El Santuario de Lluc, donde reside el autor.

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miércoles, 30 de noviembre de 2016

Carta para leer en Adviento


Estimado amigo que de vez en cuando cruzas el umbral del templo, saboreas la paz del silencio y te sumerges en lo más hondo de tus pensamientos: estas letras son para ti. Tienes que saber que también la Iglesia tiene su calendario o su ciclo litúrgico. Y éste empieza unas semanas antes que el civil. Cuando leas estas líneas habrá comenzado ya la época de Adviento.

Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Semana santa... Marcan la reflexión, la predicación y las vivencias de los cristianos a lo largo del año. Recordamos los inicios de Jesús, su Encarnación, su estancia entre nosotros, sus palabras, su camino hacia la cruz y luego su victoria final. Tanta es la riqueza de la vida, muerte y resurrección de Jesús que cada año debemos volver sobre ello.

Adviento es un misterio de esperanza cristiana. Cada vez que nace un niño, ha dicho un poeta hindú, algo nos indica que Dios sigue confiando en los hombres. Cuando este Niño es el reflejo de Dios, cuando en este niño que luego será adolescente, joven y adulto, habita total y plenamente Dios, cuando El nos puede enseñar el camino porque es la Luz y la Vida, entonces podemos decir con toda verdad y realismo que Dios sigue confiando y esperando en los hombres.


Por el solo hecho de que nuestra tierra haya sido pisada por Jesús de Nazaret ya vale la pena vivir en ella, luchar y esperar. En Adviento recogemos toda esta esperanza y nos preparamos para que Jesús siga naciendo en tantos lugares donde no se le conoce. En tantas conciencias áridas donde no nacen ni los cactus más resistentes. Para que asome su cabeza, es decir, sus valores en nosotros mismos. Quizás los mantenemos oprimidos bajo enormes cargas de egoísmo, envidia e indiferencia.

                    
Por eso en Adviento escuchamos la palabra severa y solemne del gran profeta, de Juan Bautista: "Preparen los caminos del Señor". ¿No te atrae su figura austera que nos invita a no quedarnos en buenas palabras ni en emociones poéticas, sino a fructificar en hechos? En el Adviento resuenan también las palabras de los viejos profetas anhelando que los lobos sepan convivir con los corderos. Y no se refieren al reino animal, sino a los hombres y mujeres que somos nosotros. Porque hay personas-lobos voraces y sin escrúpulos. Y hay personas-corderos que no cuentan sino como platos aderezados para las comilonas de los poderosos.

Nuestro Adviento lo preside María, la que meditaba estas cosas en su corazón, la madre silente. Ella nos enseña que, en ocasiones, el silencio vale más que la palabra. Nos habla de recogimiento, de entrega generosa y anónima. Ella nos enseña a vivir grávidos de Dios. Nos impulsa a dar a luz lo mejor de nosotros mismos, lo que tenemos guardado muy adentro. Que no sale por temor, por cobardía, por pereza. Ella nos ayuda en estos trances maternales.

El Adviento recuerda que estamos llamados a ver a Dios cara a cara. No ya al Niño llorando entre pajas, rodeado de padres humildes y de pastores repletos de buena voluntad, sino al Dios que lo habita, en todo su esplendor. Evocamos estas cosas a propósito de su venida en la carne humana. Decimos, como los primeros creyentes: "Maranatha, Ven Señor Jesús".

En consecuencia, amigo, tratamos de estar vigilantes. Como las vírgenes de la parábola, no queremos dormirnos en el entretanto, no queremos abotargar nuestro cuerpo ni nuestro espíritu con sucedáneos de eternidad ni con piedrecitas de fantasía que nos roban la atención sobre lo realmente importante. Porque sucede frecuentemente que nos movemos de un lado para otro, urgidos por la prisa, y no reparamos en lo más importante: hacia dónde vamos. El Adviento es un toque de atención: hay que hacer un alto en el camino. No vaya a suceder que nos movamos y agitemos mucho, pero... sin saber por qué.

Amigo, hay cosas muy urgentes en tu vida. Sin duda que sí. Tienes que buscar el alimento de tus hijos, necesitas un hogar para tu próximo matrimonio, te urge reparar la nevera dañada. Estas cosas son urgentes y hay que afrontarlas. Hay otras que las puedes dejar para mañana y aparentemente nada sucederá. Pero son más importantes. Si se van dejando para más adelante, fatalmente se acaba no haciéndoles caso. No se perciben. A pesar de todo, te lo repito, son más importantes. Feliz y comprometido adviento. 

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