Estimado amigo que de vez en cuando cruzas el umbral del templo,
saboreas la paz del silencio y te sumerges en lo más hondo de tus pensamientos:
estas letras son para ti. Tienes que saber que también la Iglesia tiene su
calendario o su ciclo litúrgico. Y éste empieza unas semanas antes que el
civil. Cuando leas estas líneas habrá comenzado ya la época de Adviento.
Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Semana santa... Marcan la
reflexión, la predicación y las vivencias de los cristianos a lo largo del año.
Recordamos los inicios de Jesús, su Encarnación, su estancia entre nosotros,
sus palabras, su camino hacia la cruz y luego su victoria final. Tanta es la
riqueza de la vida, muerte y resurrección de Jesús que cada año debemos volver
sobre ello.
Adviento es un misterio de esperanza cristiana. Cada vez que nace un
niño, ha dicho un poeta hindú, algo nos indica que Dios sigue confiando en los
hombres. Cuando este Niño es el reflejo de Dios, cuando en este niño que luego
será adolescente, joven y adulto, habita total y plenamente Dios, cuando El nos
puede enseñar el camino porque es la Luz y la Vida, entonces podemos decir con
toda verdad y realismo que Dios sigue confiando y esperando en los hombres.
Por el solo hecho de que nuestra tierra haya sido pisada por Jesús de
Nazaret ya vale la pena vivir en ella, luchar y esperar. En Adviento recogemos
toda esta esperanza y nos preparamos para que Jesús siga naciendo en tantos
lugares donde no se le conoce. En tantas conciencias áridas donde no nacen ni
los cactus más resistentes. Para que asome su cabeza, es decir, sus valores en
nosotros mismos. Quizás los mantenemos oprimidos bajo enormes cargas de egoísmo,
envidia e indiferencia.
Por eso en Adviento escuchamos la palabra severa y solemne del gran
profeta, de Juan Bautista: "Preparen los caminos del Señor". ¿No te
atrae su figura austera que nos invita a no quedarnos en buenas palabras ni en
emociones poéticas, sino a fructificar en hechos? En el Adviento resuenan
también las palabras de los viejos profetas anhelando que los lobos sepan
convivir con los corderos. Y no se refieren al reino animal, sino a los hombres
y mujeres que somos nosotros. Porque hay personas-lobos voraces y sin
escrúpulos. Y hay personas-corderos que no cuentan sino como platos aderezados
para las comilonas de los poderosos.
El Adviento recuerda que estamos llamados a ver a Dios cara a cara. No
ya al Niño llorando entre pajas, rodeado de padres humildes y de pastores
repletos de buena voluntad, sino al Dios que lo habita, en todo su esplendor.
Evocamos estas cosas a propósito de su venida en la carne humana. Decimos, como
los primeros creyentes: "Maranatha, Ven Señor Jesús".
En consecuencia, amigo, tratamos de estar vigilantes. Como las
vírgenes de la parábola, no queremos dormirnos en el entretanto, no queremos
abotargar nuestro cuerpo ni nuestro espíritu con sucedáneos de eternidad ni con
piedrecitas de fantasía que nos roban la atención sobre lo realmente
importante. Porque sucede frecuentemente que nos movemos de un lado para otro,
urgidos por la prisa, y no reparamos en lo más importante: hacia dónde vamos.
El Adviento es un toque de atención: hay que hacer un alto en el camino. No
vaya a suceder que nos movamos y agitemos mucho, pero... sin saber por qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario