Se debatía
acerca de la inmunidad del exjefe de Estado chileno, el bien conocido Pinochet.
¿Había que extraditarlo? Esa era la cuestión. En una fase del pleito los
abogados del ex-dictador arguyeron que uno de los jueces que debían dictaminar
acerca del asunto estaba comprometido con Amnistía
Internacional, motivo por el cual su imparcialidad quedaba bajo sospecha.
Solicitaban, pues, recusarlo.
Ingenuo
de mí. Suponía yo que el individuo comprometido con la sociedad, con opciones
humanitarias, en favor de los excluidos y maltratados y luchador en contra de
la corrupción, era digno de todo elogio. Su curriculum acrecentaba su
credibilidad. A juzgar por los leguleyos mencionados no es así. Y en este punto
la capacidad de comprensión de mucha gente honrada se derrumba con estrépito.
Elogio del compromiso
Me
explico. Uno de los significados del verbo comprometerse remite al empeño por
mejorar nuestra sociedad, por trabajar esforzadamente en favor de unas metas más
diáfanas y democráticas en la convivencia humana. Se habla también del
compromiso del creyente en el campo temporal, de su compromiso en la Iglesia y
en pro de una convivencia política más decente.
El
significado habitual y más común del compromiso evoca la defensa de los
derechos humanos, la acogida de los pobres y excluidos. Comprometerse implica
la palabra y el gesto, la teoría y la acción. A veces el compromiso conduce
hasta el sacrificio personal, puede que hasta la entrega de la propia vida.
En el
asunto del compromiso subyace una verdad sustancial, aunque no esté de moda en
nuestra sociedad líquida. La verdad de la coherencia pública a la hora de
asumir ideas y responsabilidades. La autenticidad de la persona que no habla
para confundir a los oyentes y sacar buena tajada del desconcierto.
Quien no elige ya ha elegido
Vivir
sin tomar partido es bochornoso y compromete la propia dignidad. La neutralidad
en este contexto no existe. O se está en favor de la justicia y los derechos
humanos o se está contra ambas cosas. Quien no elige ya ha elegido, valga la
paradoja.
Los que
en la época nazi sabían de lo que pasaba en los hornos crematorios y no abrían
la boca serían los imparciales, los neutrales, los dignos de consideración. Los
que protestaron, en cambio, los comprometidos, no debían ser tomados en cuenta.
Su voto resultaría sospechoso.
A los
que saben de las corruptelas de sus jefes y callan hay que atribuirles una
exquisita neutralidad. A quienes no comulgan con el silencio cómplice es
preciso apuntarlos con el índice porque carecen de imparcialidad.
¿Acaso
en un mundo donde se muere por hambre y se tortura por arrogancia, no es muy
sospechosa la actitud de no colaborar con quienes trabajan por desenmascarar a
los bribones y sinvergüenzas? ¿Qué extraño mérito tiene la imparcialidad de no
abrir la boca cuando los silencios significan la muerte y la tortura para un
tercero?
Las estrategias de los trepadores
Los
silencios calculados, las miradas perdidas en el infinito, los movimientos de
hombros en el instante preciso, probablemente otorgan buenos réditos a la hora
de trepar en sociedad. Aunque sea a costa de la dignidad propia y de la
humillación ajena. Malo es recurrir a tales armas para medrar. Pero mucho peor
será que a estas actitudes cobardes se les ponga el nombre de neutralidad y se
les otorgue mayor consideración que a sus contrarias.
Precisamente
los tiranos gustan de lo que ellos llaman las mayorías silenciosas. Al no
escuchar voces de protesta interpretan que sus desmanes son consentidos. En
todo caso, los llevan a cabo impunemente. Claro que puede suceder un día ―ha
acontecido más de una vez en la historia― lo que da a entender el famoso poema
(“Ellos vinieron”) equivocadamente atribuido a Bertolt Brecht.
Acabo con el mencionado poema que supone una grandiosa lección en contra de la neutralidad. La neutralidad no existe. Y lo pagará un día en sus propias carnes quien presuma de imparcial.
Acabo con el mencionado poema que supone una grandiosa lección en contra de la neutralidad. La neutralidad no existe. Y lo pagará un día en sus propias carnes quien presuma de imparcial.
Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada
porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no
era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada
porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo
era protestante.
Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba
nadie que dijera nada.
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