Estos días abundan los viacrucis en las Iglesias. No es original hacer un paralelismo entre los padecimientos de Jesús y los de nuestros contemporáneos más desafortunados. Original no es, pero sí real. Y he meditado en las dos primeras estaciones que, en cierto modo, resumen las que vienen después: la condena a muerte incluye todos los sufrimientos y menosprecios posteriores. La indiferencia es el humus o la atmósfera, como se prefiera, que acompaña los sufrimientos de los excluidos.
La primera estación del viacrucis tiene un título escueto,
pero cruel: Jesús es condenado a muerte. Se me ocurre más de un
paralelismo entre determinadas condenas de hoy día y la de Jesús.
Sentencia de muerte
La sentencia la pronuncian los que detentan el poder en
ambos casos. Jesús carga con la cruz de la injusticia y las envidias de sus
contemporáneos. ¡Es demasiado protagonista! ¡La gente va detrás de él y abandona
a los capitostes de toda la vida! Pero ellos son la autoridad, los legitimados
para enseñar y pontificar.
En otra lejana escena, la mujer, madre de cuatro hijos, abre
la puerta de la nevera y no encuentra nada para darle a sus hijos que gimotean
a causa del hambre. Los han condenado los recortes de las autoridades. Dicen
que eran imprescindibles. Lo eran, si había que construir aeropuertos que nunca
se estrenaron y polideportivos fantasmas, que procuraban sabrosas
comisiones.
Necesariamente había que recortar los sueldos si los cargos
de confianza y los consejeros aumentaban en progresión geométrica. Los bancos
no podían quedar sin créditos. No iban a limitar el número de senadores o
diputados, pues la democracia podría perder quilates.
Los eurodiputados requieren un trato acorde con su status. Asiento
de primera en avión, restaurantes de varias estrellas, taxis y camas muelles.
¿Cómo iban a subvencionarse todos estos gastos sin hacer recortes? ¿Cómo pagar
pensiones abultadas, a lo largo de la vida, a todos aquellos que sentaron sus
posaderas en congresos y senados sin hacer recortes en educación y salud? No se
pidan peras al olmo.
La madre de cuatro hijos sufre cuando sus hijos lloriquean
porque desean aliviar los tirones del estómago. Decide ir al supermercado, pues
no aguanta la situación. Entra, mira los estantes, da una y otra vuelta,
observa a su alrededor… Al final acaba cogiendo unas lonchas de jamón que
esconde disimuladamente bajo el jersey. Y antes de salir también alarga el
brazo para hacerse con unas latas de conservas que desliza en el bolsillo.
Se sonroja mientras trata de salir por el carril donde no
hay caja cobradora, pero sí hay unos artefactos que pitan cuando un código
subrepticio pretende traspasarlos. A la mujer le horroriza que la encuentren en
semejante situación. ¿llevará código escrito el objeto del robo? ¿Podrán comer
un día más sus hijos pequeños? ¿Y si la descubren a la salida, donde seguro que
hay gente conocida del barrio? Siente un enorme pánico por las consecuencias
que pudieran derivarse de su actuación.
Dicen que casi doce millones de ciudadanos caminan esta
estación del viacrucis a lo largo y ancho del Estado. Están a las puertas de la
exclusión. Cae sobre ellos una condena a muerte de la dignidad personal. Pagan
los sueldos de los eurodiputados, los privilegios de los potentados, los
beneficios de las grandes corporaciones, las grandes construcciones inútiles,
llevadas a cabo por la ambición de sacar tajada donde no corresponde.
La globalización de la indiferencia
La segunda estación recuerda que Pilatos se lavó las manos
ante la gente. Pecado de indiferencia, uno de los más extendidos. El rostro de
Jesús ante Pilato y frente a la multitud en nada recuerda a un Dios
todopoderoso. La omnipotencia del Padre se ha mudado en debilidad. Jesús no
tiene el menor aspecto de triunfador. En todo caso la semejanza es con los torturados
y los mártires.
Un Mesías crucificado tiene todos los números para
decepcionar a la gente. En principio no interesa un Dios que desciende a los
abismos del sufrimiento humano. La mayoría quiere soluciones más que
solidaridad. No alcanzan a ver que Dios se hace compañero de quienes, día a
día, también cargan su cruz en la sociedad contemporánea. Y menos que esta
cercanía tenga como finalidad animarles para luchar contra toda injusticia,
para que los excluidos ―todos juntos―
puedan regresar a la casa común.
Profetiza la Biblia que Jesús no tiene forma humana y se
arrastra como un gusano. La historia se repite. Muchísimos seres humanos son
relegados, expulsados de la sociedad. Viven como arrastrándose: buscan en los
contenedores cualquier cosa para aliviar el estómago. Duermen bajo un puente.
No se atreven a hacerlo en el estrecho espacio del cajero automático porque
siempre hay quien se regocija propinándoles puntapiés.
Se avergüenzan de vivir así aun cuando la culpa no reside en
ellos. Los han ido arrinconando a fuerza de hipotecas, de impuestos, de
recortes. Perdieron la casa, les abandonaron los familiares más próximos. Ahora
parecen gusanos arrastrándose más que seres humanos coronados de dignidad.
Nos acostumbramos a ver y escuchar noticias cargadas de
odio, de intolerancia, de persecución y miseria. Apelamos a la resignación o al
paternalismo. Damos un chasquido con la lengua cuando las escenas de marras
aparecen en televisión. En realidad estamos impulsando la globalización de la
indiferencia. De nuevo un Pilatos corporativo se lava las manos.
Es urgente salir de la indiferencia y mirar con compasión
auténtica a quienes sufren. Una compasión que comprometa a la acción. Hacer
algo, aunque sea poco. De lo contrario la compasión suena a hueco, a falsedad. Y
no vale sentir lástima por quienes sufren lejos de nosotros. Es un engaño, sino
se comienza tendiendo la mano a los de cerca.
4 comentarios:
Exacto. Lo que veo en las Iglesias es que abundan, abundan los viacrucis..pero poco compromiso con los excluidos
Cierto. Aun así, en organizaciones eclesiales se atiende a gente necesitada, se le ayuda en el pago de la hipoteca. No tengo constancia de que algo así se lleve a cabo en partidos políticos, sindicatos o ayuntamientos. . Alguien hace funcionar Caritas. En mi Congregación tenemos una ONG llamada "Concordia" y ha construido un barrio y arreglado bastantes casas en República Dominicana. Ha excavado pozos en África... Bueno sería saber de organizaciones que se dediquen al mismo objetivo. Convengamos que es poco. Por ello precisamente recibe acusaciones. Ahora bien, ... ¿qué hacen otras organizaciones sociales? Un abrazo, Vilma.
No podem posar a tothom al mateix sac ..... tant l´Iglesia com les O.N.G fan tot lo que poden fe .....ja se que no i ha prou però no podem ignora que gracies a ells molta gent tenen cobert lo vital ..... i no cal dir que la gent normal també podem fer moltes coses per es mes necessitats ..
Imatges com aquestes les contemplam el llarg de l'any, el pitjor potser, que ens hi arribam a costumar. cert que cualque cosa no va bé dins el nostre món!!
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