El Papa no se cansa de decir que
el mundo está en guerra, pero no se trata de una guerra de religiones, sino de
intereses. Tiene toda la razón. En el Corán hay frases ambiguas respecto de la
guerra, pero la mayoría de los musulmanes han sabido convivir con otras religiones a lo largo
de cientos de años. Y quiero creer que la mayor parte de ellos rechaza de plano el
vocabulario belicoso y más todavía hechos tan repugnantes como quemar y
degollar a un ser humano.
Una historia de resentimientos y violencias
Dicho esto, no se puede olvidar
la loca violencia con que una minoría islamita trata de sembrar el terror.
Ahora, por vez primera, también en un templo católico del norte de Francia.
Pero antes han llevado a cabo cientos de actos terroristas en las comunidades
cristianas de Oriente Medio y algunos países de África. Más aún, la barbarie
alcanza también a quienes pertenecen a otros grupos en el interior del islam. Y
a quienes tienen otra interpretación de la sharia
(la ley) coránica.
Por su parte los cristianos
también tenemos que recitar el mea culpa
por haber declarado y ejercido, en más de una ocasión, la guerra declarada al
islam. Basta con pensar en el tópico de las cruzadas. En otras guerras la
motivación religiosa era quizás mera excusa que velaba razones de carácter
político, territorial o económico. La guerra de Irak no estuvo motivada por
causas religiosas ni tampoco la actual ofensiva contra el Estado islámico. En
estos conflictos ―por ambas partes― hay mucho de odio al que es diferente. Se
acumulan grandes dosis de resentimiento y se pretende vengar humillaciones
anteriores.
En efecto, los musulmanes se
sienten humillados por la guerra de Irak, por el modo de proceder en Guantánamo,
por sólo enumerar dos motivos más actuales. Se sienten ofendidos por lo que
consideran un comportamiento impúdico en occidente. Consideran que se les
arrincona injustamente cuando grandes empresas les impide seguir trabajando
como pescadores o agricultores en tierras africanas. En cada caso habría que
matizar ulteriormente, pero sin duda se trata de heridas no restañadas.
Algunas minorías islamitas están
por la guerra, el asesinato y el terror. La última noticia sobre el particular
es la de un joven exaltado que degolló a un sacerdote en el interior del
templo, mientras oficiaba una misa. Un acto religioso, por cierto, en el que se
hace memoria de la paz y la reconciliación obrada por Cristo. Los creyentes en
Jesús de Nazaret no debieran apoyar guerra alguna.
Los terroristas del Estado
Islámico quieren unir a todos los musulmanes sunitas en torno a su causa. Con
tal fin proclaman la guerra santa y declaran la hostilidad a la civilización
occidental. Es así, aunque no debemos pasar por alto que la mayoría de las
víctimas del terrorismo fundamentalista islámico pertenece a la fe musulmana no
sunita.
Las armas de la paz y el diálogo
Se lee en ocasiones en la prensa
occidental que o ellos o nosotros. No
es el dilema que necesitamos afrontar. La fe cristiana no es ideología ni está
necesariamente vinculada con la política o las razones de Estado. De ahí que el
discurso deba ser bien distinto. Es en estos momentos tensos y dramáticos en
los que urge redescubrir el meollo del mensaje de Jesús. A saber, propuesta de
fraternidad, de no violencia y de diálogo. Pensar así no es de tontos, sino de
cristianos. Es la debilidad del evangelio de la que hablaba Pablo, en todo
caso. Es la contracultura de los creyentes.
El martirio es un hecho que la
Iglesia asumió desde los inicios. Encontramos ya su profecía en labios de
Jesús: Si me han perseguido a mí, os
perseguirán también a vosotros. El tenaz Tertuliano afirmaba, con razón,
que los mártires son semilla de nuevos cristianos. La lógica cristiana, difícil
de asimilar, afirma que la sangre derramada cosecha frutos de reconciliación y de perdón.
Es una estampa de gran calidad
dramática y cristiana la de un sacerdote de 86 años ― dedicado a repartir paz y
fraternidad a lo largo de su vida― arrodillado y degollado cabe el altar. La
Iglesia no dispone de otras armas que no sean las del perdón y el diálogo.
Los radicales islamitas se
declaran en guerra contra todo y contra todos. Quizás en algunos puntos tengan
algo de razón, pero en muchos otros recurren a falacias políticas y a falsos
argumentos religiosos. ¿Cómo responder a tanta violencia? ¿Con más violencia? Nos
instalaremos entonces en una loca espiral que no sabemos a dónde puede
conducirnos.
Nada fácil resulta dar una
opinión acerca de cómo comportarnos ante tanta barbarie. No parece que la mejor
solución consista en hacer una exhibición de fuerza por parte de las naciones
occidentales. Les seguiríamos el juego a los terroristas y se apoderaría de
todos el temor y la sospecha.
Se ha publicado que el sacerdote
degollado, P. Hamel, donó una parcela del templo para que los fieles musulmanes
pudieran construir una mezquita. Todo un signo, todo un paradigma de la paradójica
respuesta que debe dar la Iglesia. Un tal comportamiento indica el camino
acerca de cómo plantar cara al fanatismo.
¿Este modo de afrontar la
realidad es un suicidio, es una estupidez? Más de uno concluirá que sí. Pero el
Evangelio habla de la fuerza de la debilidad, de devolver la otra mejilla.
Creamos en la fuerza regeneradora del Evangelio.
4 comentarios:
Pues yo no lo veo tan claro. De manera que, según el articlista, hay que dejarse aniquilar.... También existe el derecho de autodefensa...
A mi em fa veure una clariana de llum, en tot el problema del terrorisme islàmic, en primer lloc, la mobilització dels grups islàmics no terroristes que es manifesten en contra d'aquests grups violents de la seva mateixa religió mal interpretada.
I en segon lloc, també penso que, com que els cristians també tenim una història violent que s'ha portat a terme en mon de Déu, les croades, la Inquisició, potser fora bo que islamistes i cristians busquéssim un nom comú, no desprestigiat (el de Déu i el d'Alà), amb el qual ens adrecéssim al Ser per excel·lència.
I si trobéssim un nom comú potser també les ideologies s'aproparien.
Perquè ja diu la dita que el nom no fa la cosa. Però pot ajudar a definir-la.
Amíme agrada la idea de que el cristianismo es como una contracultura. En efecto, tiene que ir en contra de las tendencias actuales acerca del provecho, del hedonismo, de la frivolidad. LOs innovadores, quienes tienen algo que decir son precisamente los crsitianos
A la María Angeles le digo que no es tanto cuestión de nombre, sino de contenido.
Tiene toda la razón la persona anónima que me dice que no es cuestión de nombre sino de contenido.
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