos hasta que se desvanece. ¿Motivo?
La infanta se halla en el foco de la atención. Por allí hormiguean juristas y
abogados, investigados y periodistas, fiscales y policías, así como
improvisados comentaristas, pero es la infanta quien ocupa el cogollo y se
halla en el meollo.
En Mallorca probablemente sabemos más que en otros pagos de
las gestas de la infanta, pues ella y su esposo eran justamente «duques de
Palma». Lo eran hasta que él hizo unos chistes con el nombre de la ciudad, los
ciudadanos protestaron y las autoridades les privaron del rancio título
nobiliario. Luego unos obreros se encargaron de hacer desaparecer el rótulo que
prestaba su nombre a una importante avenida.
¿Quién es el
protagonista?
En el juicio recién abierto en Mallorca, tras varios años de
instrucción, está muy presente el caso Noos
que ha zarandeado a la monarquía y la ha dejado un tanto postrada. Con un poco
de malicia se compararía a un elefante herido por el tiro certero de un cazador
en tierras africanas. La infanta se constituye en el centro de atención.
Juristas, periodistas, abogados, imputados e investigados, televisiones,
curiosos y fiscales parecen contar sólo como telón de fondo en el que resalta
Doña Cristina, la de Borbón.
Tampoco falta el expresidente de Baleares, Jaume Matas. Se
las tiene que ver con uno más de los múltiples juicios que le esperan. Algunos
ya los ha dejado atrás, aunque no sin las cicatrices que son las penas de
cárcel acumuladas. Tal parece que el hombre se hubiera dado prisa en delinquir
en sus días de gloria. Debe tener su dificultad tramar tantos delitos en el
tiempo que ocupó la presidencia. Al menos habrá que reconocerle una pasmosa creatividad.
En realidad, Matas debiera ser el centro de la atención, la
presa codiciada de los fotógrafos, mucho más suculenta que la infanta. Al menos
si se mide el paño con los centenares de miles de euros que hay de por medio.
Sus fechorías son más numerosas y graves que las de Cristina. A los habitantes
de las islas Baleares les ha sumido en la deuda para los futuros lustros. Particularmente
con la obra de Son Espases, ―mastodóntico
hospital― y la serie de concesiones que del mismo se desprenden.
Tanto es así que el hombre avizora largos años a la sombra y
trata de negociar con el fiscal una sustanciosa reducción de penas. A cambio de
reconocer algunos fraudes, cohechos y malversaciones, confía en ahorrarse la
estancia de varios años entre barrotes. Incluso se halla presto a desprenderse
de su palacete, situado en pleno casco de la ciudad palmesana.
A pesar de todo, el protagonismo de la infanta es
indisimulable. Los periódicos, las revistas, los programas color rosado de la
tele han observado cada uno de los centímetros de su rostro. Si su expresión denota
tristeza, si su alma está tensa, si su sufrimiento es profundo y subterráneo...
Una excesiva defensa
Periodistas, público y comentaristas hacen minuciosa exégesis
de la cara y del lenguaje no verbal de la infanta. También elucubran acerca de
su maquillaje y otras menudencias. Algunos creen adivinar que efectivamente se
halla enamorada de su marido y de ahí que firmara todo lo que éste le pusiera
al alcance de su bolígrafo. Su pecado está teñido de amor insondable, de la ciega pasión que la tiene como abducida ante la voluntad de su pareja. Éste fue su delito. Bien merece
misericordia.
Había en la jornada inicial del juicio una abogada del
Estado, dos fiscales públicos y tres abogadas particulares. Todos ellos
afirmaban con ardor y convencimiento que la infanta no debía ser juzgada, pues
hay una doctrina que lo impide. No importa el delito, sino el acusador. Eso es
lo que comunicaban con énfasis los letrados, con gran desconcierto de quienes
todavía no están contaminados por las artimañas jurídicas. Como lo leen: el
tamaño de la falta no depende de la transgresión, sino del acusador.
Dicen una y otra vez los ministros y personajes importantes
del poder que todos somos iguales ante la ley. Lo dijo incluso el padre de la
infanta sentada en el banquillo. Sin embargo, las voces más potentes de la sala
exigían una excepción para la infanta. Había que buscar alguna brecha por donde
zafarse de una ley que pretende ser -menuda impertinencia- igual para todos. Y es
que lo de que hacienda somos todos debe entenderse cual mero slogan publicitario. Y si todos somos iguales ante la ley todavía queda
una escapatoria: la ley puede no ser igual para todos.
No se escucharon los mismos argumentos en favor de la mujer
del socio de Urdangarín, cuando era acusada de igual delito que el de la
infanta. Algo no cuadra en todo ello. Como no cuadra eso de que Hacienda no
somos todos. Justamente cuando parecía interiorizado por una gran parte de los
ciudadanos que sí lo somos… Es admirable la capacidad de retorcer los conceptos
para encajarlos en el marco de los propios intereses.
Un consejo a los enardecidos defensores de la infanta. Tanto
interés toman en el asunto que dan la impresión de no ser en absoluto
imparciales. Ahora bien, los letrados que cobran un sueldo público debieran
serlo. Están ganándose a pulso una pésima imagen. El asunto dejará huella en
sus carreras. Y a la infanta tampoco le hace ningún bien una tan aguerrida
defensa.
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