De alguna manera el propio santuario puede ser considerado un bien cultural. Es el núcleo donde se hacen presentes numerosas manifestaciones de la cultura. Por ejemplo, la arquitectura del mismo edificio, junto con las esculturas y pinturas que contiene, el paisaje que lo rodea, las leyendas originadas en su entorno, los himnos y oraciones escritas, las expresiones literarias y musicales de diferentes categorías. A veces se encuentra un archivo o una pequeña biblioteca en su interior.
Partiendo de esta realidad el santuario ofrece numerosos datos para definir e interpretar la identidad cultural de un pueblo o una comarca. Se erige como un punto de referencia. Por otro lado, a menudo proporciona una síntesis armoniosa entre naturaleza y gracia, piedad y arte, hasta el punto de sugerir pistas hacia el encuentro con Dios. Nos referimos a la vía pulcritudinis que se propone contemplar la belleza de las criaturas a fin de experimentar a Dios, fuente última de toda hermosura.
Por otra parte, no raramente existe la voluntad de hacer del santuario, de manera explícita, un centro de cultura. Al menos en cuanto a los más representativos. Así se organizan cursos y conferencias, quizá se despliegan iniciativas editoriales, se convocan conciertos y exposiciones, mientras se favorecen determinadas expresiones pictóricas y literarias. De hecho, no está fuera de lugar que el santuario disponga de un museo, más o menos relevante.
En consecuencia, el santuario tiene la función primordial de ser punto de destino de las peregrinaciones, de desempeñarse como lugar de culto y de evangelización, pero también de ofrecer un espacio para la cultura en sus diferentes vertientes.
No quedaría completa la visión del santuario si no lo relacionáramos con la piedad popular y el sentido de pueblo. Por ahí andan las raíces. La piedad popular se construye paulatinamente y está vinculada a los elementos fundantes de un pueblo. El sentimiento popular otorga un fuerte relieve al lugar y las circunstancias. Recoge las experiencias surgidas a lo largo de los años y mantiene presentes los hechos significativos que han ido construyendo la identidad del pueblo. No tan sólo almacena experiencias y recuerdos, sino que las actualiza talmente se tratara de un memorial bíblico.
Las experiencias que despierta el santuario —y que a la vez motivaron su levantamiento— oscilan entre la historia y el mito. Brotan, como queda dicho, de lo más íntimo de la persona. El lugar originario y las circunstancias fundantes del pueblo abundan en simbolismos. Los anhelos más íntimos —religiosos, emocionales y populares— manan de la misma fuente que es el corazón.
La identidad religiosa ha vivido profundamente vinculada a la experiencia de la historia del pueblo, de las circunstancias políticas y sociales. La piedad popular ha contribuido en gran medida a la construcción del pueblo. Ha marcado los momentos cruciales de la historia: triunfos y derrotas, alegrías y penas, tensiones y tragedias. El santuario guarda la memoria de un pueblo que se reconoce en su expresión de fe y le facilita conectar con los antepasados. Así deviene icono de la fe y de los sentimientos más profundos.
El santuario y el paisaje que lo rodea
Se han hecho encuestas en las que más de la mitad de los peregrinos destacan ante todo el paisaje, la belleza del lugar, así como el atractivo del ambiente exterior. Hay que tenerlo muy en cuenta. Lo agradecerán sobre todo los que vayan al lugar en busca de un ambiente de paz y de silencio, para reflexionar o rezar. La consideración ecológica ha pasado a ser una preocupación universal y transversal, al menos para la gente más concienciada.
La naturaleza es un primer paso en el diálogo que la persona establece con el misterio. Después quizás seguirán otros. El paisaje, con todo lo que lo configura —las rocas, los árboles, el cielo azul, el mar, las cordilleras— son vestigios, huellas del Absoluto. Ante la naturaleza la persona se siente empequeñecer y se extasía ante la belleza. Se trata de la experiencia religiosa típica de la dependencia y de la epifanía. Recuerda el bien conocido tremendum et fascinans, sobre el que no podemos detenernos.
Muy a menudo los santuarios se instalan en la cima de una montaña. Hay un porqué bien arraigado en el alma de los habitantes del lugar. Conviene tenerlo presente en la pastoral. Peregrinación, santuario y ecología deben ir juntos en el camino de la salvación que recorre el hombre de hoy.
Un aspecto esencial del santuario no urbano consiste en desvelar y estimular la emoción de la persona (cristiana) ante la creación. Aunque el cristianismo sea una religión más bien histórica que no natural, hay ciertamente lugar para la admiración ante la naturaleza. El paisaje, que en último término nos remite al Creador, deviene una ventana que nos permite avizorarlo. En efecto, el bosque, las piedras, los torrentes, el cielo azul, bien pueden considerarse como un pre-catecumenado, un vínculo que acerca a Dios ya los hermanos.
En un paso posterior aparecerá la liturgia, que también tiene mucho que ver con la acción de gracias, la eucaristía, la gratuidad, la admiración. Todo ello libera del urbanismo asfixiante, del sedentarismo empedernido y permite saborear la belleza del paisaje, junto con el gozo de la fraternidad, tal vez de la mesa común, de la oración.
El santuario normalmente comulga profundamente con el paisaje que lo rodea. Y lo mismo se puede decir de muchos monasterios. El entorno se escogió cuidadosamente. En cierto modo culminan y consagran el entorno donde se han construido. Miradas las cosas en perspectiva, se puede afirmar que los paisajes de Europa se han humanizado y cristificado gracias a los santuarios, ermitas y oratorios dispersos por los cuatro puntos cardinales a lo largo de siglos. Espacios inhóspitos y alejados han ido adoptando un rostro humano que, poco a poco, también ha adquirido la fisonomía del rostro cristiano.
La cultura impulsada por la sed de tener sin límite, causa la expoliación y destrucción de la naturaleza, mientras que la cultura contemplativa y genuinamente cristiana la hace transparente hasta vislumbrar a su través el misterio de la creación. Una de las pruebas es precisamente la construcción de ermitas, iglesias, monasterios, santuarios ... El santuario es el resultado final de un paisaje y un edificio. La naturaleza y la técnica se dan la mano de manera fecunda y amistosa.
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