Hay que calificar como excelente el empeño de llevar a cabo los deberes que
uno ha asumido o debe asumir. Frente a la sobreabundancia de frivolidad y falta
de compromiso en la que nuestra sociedad se halla inmersa, es de agradecer la
postura comprometida de no dar un paso atrás en las tareas a realizar. Sin
embargo, hacer muchas cosas por la obligación que impone un mero deber árido y
enjuto, a la larga le pone a uno de mal humor. Se requiere también el
ingrediente del amor. Un empeño sin grietas te hace implacable. Y este
comportamiento no se halla precisamente en el haber de las virtudes.
La justicia resulta esencial para vivir con honradez, para sobrenadar en el
mar de los sobornos y de las amistades que presionan para lograr sus ambiciosos
propósitos. Huir del soborno, ofrecer la mano a los débiles son actitudes muy
dignas, hijas de la justicia. Pero una justicia sin amor te endurece. Quizás,
incluso, lleve a encarnizarte contra tu prójimo.
Gran instrumento el de la inteligencia para moverse por la vida. Hay que
saber cuándo hablar y cuándo callar. Es preciso bregar con muchas
circunstancias para que las cosas salgan bien. Sobre todo, saber cómo gestionar
los sentimientos. Resulta del todo imprescindible para salir airoso de las mil
batallas diarias. No obstante, ten presente un detalle: la inteligencia sin
amor acaba haciendo de ti un ser cruel.
La persona amable es bien recibida en todas partes. Se aprecia su sonrisa,
sus cumplidos, sus palabras halagadoras. Quien siembra amabilidad normalmente
no cosecha bofetones, a menos que se tropiece con algún psicópata o desalmado.
Cierto, aunque la amabilidad carente de amor te metamorfosea en un ser
hipócrita. Abundan las sonrisas que velan una lengua viperina. Como también las
palabras aduladoras que obedecen a precisos intereses creados.
Bien está que en tu habitación destierres el desorden. Tus costumbres no
rompen la armonía de un buen comportamiento. En cada momento lo que toca, sin
extravagancias ni excentricidades. Nada de caprichos fuera de lugar. De
acuerdo, aunque deberías examinar si tanto orden no acaba haciéndote un ser
rígido y complicado para los que te rodean.
Presumir de honor es más propio de épocas periclitadas que no de nuestros
tiempos. Aunque quizás ello se deba a una distinta concepción del honor. Hoy
día ha desaparecido de la circulación el duelo a causa de ofensas que lo mancillaban,
según se creía. Sin embargo, es cierto que disgusta profundamente ser tachado
de frívolo, irresponsable, insolvente, mentiroso... También estos defectos
atentan contra el honor que priva en nuestros tiempos. Pues bien, puedes estar
repleto de honor hasta los bordes, pero, si te falta el amor, no dejarás de ser
un altanero arrogante.
Bien está que uno pueda vivir sin temor a que le falte el pan de mañana. La
dignidad humana se resiente cuando las necesidades más básicas no pueden ser
satisfechas. El pan, la casa, los zapatos son propiedades de las que nadie
debiera carecer. Una vez conseguidas hay que mantenerse en guardia para que el
elenco de las posesiones no crezca desmesuradamente. Un tal deseo te ataría a
las cosas y si, además, careces de amor hacia el necesitado y eres incapaz de
compartir, entonces te conviertes en un simple y vulgar avaro.
En la historia han abundado las gentes de profundas creencias religiosas.
La brújula de su fe las marcaba un bien definido rumbo. Saber hacia dónde caminar,
bien atrechado de los instrumentos que puedas necesitar, es del todo elogiable.
Mucho más que sentirse perdido en la inmensidad del cosmos, sin una estrella a
través de la cual orientarse. Pero la fe
no debe restarte la necesaria cuota de humanidad —de amor, al cabo— o te
volverás inflexible y fanático. Podrías confundir los ritos circunstanciales y
transitorios con la realidad última e inmutable.
Quede claro que el amor posee muchos nombres y calificativos. No vayamos a
caer en el reduccionismo de verlo sólo en el beso apasionado de un hombre y una
mujer. Hay amor paternal y filial, amor al prójimo necesitado y a un montón de
causas humanitarias. Existe, naturalmente, el amor a Dios por el que tantos han
llegado incluso a dar su vida. Cada uno elige a lo largo de su vida cuál es el
amor que cultivará con más ahínco. Hay amores que otorgan más sentido que
otros, pero la vida enteramente huérfana de amor es una vida sin sentido.
Todo lo cual se refleja en aquel verso de Dante Alighieri: “el Amor mueve
al Sol y las demás estrellas”.
1 comentario:
Me ha parecdido del todo necespario insiostir en la necesidad d cumplir el mandamiento del amo
San Pablolo deja muy claro : "Si no tgengo amor,nada soy"
IY para tener amor, en orimer lugar, debemos pedir-lo, por ejemplo con este verso del salmo"doneu.me el vostre Anor i la vostra Salvació! Y tambien practicarlo, interessandonos porr nuestros ptòjimos, haciencdopequeños servicios...
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