Hemos escuchado una y otra vez que nuestra época se
caracteriza por la comunicación. Las nuevas tecnologías las favorecen hasta la
exasperación. Y generan adicciones: Facebook,
whatsapp, twitter…
En el proceso de la comunicación es muy necesario tomar
en consideración la relación entre silencio y palabra. Se trata de dos momentos
íntimamente relacionados. La comunicación se degrada si falta una de las dos
alas, pues deja de volar para precipitarse en tierra. Cuando hay exceso de
palabras el interlocutor queda aturdido. Cuando el exceso le corresponde al
silencio, la relación se enfría.
Escuchar,
ampliar horizontes
El silencio, en su justa medida, forma parte esencial
de la comunicación. Conforma el marco que permite escuchar y reflexionar acerca
de lo que el otro dice y de lo que nosotros pretendemos transmitir. Cuando uno
calla, tácitamente le cede al otro el turno de la palabra. Cuando escuchamos atenta
y silenciosamente se nos ofrece la oportunidad de ampliar horizontes y no aferrarnos
a nuestras ideas y palabras. Tras la escucha los pensamientos se ensanchan y
flexibilizan.
Por lo demás, en el silencio el lenguaje corporal o
gestual pasa a primer plano. La expresión del rostro se dibuja con mayor
precisión. Los estados de ánimo se transparentan más fácilmente a través de los
ojos. Determinados silencios son muy elocuentes si se acompañan con un gesto,
una sonrisa, una caricia. Por supuesto que cuando las palabras callan se
posibilita discernir mejor los mensajes recibidos. Y resulta muy positivo
discriminar los que valen la pena.
Hoy día se insiste en la necesidad de conservar y
equilibrar el ecosistema. Pues de la misma manera hay que cuidar este otro
sistema de equilibrios precarios. Es preciso poner en su justa relación y
correspondencia el silencio con la palabra, la imagen con el sonido.
También Dios
habla y calla
Por algo será que tanto en el
cristianismo como en otras tradiciones religiosas el silencio y la soledad gozan
de un fuerte aprecio. Son espacios que favorecen el encuentro de la persona
consigo misma. Más aún, conducen al individuo hacia la búsqueda de la Verdad en
mayúscula.
Bien puede decirse que el Dios que se
revela habla también sin palabras. Por paradójico que parezca el silencio de
Dios puede manifestar el mayor amor. La cruz es la mejor demostración. Puesto
que Dios es capaz de hablar en el silencio, en justa correspondencia a través del
silencio el ser humano consigue hablar con Él. Porque hay silencios capaces de
metamorfosearse en contemplación para permitir luego entrever la trascendencia.
En el último Concilio hay un párrafo bien logrado y denso de
contenido. Afirma que la Revelación divina se lleva a cabo con hechos y palabras intrínsecamente conexos
entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la
salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las
palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el
misterio contenido en ellas (Dei
Verbum, 2).
Para mí que éste es también el
ideal de la comunicación humana: que los hechos y las palabras caminen unidos y
se ilustren mutuamente. Lo cual equivale a desear que no acontezca desfase alguno
entre la cabeza y el corazón, que no se cuele la hipocresía entre lo que uno
dice y lo que hace.
La verdadera y auténtica
comunicación implica el aprendizaje de la escucha. Escuchar, contemplar y
hablar son momentos básicos en orden a que los seres humanos se comprendan a
fondo. Lo cual sirve exactamente para los que se comprometen a transmitir la
buena nueva del evangelio a sus contemporáneos.
1 comentario:
Estic molt d'acord amb l'articulista: del silenci ple d'escolta en pot brollar la paraula que mereixerà de ser escoltada.
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