Hoy comienza la campaña para unas nuevas elecciones. El personal anda fatigado por causa de las noticias, los mítines, carteles y pancartas que debe sufrir. Repeticiones sin cuento, mentiras sin rubor... En un próximo artículo reflexionaré sobre el tema. Hoy dedico el espacio a rescatar a un personaje del evangelio. Sí, muy intemporal, pero no siempre lo que acontece a última hora resulta lo más trascendente.
Amigo Nicodemo: andas
lleno de buena voluntad, aunque abrigas vagos temores y de ahí que te deslices
entre las sombras. Tu figura desprende, a pesar de todo, un impreciso atractivo
que invita a entrar en relación contigo. No soy el primero que te rescata de la
penumbra del evangelio para erigirte en interlocutor.
Líder de la sinagoga
Fuiste tú quien planteó
a Jesús el interrogante: ¿Cómo puede
nacer uno siendo ya viejo? No iba contigo la frivolidad de presumir de
joven. Te aceptabas como eras. A propósito de la pregunta y de tu condición de
dirigente me animo a escribirte esta carta. Tengo la impresión de que eras una
persona sensata y madura. Por eso me atrevo a hablarte con sinceridad y
exponerte unas reflexiones como si fueras dirigente, no ya de la Sinagoga, sino
de su augusta hermana la Iglesia.
Quizás hayas
escuchado acerca del Vaticano II, una magna asamblea que algunos recalcitrantes
conservadores han querido olvidar y que el paso de los años también ha
difuminado. Para que me entiendas: era una especie de asamblea del Sanedrín,
pero más ecuménica y lúcida.
Un párrafo del mismo
exhorta a los fieles cristianos a dirigirse a sus pastores: a manifestarles sus necesidades y sus deseos
con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los
hermanos en Cristo. Líneas más adelante dice incluso: … tiene la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer
acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia.
Sigamos el hilo. Hay
que nacer de nuevo, te dijo Jesús. Quizás por entonces había ya proclamado
aquello: les aseguro que, si no cambian y
se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos. Por supuesto,
Isaías había dejado escrito que en los tiempos mesiánicos … un niño los conducirá.
El caso de los dinosaurios
Alguna vez he leído
que los dinosaurios se extinguieron justa y paradójicamente por su tamaño y
arrogancia. Eran los animales más poderosos que hayan poblado la Tierra. Hace
muchos siglos que se extinguieron. Sabemos de ellos por sus restos óseos.
¿Entiendes la ironía,
Nicodemo? Mientras otros animales en apariencia más frágiles, pero en realidad
más ágiles y adaptables perduraron hasta nosotros, los dinosaurios se
extinguieron. Desaparecieron por ser demasiado fuertes. La prepotencia
biológica les arruinó.
Ello se me antoja una
buena parábola para nuestras Iglesias y sus hombres más representativos. Pueden
tener la tentación de pensar que se responde mejor a las situaciones de hoy
cuanto más aumente su poder, su fuerza, su prestigio y cuanto más resuene su
voz por las cuatro esquinas del país.
Cuando se pierde la agilidad
El poder y el
prestigio roban agilidad, pues hay que estar pendientes de mantenerlo. Retardan
la marcha porque es preciso examinar con detención el momento, la
circunstancia, la metodología. Sólo el niño se mueve con agilidad y
desenvoltura.
Quien goza de poder y
prestigio con frecuencia se deja llevar por las restricciones mentales y tiende
a guardar el justo medio. Ahora bien, el justo medio es algo cambiante y
elástico a tenor de lo que se desplacen los extremos. Más que a árbitros a los
cristianos se nos llama frecuentemente a ser militantes, a pronunciarnos
enarbolando la virtud de la valentía.
La diplomacia me
parece una virtud aceptable siempre y cuando se mantenga en sus límites y no le
propine bofetadas a su hermana mayor, la profecía. Nicodemo, tú eras un líder
respetado e inteligente. Comprendiste que Jesús se volvió inquietante con su
comportamiento. Te maravilló que Él, que no contaba para nada, adquiriera una
enorme autoridad. La transparencia del mensaje se consigue eliminando gestos
ambiguos.
Apreciado Nicodemo,
la Iglesia ya no es respetada como en años atrás. Si ello nos obliga a ser un
poco más humildes, bien está. Más aún, hemos merecido la censura de la sociedad
como colectivo. Hemos flirteado con los poderosos y algunos de sus miembros han
escandalizado a los más pequeños, los preferidos de Jesús.
Ahora es
imprescindible que gane en credibilidad. Lo cual sólo se consigue a fuerza de
ponerse a nivel con los de abajo, de ocuparse del sufrimiento de los pobres.
Muchos ya no somos capaces de vivir como ellos, pero sí deseamos ardientemente
que puedan gozar de un nivel de vida digno.
La parte por el todo
Te habrás dado
cuenta, Nicodemo, por poco que sigas nuestras peripecias, que se va tomando
cada vez más la parte como si fuera el todo. Cuando unos dignos y destacados
miembros de la Iglesia hablan en público o aceptan mediar en algún asunto
engorroso, el periodista y el cristiano medio dicen que la Iglesia habla o la
Iglesia media.
De acuerdo que tal
vez se trate de meros modos de hablar y que no hay que ser quisquillosos. Pero debe
quedar claro lo que se ha repetido hasta la saciedad: la Iglesia somos todos. Y
el mal uso del lenguaje, a la larga, crea numerosos equívocos y confunde a la
gente.
Otro motivo de
confusión. Resulta que a los laicos toca pronunciarse acerca de las cuestiones
técnicas y estratégicas de la sociedad. Ellos deben analizar las diversas
situaciones y luego dar su dictamen. Por ejemplo, si es conveniente o no una
huelga en determinadas condiciones, si resultaría positiva o negativa la firma
de un preciso tratado internacional, etc. A los pastores les toca defender los
valores que hay detrás, pero no pueden pretender un liderazgo en las cuestiones
de carácter técnico.
La razón es muy
sencilla. Quién no comulgue con las razones ―técnico-políticas― expuestas por
sus pastores, se verá en un aprieto a la hora de expresar su adhesión eclesial.
Perdona, amigo
Nicodemo, este diálogo que se asemeja más bien a un monólogo. A lo mejor no
entiendes del todo estas cosas, pues lo tuyo era la Sinagoga y no la Iglesia.
De todos modos eras un hombre de buena voluntad que no te negarás a ser
destinatario de mi carta.
Un abrazo en el común
amigo Jesús.
2 comentarios:
Mi apreciado y respetado padre Manuel: Hoy en la mañana veo Las Razones del Corazón y su sabiduría de apelar a Nicodemo. Me llegó bien profundo este mensaje porque de la misma manera percibo la fragilidad de nuestra Madre la Iglesia y lo flojos que somos como cristianos que nos dejamos llevar por la corriente. La falta de formación nos mantienen al margen de todo. "Hay que nacer de nuevo" "Les aseguro que si no cambian y se hacen como niños, no entrarán en el Reino de os Cielos"
Ha trabado Vd muy bien la cuestión de los "dinosaurios"--autolisis por magnitud- con la invitación a Nicodemo de "nacer de nuevo para poder entrar en el Reino". En no menor medida con lo que nos pasa a todos cuando queremos encumbrarnos mas allá de a lo que Dios nos llama. Buen tema de meditación no solo para los que ocupan puestos dignatarios sino para el común de los mortales con mayor incidencia en los que nos profesamos cristianos. Un somero examen arrojará que todos tropezamos en la misma piedra: "la prepotencia"
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