El Jubileo de la misericordia,
también conocido como Año de la Misericordia, se ha venido celebrando desde el
8 de diciembre de 2015 para concluir el próximo 20 de noviembre de 2016. Varias
fueron las motivaciones y objetivos para proclamarlo. Apuntaban a la
celebración del quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano
II, así como a profundizar en su implantación y situar en un primer plano la
misericordia de Dios y las entrañas compasivas que los cristianos deben tener
en favor de los más necesitados.
Difícil tarea la de evaluar los
resultados. Por supuesto, los frutos más interiores son del todo reacios a
cualquier medición. A ojo de buen cubero cabe decir que del Concilio Vaticano
II se ha hablado más bien poco. Sí ha tenido mayor protagonismo el concepto de
la misericordia. Discursos, publicaciones, homilías, jornadas… También se han
revitalizado las obras de misericordia. Al parecer, un número no desdeñable de
creyentes ha atravesado la puerta santa con las condiciones requeridas para
lucrar las indulgencias.
Desde el punto de vista de la
espiritualidad del corazón, la misericordia juega un papel decisivo. Me
dispongo a exponer algunas ideas sobre el particular como despedida del Año
santo.
La riqueza del vocablo corazón
El núcleo vital de la persona,
el impulso que mueve y agita al individuo, su urdimbre más profunda, lo
hallamos en la necesidad de amar y ser amado. Tradicionalmente decimos que todo
ello se concentra en el corazón. En
este órgano ―que más bien hace las veces de símbolo― se asienta el centro
ordenador de la humana existencia, el eje en torno al cual gira lo que el
individuo hace, dice y quiere. Corazón
es, pues, también, el lugar donde Dios habita, actúa y se comunica.
Se ha hecho notar con razón que el
vocablo corazón es una palabra fundamental
e imprescindible en todos los idiomas. De ahí que, referida a Jesús y a la
Virgen haya tenido tanto eco en la vida cristiana. Un famoso pensador, K.
Rahner, ha afirmado que existen palabras originarias que sirven de conjuro. Es
decir, que convocan, unen, condensan la realidad del entorno. ¿Cuál será esta
palabra en la espiritualidad cristiana? Escuchémosle: no hay ninguna otra. No se ha pronunciado ninguna otra palabra que la
de Corazón de Jesús.
La Congregación a la que pertenezco -los misioneros de los Sagrados
Corazones- desean aproximarse, pues, al corazón de Jesús y de su madre María
para beber del manantial de bondad, generosidad y misericordia que de él brota.
Pongamos en primer plano la misericordia en este año en el cual ha venido a ser
como el lema de los creyentes en Jesús.
El corazón de Jesús expresa de modo sencillo la gran noticia: Dios ama a sus criaturas. El corazón resume el misterio de un Dios hecho carne, con un corazón que late y de un hombre divino cuyo corazón exprime hasta la última gota de sangre en favor de sus hermanos.
Compasión nacida del corazón
Misericordia es una palabra cuya
etimología lo dice casi todo. Se refiere al corazón (cor) y a la compasión (miserere).
Jesús le otorga un sorprendente protagonismo cuando exclama: misericordia quiero y no sacrificio. A
los intransigentes que blanden la ley como una espada, a los de entrañas duras
que no perdonan una, a los que miran a otro lado cuando se asoma la desgracia a
su ventana… A todos ellos interpela Jesús con esta frase rotunda y categórica: misericordia quiero y no sacrificio.
Estas reflexiones difícilmente
podrán ser discutidas. Sin embargo, sí se echa en cara a los seguidores de
Jesús, el hecho de que sus obras no se correspondan con sus hermosas teorías. Y
reconózcase que no andan huérfanos de razón. En demasiadas ocasiones nos
parecemos al hermano mayor del evangelio. Dijo que sí iba a ayudar en el
trabajo del campo, pero luego no fue.
Nosotros decimos que la buena
noticia del amor hay que comunicarla y vivirla. Probablemente la comunicamos
más que la vivimos. Lo cual conduce a un desfase que acaba traduciéndose en
descrédito. A la hora de la verdad pasamos por alto muchas oportunidades de
ejercer la misericordia, de com-padecer
al otro. Disimulamos ante los gritos ―silenciosos o ruidosos― de auxilio.
Miramos a otro lado cuando aparece ante nuestros ojos la miseria en la que vive
el prójimo. Tenemos prisa cuando las circunstancias aconsejarían conversar con
quien carece de compañía… Y así cabría escribir una larguísima lista.
Las grandes opciones necesitan
de hechos concretos que las reflejen y acrediten. Las doctrinas sublimes
requieren testimonios tangibles. De otro modo las opciones y las doctrinas
pierden credibilidad.
1 comentario:
He trobat a faltar durant aquest any de la misericòrdia recordar més el concili Vaticà II, ja que també era un dels motius que van moure a fer la celebració (feia 50 anys de la cloenda).
I valdria la pena llegir o rellegir els seus textos plens de doctrina que encara no hem posat en pràctica.
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