Un montón de fórmulas, triunfalismos, devociones y
discusiones recubre la imagen de Jesús, tras dos mil años. Urge redescubrir la
imagen genuina de Jesús y sorprenderle en la espontaneidad del hombre que
caminaba por los caminos polvorientos de Palestina, pedía agua junto al pozo y
decía cuatro verdades a los meticulosos legistas. De entre todas las
manipulaciones realizadas en la persona y el mensaje del Maestro tal vez la que
se ha operado con mayor buena voluntad y menos fortuna ha sido la de recluirlo
en un marco tan irreal como el de cualquier dios del Olimpo griego.
La atracción de los portentos
Muchas de las cosas que se predican de Él tienen un toque
prodigioso y maravilloso en esta perspectiva. Anunciado de modo extraordinario
a su madre; nacido por vía milagrosa; rodeado de ángeles cantores de Navidad;
manifestado gracias a una estrella itinerante. A este Jesús de nacimiento
singular le sigue un Jesús niño y adolescente no menos asombroso. Un ángel se
encargará de avisar a los padres para que Herodes no dé con Él. En su
adolescencia ya discute sabiamente con los Doctores de la Ley.
Luego, cuando inicia la tarea de predicar la Buena Nueva
y se rodea de discípulos, acaece que el cielo se abre y se escucha la voz de
Dios. Sus tentaciones no son tomadas apenas en consideración. E trata de un
mero expediente para poder demostrar quién es Él y, de paso, ofrecerse de guía
en las tentaciones de sus discípulos.
Su vida está salpicada de milagros: da la vista a los
ciegos, cierra las heridas de la lepra, apacigua las tempestades. Ni siquiera
la muerte se resiste a sus mandatos. Acaba cosido a un madero, tal como lo
había anunciado, pero para destacar su esplendorosa y definitiva victoria: la
resurrección. Finalmente -para que no quepan dudas de su vida extraordinaria-
escala el cielo a lomos de una nube.
Con la mejor buena voluntad se han buscado los elementos
más inciertos de los evangelios, a tenor de la crítica histórica, y se han
magnificado. Con el mejor de los propósitos se han sacado de contexto sus
acciones extraordinarias para destacar lo portentoso, lo asombroso de su vida.
Una vez amañado así el material bíblico —y de nuevo con
toda buena voluntad, claro está— el paso de los siglos ha contribuido a
desviarlo todavía más. La colección de títulos, a cual más grandilocuente; las
devociones y las letanías que lo ensalzan hasta perderlo de vista; las
decisiones de la ortodoxia, de trazos cansinos y perfiles difuminados; los
rostros barrocos y espiritualizados que han esbozado los pintores una época
tras otra…
Una vida de Jesús muy distinta a la nuestra. Las páginas
del evangelio que hablan de sus lágrimas, de su enojo, de sus denuncias, de sus
angustias, de su libertad frente a la familia, la autoridad… ¿por qué se pasan
tan aprisa? ¿Por qué muchos cristianos sienten incluso un cierto rubor de
leerlas en voz alta?
No a la taxidermia religiosa
Sin embargo, es justamente en tales páginas donde mejor
podemos descubrir el perfil de un Jesús que tiene mucho que ver con nuestro
vivir y peregrinar. Un Jesús al que se puede seguir, sin renunciar a la tarea
de anteaño. Todo cuanto Jesús hizo y dijo fue para nosotros. Ahí radica la
verdadera clave de la lectura evangélica. Luego hasta los hechos prodigiosos
deberán leerse a esta luz, pero de ninguna manera acabe pensar que lo
importante de Jesús radica en lo asombroso y pasmoso de los hechos, de modo que
lo menos milagroso de su vida se reduzca a material de relleno.
Jesús no es una leyenda que se pierde en la noche de los
tiempos, ni un mito del cual se desconoce el lugar y la fecha de nacimiento. Se
puede señalar con el dedo en el mapa el lugar donde Jesús nació y vivió.
Sabemos quién gobernaba el país cuando vio la luz y cuando expiró en la cruz.
El Reino que Él predicaba no era extramundano ni
atemporal. Sus exigencias éticas no afectaban sólo los pliegues más íntimos de
la persona, sino que apuntaban a las relaciones sociales de cada día. Jesús
tenía un corazón manso y humilde, pero ello no era obstáculo para denunciar con
nombres y apellidos. Habrá que recuperar al personaje, rescatándole del mundo
de la fantasía, la leyenda, el mito.
La taxidermia es una ciencia que cambia a los seres vivos
en bellos ejemplares, pero opera con cadáveres. Éstos se parecen en todo a los
seres vivos, no les falta ni un detalle, sólo que están muertos. En ningún caso
está permitida la taxidermia religiosa que trata de conservar a Jesús disecado,
exaltado, al margen de su quehacer histórico. Un Jesús al que no se puede o no
se quiere seguir en el quehacer de su historia bien concreta y palpable, es en
todo igual al Jesús vivo, pero está muerto en el corazón del creyente.
Seguir a Jesús hoy equivale a luchar por lo que Él luchó,
a ver el mundo con sus ojos, a asimilar sus criterios, a experimentar la
miseria con sus sentimientos. Decididamente un Jesús así tiene que ver con la
escasez de arroz, con la criminalidad, con la falta de agua, con las viviendas
indignas. Éste es el alcance de la Buena Noticia.
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