Entre las numerosas enfermedades que aquejan al ser humano hay que
contar con la que impulsa a declarar más de la cuenta. Se trata de un impulso
incontrolable que actúa en las cercanías de un micrófono, una cámara o el
bolígrafo del periodista. El individuo en cuestión es muy capaz de declarar
incontinentemente, por más que el objeto a que se refiere se halle muy lejos de
sus conocimientos y habituales preocupaciones. Se diría que acaba declarando
contra su propia voluntad.
Y, claro, al día siguiente no raramente cuaja una pequeña tempestad en
torno a las declaraciones extemporáneas o inexactas. Al declarante le toca
matizar, volver atrás, decir que se le interpretó mal o sencillamente —y muy
recomendable— confesar a las claras que se equivocó.
De seguro vale más tarde que nunca. Mejor enmendar que sostener el
error. Pero ello no quita que el mal esté hecho, que la población se preocupe
indebidamente y sospeche más de la cuenta de sus ya suficientemente denostados
gobernantes. El malestar —o peor, tal vez, el pánico— ha hecho presa en la
población. La raquítica vanagloria de asomar el rostro por la pequeña pantalla
o de lanzar las ondas vocales al aire ha podido más que la sensatez.
Por lo demás, a fuerza de acumular declaraciones, los medios de
comunicación terminan por ser instrumentos repletos de palabras, que se
refieren a intenciones o buenos propósitos. ¿Y los hechos? Habría que invitar a
un experto a medir el volumen de las informaciones que se refieren simplemente
a declaraciones. No me extrañaría que se llevaran un ochenta y tanto por
ciento. Los titulares suelen referirse a lo que tal personaje dice u opina.
Muchísimo menos a lo que hace o ha hecho.
Excesiva verborrea
El asunto es penoso. Excesiva verborrea para tan escasos
acontecimientos. Tanto más penoso cuanto que nuestro protagonista anda convencido
de que lo que piensa es noticia. No porque sea de mayor o menor trascendencia.
No. Sencillamente porque lo piensa él. Si, encima, el hombre tiende a la
mediocridad, ya dirán ustedes el drama de los medios de comunicación social que
desean relatar hechos contantes y sonantes. Hechos y no ruedas de prensa, declaraciones
y comunicados...
Declaraciones para salir del aprieto
Otra vertiente del asunto consiste —y apunto con el dedo a la
administración— en gastar ríos de tinta y palabras en cantidades industriales a
propósito de determinados temas sobre los que, de todos modos, no se piensa
actuar. Simplemente, quien habla lo hace para salir del paso. Adopta, quizás, expresión
de gravedad o firmeza, para sintonizar con sus oyentes. Habla con el tono que
le gustaría a él escuchar si se hallara entre el auditorio y otro fuera el
declarante.
Cíclicamente, aparentando una justísima indignación, se refieren algunos
funcionarios a las medidas que tomarán respecto de bandas violentas, gente de
malvivir, conductores irresponsables… Imprecan a los culpables. Amenazan con
regular estrictamente el uso de las armas de fuego. En cuanto a los corruptos,
dicen, tienen los días contados. Compruebe por sí mismo el lector cómo en el
año recién iniciado acontecerá lo mismo que en los pasados.
A las armas de fuego se extienden como mancha de aceite. Hay que
ponerles coto dicen a una los rostros que aparecen por la pequeña pantalla. Cuantas
más circulen, más muertes se producirán. Que se decomisen, que se regulen con
mayor rigor. Tales cosas, entre muchas otras, se dicen ciertamente. ¿No les
suena la letra? Pues las escucharán otras muchas veces. Y aplomados
funcionarios volverán sobre el particular con idénticas palabras, amenazas y
exhortaciones. Al tiempo.
Tal parece que estamos jugando a declarar, a escribir artículos
ocurrentes o indignados, a llenar páginas de periódico. Visite el lector alguna
hemeroteca y compruebe con creces cuanto lee en los presentes párrafos. Verifique,
de paso, cómo hay multitud de temas que saltan a las primeras páginas,
apasionan a los lectores, se desarrollan en un clímax prominente...y luego se
desvanecen sin solución ni resolución. El crimen queda sin responsable. El
juicio terminó, para la prensa, a mitad del proceso. De la adolescente
desaparecida nunca más se supo...
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