El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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martes, 16 de mayo de 2017

Más allá de la crisis, la espiritualidad


¿Cuándo acabará la dichosa crisis? Lo preguntan millones de personas que todavía la sufren en sus carnes. Algunos políticos les repiten por activa y pasiva que ellos ya la han solucionado. Pero ante la evidencia de sus cuentas corrientes desnudas y sus bolsillos vacíos se niegan a prestarles oídos.

Puede que la crisis haya remitido un tanto. Sin embargo, ha tenido como efecto una bajada severa de los sueldos —que aún que perdura— y ha dejado en la cuneta del mercado laboral a un gran número de potenciales trabajadores.

La crisis económica está ahí y añadiría yo que queda envuelta en una crisis aún de mayor tamaño, de carácter ético. Nuestro planeta produce lo suficiente para alimentar a sus habitantes. Las técnicas que le sacan más rendimiento a la agricultura han demostrado su efectividad. En ocasiones incluso se echan a perder cosechas enteras y miles de litros de leche para no comprometer el equilibrio de los precios.

Interesa repartir más que producir

Entonces preciso es concluir, con toda lógica, que el problema es de reparto, no de producción. Por lo demás, basta echar un vistazo a las fortunas ―tan ostentosas como impúdicas― que poseen determinados multimillonarios. Unas quizás menos criminales que otras, pero en todo caso totalmente desproporcionadas a las necesidades de un ser humano.

Asombra enterarse de los millones robados al hambre ajena. Sorprende las dimensiones que puede llegar a tener la humana ambición. Aturde comprobar que un hombre o una mujer es capaz de pasar por delante de un mendigo sin inmutarse, sin sonrojarse, cuando sus cuentas corrientes están a punto de reventar en distintos paraísos fiscales. Cuando sigue defraudando cuanto puede a hacienda.  

Está claro: la crisis económica procede de la matriz de otra crisis de carácter moral. Tengo la osadía de indicar algunos comportamientos que ayudarían a solucionar la crisis ética. Comportamientos vinculados con la espiritualidad que, por cierto, puede ser patrimonio de creyentes, escépticos y hasta ateos.

Una espiritualidad que incluye la sensibilidad del alma, la emoción de la belleza, la fe en la bondad humana a pesar de todo. Una espiritualidad amante de la paz y la justicia. Que nos impulse a mirar al misterio de frente. Que se extasíe frente al firmamento estrellado, que se estremezca ante la mirada limpia de un niño y se duela ante del rostro dolorido del emigrante.

Una espiritualidad atenta al latido del corazón del prójimo y al corazón del universo. Que consiga embelesarnos ante un bosque atravesado por los rayos del sol, ante un mar cuyos confines no se divisan. Y que, enternecidos por tanta sensibilidad, no le neguemos la mano ni la mirada, ni le demos la espalda al prójimo necesitado cuando las circunstancias hacen sonar la hora del compartir.

La espiritualidad se entendió como hermana gemela de la religión durante muchos siglos. Preciso es reconocer que desde hace unos lustros se ha emancipado y en ocasiones prescinde del sistema de creencias, de ritos y normas, de toda autoridad establecida. Todo ello conforma un rasgo fundamental de la revolución cultural de nuestro tiempo.

Superar el muro del hedonismo

Después de todo, siempre es mejor que un individuo viva nutriéndose de espiritualidad a que sólo se preocupe por el buen funcionamiento de su estómago y de sus órganos reproductivos. La primera obligación de todas consiste en no embrutecerse. Y no darle la espalda a la espiritualidad resulta imprescindible para ello.

Quien desea sintonizar con la espiritualidad debe crecer desde dentro. La meditación le nutrirá en el camino suscitándole pensamientos positivos. Una persona espiritual escucha las más profundas inspiraciones de su alma. Vive en paz, no existe temor que la pueda perturbar. Las opiniones de los vecinos, los comentarios de la farándula, los alaridos de la publicidad no logran alterar su paz.  

Qué duda cabe que la ciencia ha progresado de modo maravilloso y nos sorprende con sus inventos e innovaciones. Nos hace la vida más cómoda, es capaz de explicarnos el cómo de muchos enigmas. Es verdad, pero no logra desvelarnos el porqué de tales maravillas. Nos cuenta el cómo de una semilla que crece, de un niño que nace, de una estrella que se mantiene en lo alto del firmamento. Pero no nos explica su porqué. Y el ser humano necesita saberlo.

Existen mundos más allá de los que perciben los sentidos. El mundo del sentimiento, de la belleza, del amor, de la bondad… La ciencia no tiene acceso a ellos o, si acaso, sólo logra rozarlos. El hombre, la mujer espiritual, sí tiene capacidad de sintonizarlos.

Resulta difícil determinar qué es primero, si la espiritualidad o los valores que ella saca a flote. A saber, el silencio, la reflexión, la tolerancia, la austeridad en el vivir, la habilidad de saber escuchar y ayudar… Probablemente constituyen un círculo en el cual la raíz y los frutos se enlazan como un pez que se muerde la cola. 


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