En algunos establecimientos públicos el usuario tiene a
disposición un grueso cuaderno de reclamaciones en el que dejar constancia de
su protesta y desacuerdo con algunos de los servicios o servidores. Si la
democracia dispusiera de un tal libro, de seguro sus páginas se habrían ya
agotado repletas de letra apretada y diminuta. Tantas son las reclamaciones que
se le hacen.
Quejas reaccionarias
No hay que tomar en consideración las lamentaciones
reaccionarias de quienes opinan que el pueblo está incapacitado para expresar
una opinión. Es verdad que su preparación dista del ideal. Pero hacer dejación
de los mecanismos del Estado en manos de quienes tales ideas defienden
probablemente resultaría más devastador.
Los que piensan de tal manera ―sospecha uno― se han
incrustado en los mecanismos más decisivos del Estado. Y no viven mal, por
cierto. Por otra parte, las más de las veces, se ocupan no en problemas de
interés general o de tipo técnico, sino en cómo mantener y perpetuar la propia
parcela de poder.
Otra reclamación tiene que ver con las condiciones de
ingobernabilidad que suele generar. En efecto, cuando las fuerzas de la
sociedad resultan muy equilibradas, o muy dispersas, de modo inevitable se
plantea el problema de los gobiernos inestables y presionados por la oposición.
Determinados gobiernos se construyen a base de malabarismos: hay que tener en
cuenta las diversas ideologías, el carisma popular de algunos líderes, las presiones
de los grandes banqueros en la sombra… Consecuencia: los gabinetes se ven
precisados a abortar antes de dar a luz a una criatura medianamente aceptable.
Nada inhabitual que la política oficial se halle a años
luz de las inquietudes cotidianas del ciudadano medio que por la mañana se
encamina a la fábrica o a la oficina, acude al supermercado, prende el
televisor y visita a sus compadres. Cuando los dirigentes no escuchan el clamor
de la calle ―ocupados como andan en sus quehaceres lucrativos o jactanciosos―
el ciudadano común recurre a otras instancias reivindicativas, llámense
organizaciones populares, sindicatos, asociaciones, clubes, etc. ¿Recuerdan el 15-M?
Algo tendrá que ver todo ello con un hecho bastante
significativo y universalmente comprobado. La gente se desinteresa gradualmente
de los asuntos políticos. Ahí están las cifras de las abstenciones que aumentan
sin cesar, excepto cuando las situaciones se crispan o algún líder logra estimular la ilusión. Y muchos de los que acuden a las urnas cada cuatro años tal parece
que, más que un voto, depositan la renuncia a preocuparse durante este período
de los asuntos públicos. El abstencionismo preocupa a muchos observadores.
Amenaza con sepultar a la democracia con una gigantesca y sorda ola de
indiferencia.
La Política como espectáculo
Paralelo a este asunto se constata que la política en
muchas ocasiones colinda y hasta invade el terreno del espectáculo. Interesa
quién va a ganar o a perder, como interesa el resultado de un partido de
fútbol, o del cuadrúpedo vencedor en el hipódromo. Por otra parte determinados
miembros del gabinete seducen por su físico atractivo o por su proceder
campechano. No son cualidades que tengan que ver con la tarea encomendada.
No es de extrañar entonces que los debates sean
sustituidos por manifestaciones callejeras o por mítines ruidosos. Es de
esperar que las aclamaciones o las befas se sobrepongan a los argumentos. En
fin, que no se afronta la complejidad de los problemas y sí se pone el énfasis
en las demostraciones de fuerza, en vagas declaraciones de intenciones y en
promesas que suenan a hueco.
¿Resultado? Que algún humorista escale un escaño, que el protagonista pretenda ser gracioso a toda costa, que se mendiguen los minutos en las pantallas de televisión. Se han dado casos más extremos, como que una actriz del porno saliera cómodamente elegida. Y no les cuento acerca de partidos que han usado la sátira como elemento fundamental. Uno de ellos es el PIS (Partido Irreverente Surrealista) cuyo programa declaraba no cumplir nada de lo prometido.
¿Cabe esperar gran cosa del certamen electoral? ¿No
servirá, el conjunto, para legitimar apetencias desenfrenadas de poder y
dinero? Se sabe de gente que hace campaña por un candidato y vota por otro.
Ojalá que no sea así, pero el hecho es que el desencanto aumenta como mancha de
aceite. Muchos ciudadanos se sienten
burlados. Algunos dejarán de votar definitivamente.
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