El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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viernes, 13 de enero de 2012

El tiempo, ese enigma


Llego a tiempo con la reflexión puesto que apenas hemos consumido uno de los doce meses del año. La situación invita, pues, a mirar al trasluz esta realidad tan familiar y común que es el tiempo. Una realidad que nos atrapa irremediablemente.
Sabemos muy bien qué es el tiempo… o quizás no habría que afirmarlo con tanta seguridad. Porque si por una parte lo asociamos a algo usual, rutinario y corriente, por la otra no deja de ser una realidad enigmática. A propósito, S. Agustín se pregunta con su claridad y profundidad habituales: ¿Qué es el tiempo? Si nadie me pregunta yo lo sé. Pero si quiero explicarlo al que me pregunta, entonces no lo sé.
El tiempo, ese flujo ilimitado que carga sobre sí todos los acontecimientos de la naturaleza y de la historia. Nada absolutamente acontece fuera de él.  El ser humano ha tratado de domesticarlo, racionalizarlo y dominarlo. Se ha propuesto atraparlo clasificándolo desde diversos puntos de vista. Lo ha atomizado en semanas, horas, minutos, segundos…. A tal propósito le ha ayudado la observación de los ciclos naturales. Día y noche, verano e invierno…
Pero el tiempo humano adquiere una mayor densidad. Tiene que ver también con conflictos e injusticias, con gozos y sufrimientos. El tiempo aséptico y neutral que marcan las manecillas del reloj es uniforme y transcurre ajeno a cualquier sensación, sentimiento o emoción. En cambio, el tiempo humano -por ejemplo, el de la joven que espera el día de la boda- está bañado de deseo e ilusión. El tiempo humano se colorea de gozo, ansiedad, temor…
Una conversación amistosa y satisfactoria o un film agradable puede que dure una hora y media según el cronómetro, pero la sensación es que pasó como una exhalación. Mientras que unos minutos de ansiedad o de intenso dolor físico se hacen interminables. 
El año nuevo abre el horizonte a todas las expectativas. Como en un recién nacido, todo puede acontecer. No obstante las decepciones y dificultades del año que se fue, el corazón humano sigue esperando. Se dirá tal vez que el nuevo año llega con malos auspicios. Da igual. La esperanza se regenera a sí misma, renace de sus cenizas, como sucede con la mitológica ave fénix, de plumaje rojo, anaranjado y amarillo incandescente. 
El corazón humano no se resigna a una decepción indefinida. Espera que el año, al cambiar de cifra, sea más propicio. Y la auténtica razón de fondo es que, huérfana de esperanza, la vida se evapora.
Una bendición hecha carne

El libro bíblico de los Números, del que echa mano la liturgia en el umbral de cada año, expresa con fuerza y profundidad los anhelos que laten en el corazón humano. El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.
Ahora bien, una bendición no deja de ser un deseo. Y los deseos, por buenos que sean, no deben confundirse con la realidad. Pero se da el caso de que la bendición que nos ocupa no es un deseo huero, sino un deseo hecho carne. En efecto, la Palabra se hizo carne. La bendición de Dios se ha hecho historia, se ha hecho carne y hueso en Jesús.
El eterno fluir del tiempo ha saboreado su plenitud al ser visitado por el Creador de la historia. El Emanuel, el Dios con nosotros, se ha hecho compañero de camino. El nombre que le impusieron José y María fue el de Jesús, es decir, Dios salva. El tiempo, ese enigma que se despliega en apariencia neutral, esconde en el seno a su mismo Creador.  

No obstante el anhelo de paz, el interior de cada uno conjetura que el nuevo año heredará los defectos e injusticias de su predecesor. Entonces, si la bendición de Dios es más que un buen deseo y se ha concretado en la carne de Jesús, ¿por qué no llega la paz, la justicia, la convivencia leal?
Ahí radica el interrogante por antonomasia. Resulta que las bendiciones, aunque procedan de Dios, no obran automáticamente y mucho menos fuerzan la voluntad del ser humano. Los pastores fueron al portal. Los Reyes iniciaron un largo camino. Hace falta justamente iniciar el camino y acudir al portal. Quien no abre los ojos ante la luz seguirá a oscuras. Quien en el fondo de su ser no espera o no cree en bendición alguna, seguirá atrapado en su insignificante y mediocre mundillo.
Dicen los científicos que el tiempo es la magnitud física que permite medir la duración o separación de las cosas sujetas a cambio. Dicen los creyentes que el tiempo es el misterio de la historia en el cual la Palabra de Dios se hace carne e invita a todo ser humano a escuchar su voz y seguir sus pasos.  

Convendrá el lector en que para beneficiarse de algo físico se requiere alargar la mano y apoderarse de ella. Acabo con un chiste que bien ilustra la moraleja. Una devota señora oraba con fervor para que le tocara la lotería. Un feligrés cercano, justamente vendedor de lotería, escuchó su plegaria. Se permitió darle una palmadita en el hombro y decirle: por su parte hará bien en comprar algún número.

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