El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Lenguajes implícitos y explícitos

Cada expresión artística tiene su lenguaje y el cine o la televisión no son excepciones. De ello andaba convencido el autor de aquella frase —McLuhan— que alcanzó la cima de la celebridad: el medio es el mensaje. El medio, el cine o la televisión, en nuestro caso, tiene su lenguaje y sus trampas. Muchas veces no apuesta por situaciones escabrosas, egoístas o políticamente chocantes. Pero quizás todo ello, y más, lo manifiesta a través del lenguaje implícito.

De ahí que algunos censores se muestren bastante ineptos sobre su quehacer. No se trata de tronar por un centímetro más o menos de carne al descubierto, sino de entender el planteamiento y la interpretación de lo que se cuenta. En este sentido el cine dispone de enormes recursos para simular la normalidad de una conducta que no lo es. Es muy efectivo prestigiar o denigrar determinadas actitudes o valores encarnándolas en un tipo simpático o repugnante. Sin necesidad de hablar de los valores en sí. 

Este es el lenguaje que tiene efectos poderosos. Porque detrás de cada historia hay siempre una interpretación de la realidad, una serie de presupuestos que se proponen como normales, cuando quizá no lo son. Al lado del protagonista puede haber una mujer y unos hijos con un matrimonio convencional. Puede también el protagonista acarrear un par de divorcios en su pasado y prestarse a cualquier escarceo amoroso. El hecho no se aprueba ni desaprueba explícitamente, pero la simpatía o el rechazo que irradia el personaje ya se encargará de ello.

El cine acarrea muchos aciertos humanos y artísticos sobre sus espaldas. Lo que sucede es que se trata de un medio y los medios son instrumentos que lo mismo pueden acarrear resultados positivos que negativos. Un cuchillo puede servir para pelar patatas o para ser hundido en el abdomen del vecino. 

Es preciso acertar con el tipo de lenguaje debe emplearse también a la hora de comunicar los valores. El cine religioso suele pecar —más bien solía, pues apenas existe— de excesivamente explícito. De ahí que el relato en cuestión se desvincula de la vida de cada día, sumerge al espectador en un universo religioso con escasa conexión con la experiencia real. En el fondo la visualización de un film de este tipo equivale casi a participar en un acto religioso. Ahora bien, al terminar la sesión el espectador tiende a desconectar para sumergirse de nuevo en la vida real. 


De modo que resulta mucho más interesante y efectivo el cine que aborda la dimensión religiosa de forma implícita a través de los problemas humanos de fondo. El que muestra y sugiere la dimensión trascendente de la vida humana a través de la narración de una historia concreta, palpable y cargada de humanidad. 

Con lo dicho se concluye, por ejemplo, que resulta mucho más eficaz transmitir un valor religioso sin necesidad de decir expresamente que es religioso. Y que parece más acertado alquilar quince minutos de programación religiosa en un canal no religioso que retransmitir doce horas en un canal con etiqueta religiosa. Porque si la etiqueta está ahí.... claro, ya se sabe qué se nos va a decir...

No hay comentarios: