Los toques de atención en orden a
no minusvalorar el alcance del seguimiento y el relieve del Jesús histórico
nunca serán excesivos. El peligro más bien se aloja en la otra orilla: limitar
el cristianismo a una relación personal, íntima, del creyente con Jesús, en un
mundo aséptico y privatizado. Lo cual ocurre hasta la exasperación en algunas
sectas recientes de vaga inspiración cristiana; pero los católicos no estamos
del todo limpios de pecado. En efecto, cuando se proclama una y otra vez que
Jesús es el Señor, el Redentor, el Maestro; cuando se dice a voz en grito que
la cruz nos salva, que la sangre del Cordero nos lava; cuando insistentemente
se echa mano de jaculatorias y alabanzas… hay que levantar la guardia.
No mutilar el evangelio
Porque todo eso no está mal, al
contrario, está muy bien. Sin embargo, resulta tremendamente ambiguo. Puede
ocurrir que una tal vivencia de la fe sirva para convencerse uno mismo de que
Dios está con él, que tiene una experiencia religiosa de calidad. Todo al
margen del conflicto histórico que Jesús vivió y que viene a ser como la piedra
de toque a la hora de desenmascarar los conflictos de nuestra historia de hoy.
Quien se salta la historia de
Jesús y se sumerge en su vida de resucitado junto al Padre peligra caer en el
mundo de los sentimientos desenganchados de la realidad y hasta fácilmente
incursiona en la magia. Es tan cómoda la tentación de la magia, que no se agota
en los estadios primitivos de la cultura.
Decir “Señor, Señor”, murmurar
aleluyas y proclamar alabanzas, al fin y al cabo, no compromete demasiado. Y, a
cambio, le deja a uno tranquilo y reconfortado. No es más cristiano el que más
vivas grita a Jesucristo, ni el que más títulos musita con sus labios, sino el
que vive más de acuerdo con las actitudes y máximas de Jesús. Y ahí cabría
hablar de las denuncias, del problema del arroz, del aumento de sueldos, de
criminales que no aparecen, etc.
Aludir a la calidad redentora de
la muerte de Jesús, olvidando porqué murió y quién lo mató es, cuando menos, un
grave despiste. La muerte violenta de Jesús no se debió al azar; en realidad no
podía morir de otra manera. Quien puso en cuestión los intereses de los
sacerdotes, echó en cara el legalismo y la hipocresía de los influyentes
fariseos, imaginó a Dios de parte de los hijos fugitivos del hogar, debía
esperar con toda lógica que la Ley y el orden establecido le devolverían el
golpe.
No se resquebrajan impunemente
los cimientos de la sociedad. Por eso estaba escrito que Jesús tenía que morir,
pero se pasaría por alto la trama más significativa de la vida de Jesús si
simplemente se dijera que murió porque estaba escrito. No estaba escrito por
casualidad ni por arbitrariedad, sino en previsión de las actitudes que Él iba
a tomar.
No fue una muerte neutral la de Jesús
Quedarse con una muerte neutral y
con la resurrección, al margen del conflicto que padeció Jesús, significa
mutilar el evangelio. El Jesús glorificado puede ser invocado por cualquiera
sin el menor problema. No interpela la economía ni la injusticia del orante,
antes bien le hace experimentar una sensación gratificante. Pero el recuerdo
del Jesús histórico sí que interpela muchas cosas y actitudes. Nadie puede leer
las bienaventuranzas o las malaventuranzas y quedarse tan tranquilo. Sólo quien
tenga la sensibilidad poblada de callos podrá repasar la historia de la pasión
y muerte de Jesús sin preguntarse de qué parte se encuentra: si tiene más de
víctima que de asesino. Los ingentes esfuerzos realizados para espiritualizar
el camino de la cruz no consiguen sino convocar a la mala conciencia.
El Jesús resucitado fue el mismo
que el crucificado. Conservó, como signo, las llagas de las manos, de los pies
y del corazón. El resucitado es el Jesús llagado por los hombres que defendían
intereses muy concretos y particulares. El significado de la resurrección
radica en que el Padre afirma que Jesús tiene razón y no sus enemigos, no
obstante ser los oficialmente buenos y los legítimos intérpretes de la Ley.
En ningún caso el evangelio debe
convertirse en una colección de anécdotas descoloridas, aptas para entretener a
los niños. Las acciones y pretensiones de Jesús tienen un entramado claro,
significativo e ineludible.
1 comentario:
Per a un laic el seguir els camins de Jesús seria fàcil si fos únicament qüestió de FE. Pens que s'ha de menester molta humilitat, el pertànyer a un coro parroquial, a un moviment caritatiu, servir a les celebracions accedint a les sagristies i fins i tot el fet de escriure aquest comentari pot fer que ens sentiguem més cristians que els altres. La mort de Jesús ens l'han explicada moltes vegades, però la seva vida privada , sabent que era Déu i Homo alhora ens hauria de ser exemple de vida humil.
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